XXXV - Preparativos para el nacimiento de Jesús 103 
XXXVI - Partida de María y de José hacia Belén 105
XXXVII - La festividad del Sábado 108
XXXVIII - Los viajeros son rechazados en varias casas 110
XXXIX - Ultimas etapas del camino 112
XL - Llegada a Belén 115
XLI - La Sagrada Familia se refugia en la gruta 117
XLII - Descripción de la gruta de Belén 119
XLIII - José y María se refugian en la gruta de Belén 123
XLIV - Nacimiento de Jesús 126
XLV - Señales en la naturaleza. Anuncio a los pastores 128
XLVI - Señales en Jerusalén, en Roma y en otros pueblos 130
XLVII - Antecedentes de los Reyes Magos 133
XLVIII - Fecha del nacimiento del Redentor 134
XLIX - Los pastores acuden con sus presentes 135
L -Celebra la Sagrada Familia la fiesta del Sábado 138
LI - La circuncisión de Jesús 140
LII - Isabel acude a la gruta de Belén 142
LIII - Los países de los Reyes Magos 144
LIV - La comitiva de Teokeno 148
LV - Nombres de los Reyes Magos 151
LVI - Llegan al país del rey de Causur 156
LVII - La Virgen Santísima presiente la llegada de los Reyes 159
LVIII - El viaje de los Reyes Magos 161
LIX - Llegada de Santa Ana a Belén 164
LX - Llegada de los Reyes Magos a Jerusalén 166
LXI - Los Reyes Magos conducidos al palacio de Herodes 170
LXII - Viaje de los Reyes de Jerusalén a Belén 173
LXIII - La adoración de los Reyes Magos 175
LXIV - La adoración de los servidores de los Reyes 179
LXV - Nueva visita de los Reyes Magos 182

LXVI - El Ángel avisa a los Reyes los designios de Herodes 184
LXVII - Visita de Zacarías. La Sagrada Familia se traslada a la
LXXIX - La Sagrada Familia se detiene en una gruta y ve al ni-
LXXXVII - Santa Isabel vuelve por tercera vez al desierto con el
tumba de Mahara 187
LXVIII - Preparativos para la partida de la Sagrada Familia 190
LXIX - Presentación de Jesús en el Templo 192
LXX - Presentación de María en el Templo 195
LXXI - Muerte de Simeón 199
LXXII - Visión de la Purificación de María 201
LXXIII - La Sagrada Familia llega a casa de Santa Ana 203
LXXIV - Agitación de Herodes en Jerusalén 205
LXXV -La Sagrada Familia en Nazaret 206
LXXVI - El Ángel se aparece a José y le manda huir a Egipto 207
LXXVII - Descanso bajo el terebinto de Abraham 210
LXXVIII - Santa Isabel huye al desierto con el niño Juan 211
ño Juan 212
LXXX -En la morada de los ladrones 215
LXXXI - La primera ciudad egipcia. -La fuente milagrosa 218
LXXXII - El ídolo de Heliópolis 220
LXXXIII - La Sagrada Familia en Heliópolis 221
LXXXIV -La matanza de los inocentes 223
LXXXV - Santa Isabel vuelve a huir con el niño Juan 226
LXXXVI -La Sagrada Familia se dirige a Matarea 227
niño Juan 230
LXXXVIII - Muerte de Zacarías e Isabel 232
LXXXIX -Vida de la Sagrada Familia en Matarea 234
XC - Origen de la fuente de Matarea. Historia de Job 236
XCI - Abrahán y Sara en Egipto. La fuente abandonada 240
XCII - Un ángel avisa a la Sagrada Familia que abandone Egipto 243
XCIII - Regreso de Egipto 245
XCIV - La Sagrada Familia en Nazaret 246
XCV - Fiesta en casa de Ana 250
XCVI - Muerte de San José 251

XXXV
Preparativos para el nacimiento de Jesús
esde hace varios días veo a María en casa de Ana, su madre, cuya casa D se halla más o menos a una legua de Nazaret, en el valle de Zabulón. La
criada de Ana permanece en Nazaret cuando María está ausente y sirve a José.
Veo que mientras vivió Ana casi no tenían hogar independiente del todo,
pues recibían siempre de ella todo lo que necesitaban para su manutención.
Veo desde hace quince días a María ocupada en preparativos para el nacimiento
de Jesús: cose colchas, tiras y pañales. Su padre Joaquín ya no vive.
En la casa hay una niña de unos siete años de edad que está a menudo junto a
la Virgen y recibe lecciones de María. Creo que es la hija de María de Cleofás
y que también se llama María. José no está en Nazaret, pero debe llegar muy
pronto. Vuelve de Jerusalén donde ha llevado los animales para el sacrificio.
Vi a la Virgen Santísima en la casa, trabajando, sentada en una habitación con
otras mujeres. Preparaban prendas y colchas para el nacimiento del Niño.
Ana poseía considerables bienes en rebaños y campos y proporcionaba con
abundancia todo lo que necesitaba María, en avanzado estado de embarazo.
Como creía que María daría a luz en su casa y que todos sus parientes vendrían
a verla, hacía allí toda clase de preparativos para el nacimiento del Niño de
la Promesa, disponiendo, entre otras cosas, hermosas colchas y preciosas alfombras.
Cuando nació Juan pude ver una de estas colchas en casa de Isabel.
Tenía figuras simbólicas y sentencias hechas con trabajos de aguja. Hasta he
visto algunos hilos de oro y plata entremezclados en el trabajo de aguja. Todas
estas prendas no eran únicamente para uso de la futura madre: había muchas
destinadas a los pobres, en los que siempre se pensaba en tales ocasiones
solemnes. Vi a la Virgen y a otras mujeres sentadas en el suelo alrededor de
un cofre, trabajando en una colcha de gran tamaño colocada sobre el cofre. Se
servían de unos palillos con hilos arrollados de diversos colores. Ana estaba
muy ocupada, e iba de un lado a otro tomando lana, repartiéndola y dando
trabajo a cada una de ellas.
José debe volver hoy a Nazaret. Se hallaba en Jerusalén donde había ido a llevar
animales para el sacrificio, dejándolos en una pequeña posada dirigida por
una pareja sin hijos situada a un cuarto de legua de la ciudad, del lado de Belén.
Eran personas piadosas, en cuya casa se podía habitar confiadamente.
Desde allí se fue José a Belén; pero no visitó a sus parientes, queriendo tan
-103 -

solo tomar informes relativos a un empadronamiento o una percepción de impuestos
que exigía la presencia de cada ciudadano en su pueblo natal. Con todo,
no se hizo inscribir aún, pues tenía la intención, una vez realizada la purificación
de María, de ir con ella de Nazaret al Templo de Jerusalén, y desde
allí a Belén, donde pensaba establecerse. No sé bien qué ventajas encontraba
en esto, pero no gustándole la estadía en Nazaret, aprovechó esta oportunidad
para ir a Belén. Tomó informes sobre piedras y maderas de construcción, pues
tenía la idea de edificar una casa. Volvió luego a la posada vecina a Jerusalén,
condujo las víctimas al Templo y retornó a su hogar. Atravesando hoy la llanura
de Kimki, a seis leguas de Nazaret, se le apareció un ángel, indicándole
'que partiera con María para Belén, pues era allí donde debía nacer el Niño.
Le dijo que debía llevar pocas cosas y ninguna colcha bordada. Además del
asno sobre el cual debía ir María montada, era necesario que llevase consigo
una pollina de un año, que aún no hubiese tenido cría. Debía dejarla correr en
libertad, siguiendo siempre el camino que el animal tomara.
Esta noche Ana se fue a Nazaret con la Virgen María, pues sabían que José
debía llegar. No parecía, sin embargo, que tuvieran conocimiento del viaje
que debía hacer María con José a Belén. Creían que María daría a luz en su
casa de Nazaret, pues vi que fueron llevados allí muchos objetos preparados,
envueltos en grandes esteras. Por la noche llegó José a Nazaret. Hoy he visto
a la Virgen con su madre Ana en la casa de Nazaret, donde José les hizo conocer
lo que el ángel le había ordenado la noche anterior. Ellas volvieron a la
casa de Ana, donde las vi hacer preparativos para un viaje próximo. Ana estaba
muy triste. La Virgen sabía de antemano que el Niño debía nacer en Belén;
pero por humildad no había hablado. Estaba enterada de todo por las profecías
sobre el nacimiento del Mesías que ella conservaba consigo en Nazaret. Estos
escritos le habían sido entregados y explicados por sus maestras en el Templo.
Leía a menudo estas profecías y rogaba por su realización, invocando siempre,
con ardiente deseo, la venida de ese Mesías. Llamaba bienaventurada a
aquélla que debía dar a luz y deseaba ser tan sólo la última de sus servidoras.
En su humildad no pensaba que ese honor debía tocarle a ella. Sabiendo por
los textos que el Mesías debía nacer en Belén, aceptó con júbilo la voluntad
de Dios, preparándose para un viaje que habría de ser muy penoso para ella,
en su actual estado y en aquella estación, pues el frío suele ser muy intenso en
los valles entre cadenas montañosas.
-104 -

XXXVI
Partida de María y de José hacia Belén
sta noche vi a José y a María, acompañados de Ana, María de Cleofás y E algunos servidores, salir de la casa de Ana para su viaje. María iba sentada
sobre la albarda del asno, cargado además con el equipaje, José lo conducía.
Había otro asno sobre el cual debía regresar Ana.
Esta mañana he visto a los santos viajeros a unas seis leguas de Nazaret, llegando
a la llanura de Kimki, que era el lugar donde el ángel se le había aparecido
a José dos días antes. Ana poseía un campo en aquel lugar y los servidores
debían tomar allí la burra de un año que José quería llevar, la cual corría y
saltaba delante o al lado de los viajeros. Ana y María de Cleofás se despidieron
y regresaron con sus servidores. Vi a la Sagrada Familia caminando por
un sendero que subía a la cima de Gelboé. No pasaban por los poblados, y seguían
a la pollina, que tomaba caminos de atajo. Pude verlos en una propiedad
de Lázaro, a poca distancia de la ciudad de Ginim16, por el lado de Samaría.
El cuidador los recibió amistosamente, pues los había conocido en un viaje
anterior. Su familia estaba relacionada con la de Lázaro. Veo allí muchos
hermosos jardines y avenidas. La casa está sobre una altura; desde la terraza
se alcanza a contemplar una gran extensión de la comarca. , Lázaro heredó de
su padre esta propiedad. He visto que Nuestro Señor se detuvo con frecuencia
durante su vida pública en este lugar y enseñó en los alrededores. El cuidador
y su mujer trataron muy amistosamente a María. Se admiraron que hubiese
emprendido semejante viaje en el estado en que se encontraba, dado que
hubiera podido quedarse tranquilamente en casa de Ana.
He visto a la Sagrada Familia a varias leguas del sitio anterior, caminando en
medio de la noche hacia una montaña a lo largo de un valle muy frío, donde
había caído escarcha. La Virgen María, que sufría mucho el frío, dijo a José:
"Es necesario detenernos aquí, pues no puedo seguir". No bien dijo estas palabras
se detuvo la borriquilla debajo de un gran árbol de terebinto, junto al
cual había una fuente. Se detuvieron y José preparó con las colchas un asiento
para la Virgen, a la cual ayudó a desmontar del asno. María sentóse debajo
del árbol y José colgó del árbol su linterna. A menudo he visto hacer lo mismo
a las personas que viajan por estos lugares. La Virgen pidió a Dios ayuda
contra el frío. Sintió entonces un alivio tan grande y una corriente de calor tal
que tendió sus manos a José para que él pudiera calentar un tanto sus manos
-105 -

ateridas. Comieron algunos panecillos y frutas, y bebieron agua de la fuente
vecina, mezclándola con gotas del bálsamo que José llevaba en su cántaro.
José consoló y alegró a María. Era muy bueno y sufría mucho en ese viaje tan
penoso para ella. Habló del buen alojamiento que pensaba conseguir en Belén.
Conocía una casa cuyos dueños eran gente buena y pensaba hospedarse
allí con ciertas comodidades. Mientras iban de camino hacía el elogio de Belén,
recordando a María todas las cosas que podían consolarla y alegrarla. Esto
me causaba lástima, pues yo sabía todo lo que sufriría: todo iba a acontecer
de diferente manera. A esta altura habían pasado ya dos pequeños arroyos,
uno a través de un alto puente, mientras los dos asnos lo cruzaban a nado. La
borriquilla que iba en libertad, tenía curiosas actitudes. Cuando el camino era
recto y bien trazado, sin peligros para perderse, como entre dos montañas, corría
delante o detrás de los viajeros. Cuando el camino se dividía, aguardaba y
tomaba el sendero recto. Cuando debían detenerse, se paraba como lo hizo bajo
el terebinto. No sé si pasaron la noche bajo este árbol o buscaron otro hospedaje.
Este viejo terebinto era un árbol sagrado, que había formado parte del
bosque de Moré, cerca de Siquem. Abrahán, viniendo de Canaán, había visto
aparecer allí al Señor, el cual le había prometido aquella tierra para su posteridad,
y el Patriarca alzó un altar debajo del terebinto. Jacob, antes de ir a Betel
para ofrecer sacrificio al Señor, había enterrado bajo el árbol los ídolos de
Labán y las joyas de su familia. Josué había levantado allí el tabernáculo donde
se hallaba el Arca de la Alianza, y, reunida la población, le había exigido
renunciar a los ídolos. En este mismo sitio Abimelec, hijo de Gedeón, fue
proclamado rey por los siquemitas.
Hoy vi a la Sagrada Familia llegar a una granja, a dos leguas al Sur del terebinto.
La dueña de la finca estaba ausente y el hombre no quiso recibir a José,
diciéndole que bien podía ir más lejos. Un poco más adelante vieron que la
borriquilla entraba en una cabaña de pastores, y entraron ellos también. Los
pastores que se hallaban allí, vaciando la cabaña, los recibieron con benevolencia:
les dieron paja y haces de junco y ramas para que encendieran fuego.
Fueron después a la finca donde había sido rechazada la Sagrada Familia, e
hicieron el elogio de José y de la belleza y santidad de María, ante la señora
de la casa, la cual reprochó a su marido por haber rechazado a personas tan
buenas. Luego vi a esta mujer ir adonde estaba María; pero no se atrevió a entrar
por timidez y volvió a su casa a buscar alimentos. La cabaña estaba en el
flanco Oeste de una montaña, más o menos entre Samaría y Tebez. Al Este,
-106 -

más allá del Jordán, está Sucot. Ainón se encuentra un poco más al Mediodía,
al otro lado del río. Salim está más cerca. Desde allí habría unas doce leguas
hasta Nazaret. La mujer volvió en compañía de dos niños a visitar a la Sagrada
Familia, trayendo provisiones. Disculpóse afablemente y se mostró muy
conmovida por la difícil situación de los caminantes. Después que éstos
hubieron comido y descansado, presentóse el marido de aquella mujer y pidió
perdón a San José por haberlo rechazado. Le aconsejó que subiera una legua
más por la cima de la montaña, que allí encontraría un buen refugio antes de
comenzar las fiestas del sábado, donde podría pasar el día del reposo festivo.
Se pusieron en camino y después de haber andado una legua llegaron a una
posada de varios edificios, rodeados de árboles y jardines. Vi algunos arbustos
que dan el bálsamo, plantados a espaldera. La posada estaba en la parte
Norte de la montaña. La Virgen Santísima había desmontado y José llevaba el
asno. Se acercaron a la casa y José pidió alojamiento; pero el dueño se disculpó,
diciendo que estaba lleno de viajeros. Llegó en esto la mujer, y al pedirle
la Virgen alojamiento con la más conmovedora humildad, aquélla sintió una
profunda emoción. El dueño no pudo resistir y les arregló' un refugio cómodo
en el granero cercano y llevó el asno a la cuadra. La borriquilla corría libre
por los alrededores. Siempre estaba lejos de ellos cuando no tenía que señalar
camino.
-107 -

XXXVII
La festividad del Sábado
osé preparó su lámpara y se puso a orar en compañía de la Virgen Santí-J sima, guardando la observancia del sábado con piedad conmovedora. Comieron
alguna cosa y descansaron sobre esteras extendidas en el suelo. Vi a la
Sagrada Familia permanecer allí todo el día. María y José oraban juntos. He
visto a la mujer del dueño de la posada pasar el día al lado de María con sus
tres hijos. Allegóse también aquella mujer que los había hospedado la víspera,
con dos de sus hijos. Se sentaron al lado de María amigablemente, quedando
muy impresionados por la modestia y la sabiduría de la Virgen, que conversó
también con los niños, dándoles algunas útiles instrucciones. Los niños tenían
pequeños rollos de pergamino. María les hizo leer y les habló de modo tan
amable que las criaturas no apartaban la vista ni un instante de ella. Era algo
muy conmovedor ver esta atención de los niños y escuchar las enseñanzas de
María. Al caer la tarde vi a José paseando con el dueño de la posada por los
alrededores, mirando los campos y los jardines y tratándose familiarmente.
Así veo a las personas piadosas del país en el día festivo del sábado. Los santos
viajeros quedaron en ese lugar la noche siguiente. Los buenos esposos de
la posada se encariñaron sumamente con María y le pidieron que se quedara
con ellos hasta el nacimiento del Niño. Le mostraron una habitación muy cómoda,
y la mujer se ofreció a servirles de todo corazón y con amable insistencia;
pero los viajeros reanudaron su viaje por la mañana muy temprano y descendieron
por el Suroeste de la montaña, hacia un hermoso valle. Se alejaron
aún más de Samaria. Mientras iban descendiendo se podía ver el templo del
monte Garizim, pues se lo ve desde muy lejos. Sobre el techo hay figuras de
leones o de otros animales semejantes, que brillan a los rayos del sol.
Hoy los he visto hacer unas seis leguas de camino. Al atardecer se encontraban
en una llanura a una legua al Sureste de Siquem. Entraron en una casa de
pastores bastante grande donde fueron recibidos bien. El dueño de casa estaba
encargado de cuidar los campos y jardines, propiedad de una vecina ciudad.
La casa no estaba en la llanura sino sobre una pendiente. Todo era fértil en esta
comarca y en mejores condiciones que el país recorrido anteriormente; pues
aquí se estaba de cara al sol, lo que en la Tierra Prometida es causa de una diferencia
notable en -esta época del año. Desde este lugar hasta Belén se encuentran
muchas de estas viviendas pastoriles diseminadas en los valles. Al-
-108 -

gunas hijas de pastores, que vivían en estos lugares, se casaron más tarde con
servidores que habían venido con los Reyes Magos, y se quedaron en la comarca.
De uno de estos matrimonios era un niño curado por Nuestro Señor, en
esta misma casa, a instancias de María, el 31 de Julio de su segundo año de
predicación, después de su diálogo con la Samaritana. Jesús eligió luego a este
joven y a otros dos para acompañarlo durante el viaje que hizo por Arabia
después de la muerte de Lázaro. Este joven fue más tarde discípulo del Señor.
He visto que Jesús se detuvo aquí con frecuencia para predicar y enseñar.
Ahora José bendice a algunos niños que encontró en la casa.
-109 -

XXXVIII
Los viajeros son rechazados en varias casas
oy los he visto seguir un sendero más uniforme. La Virgen desmontaba H a ratos, siguiendo a pie algunos trechos. A menudo se detenían en lugares
apropiados para tomar alimento. Llevaban panecillos y una bebida que refresca
y fortalece, en recipientes muy elegantes, con dos asas que parecían de
bronce por el brillo. Esta bebida era el bálsamo que tomaban mezclado con
agua. Recogían bayas y frutas de los árboles y arbustos en los lugares más expuestos
al sol. La montura de María tenía a derecha e izquierda unos rebordes
sobre los cuales apoyaba los pies: de esa manera no quedaban en el aire, como
veo a la gente de nuestro país. Los movimientos de María eran siempre sosegados,
singularmente modestos. Se sentaba alternativamente a derecha e izquierda.
La primera diligencia de José, cuando llegaban a un lugar, era buscar
un sitio donde María pudiese sentarse y descansar cómodamente. Ambos se
lavaban con frecuencia los pies.
Era de noche cuando llegaron a una casa aislada. José llamó y pidió hospitalidad;
pero el dueño de casa no quiso abrir. José le explicó la situación de ¡María,
diciendo que no estaba en condición de seguir su camino y agregando que
no pedía hospedaje gratis. Todo fue inútil: aquel hombre duro y grosero respondió
que su casa no era una posada, que lo dejaran tranquilo, que no golpeasen
a la puerta. Ni siquiera abrió la puerta para hablar, sino que dio su respuesta
desde el interior. Los viajeros continuaron su camino, y al poco tiempo
entraron en un cobertizo cerca del cual habían visto detenerse a la borriquilla.
José encendió luz y preparó un lecho para María, que lo ayudaba en todo esto.
Metió al asno y le dio forraje. Rezaron, comieron y durmieron algunas horas.
Desde la última posada hasta aquí habría unas seis leguas. Se hallaban ahora a
unas veintiséis de Nazaret y a unas diez de Jerusalén. Hasta aquel camino no
habían seguido el sendero principal, sino atravesando otros de comunicación
que iban del Jordán a Samaria, tocando las grandes rutas que llevan de Siria a
Egipto. Los atajos eran muy angostos y en las montañas se hallaban a menudo
tan apretados que les era necesario tomar muchas precauciones para poder
andar sin tropezar ni dar caídas. Los asnos avanzaban con paso muy seguro.
El refugio estaba sobre un terreno llano.
Antes de aclarar el día partieron y tomaron un camino que volvía a subir. Me
parece que llegaron a la ruta que lleva de Gábara hasta Jerusalén, que en este
-110 -

lugar era el límite entre Samaria y Judea. En otra casa donde pidieron hospitalidad
fueron igualmente rechazados groseramente. A varias leguas al Noreste
de Betania, María se sintió muy fatigada, y deseó descansar y tomar alimento.
José se desvió una legua de camino en busca de una higuera grande que solía
estar cargada de higos, en torno de la cual había asientos para descansar a su
sombra. José conoció el lugar en uno de sus anteriores viajes. Al llegar a la
higuera no encontró en ella ni una fruta, lo cual lo entristeció mucho. Recuerdo,
vagamente que Jesús halló más tarde esta higuera cubierta de hojas verdes,
pero sin frutos. Creo que el Señor la maldijo en ocasión que había salido
de Jerusalén, y el árbol se secó por completo. Más tarde se acercaron a una
casa cuyo dueño trató ásperamente a José, que le había pedido humildemente
hospitalidad. Miró luego a la Santísima Virgen, a la luz de una linterna, y se
burló de José porque llevaba una mujer tan joven. En cambio la dueña de casa
se acercó y se compadeció de María: le ofreció una habitación en un edificio
vecino y les llevó panecillos para su alimento. El marido se arrepintió de
haber sido descomedido y se mostró luego más servicial con los santos viajeros.
Más tarde llegaron a otra casa habitada por una pareja joven. Aunque fueron
recibidos, no lo hicieron con cortesía y casi ni se ocuparon de ellos. Estas
personas no eran pastores sencillos, sino como campesinos ricos, gente ocupada
en negocios. Más tarde Jesús visitó una de estas casas, después de su
bautismo. La habitación donde la Sagrada Familia había pasado la noche, la
habían convertido en oratorio. No recuerdo si era propiamente la casa aquélla
cuyo dueño se burló de José. Recuerdo vagamente que el arregló lo hicieron
después de los milagros que sucedieron al nacimiento de Jesús.
-111 -

XXXIX
Ultimas etapas del camino
n las últimas etapas José se detuvo varias veces, pues María estaba cada E vez más fatigada. Siguiendo el camino indicado por la borriquilla, hicieron
un rodeo de un día y medio al Este de Jerusalén. El padre de José había
poseído algunos pastizales en aquella comarca, y él conocía bien la región. Si
hubieran seguido atravesando directamente el desierto que se halla al Mediodía,
detrás de Betania, hubieran podido llegar a Belén en seis horas; pero el
camino era montañoso y muy incómodo en esta estación.
Siguieron a la borriquilla a lo largo de los valles y se acercaron c algo al Jordán.
Hoy vi a los santos caminantes que entraban en pleno día en una casa grande
de pastores. Está a tres leguas de un lugar donde Juan bautizaba más tarde en
el Jordán y a siete de Belén. Es la misma casa donde Jesús, treinta años más
tarde, estuvo la noche del 11 de Octubre, víspera del día en que por primera
vez, después de su bautismo, pasó delante de Juan Bautista. Junto a la casa, y
un tanto apartada de ella, había una granja donde guardaban los instrumentos
de labranza y los que usaban los pastores. El patio tenía una fuente rodeada de
baños que recibían las aguas de aquélla mediante conductos especiales. El
dueño parecía tener extensas propiedades y allí mismo tenía un tráfico considerable.
He visto que iban y venían varios servidores que comían en aquella
finca. El dueño recibió a los viajeros muy amigablemente, se mostró muy servicial
y los condujo a una cómoda habitación, mientras algunos servidores se
ocuparon del asno. Un criado lavó en una fuente los pies de José y le dio otras
ropas mientras limpiaba las suyas cubiertas de polvo. Una mujer rindió los
mismos servicios a María. En esta casa tomaron alimento y durmieron. La
dueña de casa tenía un carácter bastante raro: se había encerrado en su casa y
a hurtadillas observaba a María, y como era joven y vanidosa, la belleza admirable
de la Virgen la había llenado de disgusto. Temía también que María
se dirigiera a ella para pedirle que le permitiese quedarse hasta dar a luz a su
Niño. Tuvo la descortesía de no presentarse siquiera y buscó medios para que
los viajeros partieran al día siguiente. Esta es la mujer que encontró Jesús allí,
treinta años más tarde, ciega y encorvada, y que sanó y curó después de
hacerle advertencias sobre su poca caridad y su vanidad de un tiempo. He visto
algunos niños. La santa Familia pasó la noche en este lugar.
-112 -

Hoy al medio día vi a la Sagrada Familia abandonar la finca donde se habían
alojado. Algunos de la casa los acompañaron cierta distancia. Después de
unas, dos leguas de camino, llegaron al anochecer a un lugar atravesado por
un gran sendero, a cuyos lados se levantaba una fila de casas con patios y jardines.
José tenía allí parientes. Me parece que eran los hijos del segundo matrimonio
de su padrastro o madrastra. La casa era de muy buena apariencia;
sin embargo, atravesaron este lugar sin detenerse. A media legua dieron vuelta
a la derecha, en dirección de Jerusalén, y arribaron a una posada grande en
cuyo patio había una fuente con cañerías de agua. Encontraron reunidas a muchas
gentes que celebraban un funeral. El interior de la casa, en cuyo centro
estaba el hogar con una abertura para el humo, había sido transformado en
una amplia habitación, suprimiendo los tabiques movibles que separaban ordinariamente
las diversas piezas. Detrás del hogar había colgaduras negras y
frente a él algo así como un ataúd cubierto de paño negro. Varios hombres rezaban.
Tenían largas vestimentas de color negro y encima otros vestidos blancos
más cortos. Algunos llevaban una especie de manípulo negro, con flecos,
colgado del brazo. En otra habitación estaban las mujeres completamente envueltas
en sus vestiduras, llorando, sentadas sobre cofres muy bajos. Los dueños
de casa, ocupados en la ceremonia fúnebre, se contentaron con hacerles
señas de que entrasen; pero los servidores los recibieron muy cortésmente y
se ocuparon de ellos. Les prepararon un alojamiento aparte con esteras suspendidas,
que le daba aspecto de carpa. Más tarde he visto a los dueños de casa
visitando a la Sagrada Familia, en amigable conversación con ellos. Ya no
llevaban las vestiduras blancas. José y María tomaron alimento, rezaron juntos
y se entregaron al descanso.
Hoy a mediodía María y José se pusieron en camino hacia Belén de donde se
hallaban sólo a unas tres leguas. La dueña de casa insistía en que se quedaran,
pareciéndole que María daría a luz de un momento a otro. María, bajándose el
velo, respondió que debía esperar treinta y seis horas aún. Hasta me parece
que haya dicho treinta y ocho. Aquella mujer los hubiera hospedado con gusto,
no en su casa, sino en otro edificio cercano. En el momento de la partida vi
que José, hablando de sus asnos con el dueño de la casa, elogiaba los animales
de éste, y dijo que llevaba la borriquilla para empeñarla en caso de necesidad.
Los huéspedes hablaron de lo difícil que sería para ellos encontrar alojamiento
en Belén, y José dijo que tenía varios amigos allá y que estaba seguro
de ser bien recibido. A mí me apenaba oírle hablar con tanta convicción de la
-113 -

buena acogida que le harían. Aún habló de esto mismo con María en el camino.
Vemos, pues, que hasta los santos pueden estar en error.
-114 -

XL
Llegada a Belén
esde el último alojamiento, Belén distaba unas tres leguas. Dieron un D rodeo hacia el Norte de la ciudad acercándose por el Occidente. Se detuvieron
debajo de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose
los vestidos. José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado
de construcciones pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén. Había allí
muchos árboles. Numerosas personas habían levantado sus carpas en ese lugar.
Ésta era la antigua casa paterna de la familia de David, que fue propiedad
del padre de San José. Habitaban en ella parientes o gente relacionada con José;
pero éstos no lo quisieron reconocer y lo trataron como a extraño. En esta
casa se cobraban entonces los impuestos para el gobierno romano. José entró
acompañado de María, llevando el asno del cabestro, pues todos debían darse
a conocer cuando llegaban, y allí recibían el permiso para entrar en Belén.
La borriquilla no está junto a ellos: va corriendo alrededor de la ciudad, hacia
el Mediodía, donde hay un vallecito. José ha entrado en el gran edificio. María
se encuentra en compañía de varias mujeres en una casa pequeña que da al
patio. Estas mujeres son bastante benévolas y le dan de comer, pues cocinan
para los soldados de la guarnición. Son soldados romanos; tienen correas que
cuelgan de la cintura. La temperatura no es fría: es agradable; el sol se muestra
por encima de la montaña, entre Jerusalén y Betania. Desde este lugar se
contempla un paisaje muy hermoso. José se halla en una habitación espaciosa,
que no está en el piso bajo. Le preguntan quién es y-consultan grandes rollos
escritos, algunos suspendidos de los muros; los despliegan y leen su genealogía,
como también la de María. José parecía no saber que también María, por
Joaquín, descendía en línea directa de David. El hombre pregunta dónde se
halla su mujer. Hacía unos siete años que no habían regularizado el impuesto
para la gente del país, a causa de cierta confusión y desorden. Este impuesto
se halla en vigor desde hace dos meses: se pagaba en los siete años precedentes,
pero sin regularidad. Ahora es necesario pagarlo dos veces. José ha llegado
un poco retrasado para pagarlo, pero a pesar de ello lo tratan con cortesía.
Aún no ha pagado. Le preguntan cuáles son sus medios de vida; él responde
que no posee bienes raíces, que vivía de su oficio y que además recibía ayuda
de su suegra.
Hay en la casa gran cantidad de escribientes y empleados. Arriba están los
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romanos y los soldados. Veo fariseos, saduceos, sacerdotes, ancianos, cierto
número de escribas y otros funcionarios romanos y judíos. No hay ningún
otro comité semejante en Jerusalén; pero los hay en otros lugares del país,
como Mágdala, cerca del lago de Genesaret, adonde acuden a pagar las gentes
de Galilea y de Sidón, según creo. Sólo aquéllos que no tienen bienes raíces,
sobre los cuales recae el impuesto correspondiente, tienen que presentarse en
el lugar de su nacimiento. Este impuesto será dividido dentro de tres meses en
tres partes, cada uno con destino diferente. Una parte es para el emperador
Augusto, para Herodes y para otro príncipe que habita cerca de Egipto.
Habiendo participado en una guerra y teniendo derechos sobre una parte del
país, es preciso darle algo. La segunda parte está destinada a la construcción
del Templo: me parece que debe servir para abonar una deuda contraída. La
tercera debiera ser para las viudas y los pobres, que desde tiempo no reciben
nada; pero como casi siempre sucede, aún en nuestra época, este dinero no
llega casi nunca adonde debe llegar. Se dan estos buenos motivos para exigir
el impuesto, pero casi todo queda en manos de los poderosos.
Cuando estuvo arreglado lo de José, hicieron venir a María ante los escribas,
pero no pidieron papeles. Dijeron a José que no era necesario haber traído a
su mujer consigo. Añadieron algunas bromas a causa de la juventud de María,
dejando al pobre José lleno de confusión.
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XLI
La Sagrada Familia se refugia en la gruta
ntraron en Belén. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. En-E traron por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida.
María se quedó tranquila, junto al asno, al comienzo de una calle, mientras
José buscaba inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos
extranjeros y se veían numerosas personas yendo de un lado a otro. José volvió
junto a María, diciéndole que no era posible encontrar alojamiento; que
debían penetrar más dentro de la ciudad. Caminaban llevando José al asno del
cabestro y María iba a su lado. Cuando llegaron a la entrada de otro calle, María
permaneció junto al asno, mientras José iba de casa en casa; pero no encontró
ninguna donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de
María. Esto se repitió varias veces, y así tuvo María que esperar largo rato. En
todas partes decían que el sitio estaba ya tomado, y habiéndolo rechazado en
todas partes, José dijo a María que era necesario ir a otro lado en donde, sin
duda, encontrarían lugar. Retomaron la dirección contraria a la que habían
tomado al entrar y se dirigieron hacia el Mediodía. Siguieron una calleja que
más parecía un camino entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre
pequeñas colinas. Las tentativas fueron también allí infructuosas.
Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas,
encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado. En
él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande, parecido
al tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre alrededor.
José condujo a María bajo este árbol, y le arregló un asiento con los bultos al
pie, para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en
las casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza pegada al árbol. María, al
principio, permanecía de pie, apoyada al tronco del árbol. Su vestido de lana
blanca, sin cinturón, caíale en pliegues alrededor. Tenía la cabeza cubierta por
un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin saber que su
Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos, ¡Qué paciente, qué humilde y
qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin sentóse
sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la cabeza baja.
José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni refugio.
Los amigos de quienes había hablado a María apenas si lo reconocían.
José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa
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en casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición;
pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.
El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido mirándola
de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que
permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que
algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era. Al fin volvió
José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María. Le dijo que
había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la ciudad,
donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños: que
allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su
juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí
para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los pastores
volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en esa
época del año. Añadió que cuando ella estuviera tranquila en aquel lugar, él
volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado. Salieron, pues, de Belén
por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a la izquierda. Era un
camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros desmoronados de
los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña ciudad: se subía un
tanto al principio, luego descendía por la ladera de un montecillo. y los condujo
en algunos minutos al Este de Belén, delante del sitio que buscaban, cerca
de una colina o antigua muralla que tenía delante algunos árboles: terebintos
o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas como las del boj.
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XLII
Descripción de la gruta de Belén
n la extremidad Sur de la colina, alrededor de la cual torcía el camino E que lleva al valle de los pastores, estaba la gruta en la cual José buscó
refugio para María. Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La entrada
estaba al Oeste y un estrecho pasadizo conducía a una habitación redondeada
por un lado, triangular por otro, en la parte Este de la colina. La gruta
era natural; pero por el lado del Mediodía, frente al camino que llevaba al valle
de los pastores, se habían hecho algunos arreglos consistentes en trabajos
toscos de mampostería. Por el lado que miraba al Mediodía había otra entrada,
que generalmente estaba tapiada. José volvió a abrirla para mayor comodidad.
Saliendo por allí hacia la izquierda, había otra abertura más amplia,
que llevaba a una cueva estrecha e incómoda a mayor profundidad, que terminaba
debajo de la gruta del pesebre. La entrada común a la gruta del pesebre
miraba hacia el Oeste. Desde el lugar se podían ver los techos de algunas
casitas de Belén. Saliendo de allí y torciendo a la derecha, se llegaba a una
gruta más profunda y oscura, en la cual hubo de ocultarse María alguna vez.
Delante de la entrada, al Oeste, había un techito de juncos apoyado sobre estacas,
que se extendía al Mediodía y cubría la entrada de ese lado, de modo
que se podía estar a la sombra delante de la gruta. En la parte Meridional tenía
la gruta tres aberturas, con rejas por arriba, por donde entraba aire y luz. Una
abertura semejante había en la bóveda de la misma roca: estaba cubierta de
césped y era la extremidad de la altura sobre la cual estaba edificada la ciudad
de Belén. Pasando del corredor, que era más alto, a la gruta, formada por la
misma naturaleza, había que descender más. El suelo en torno de la gruta se
alzaba, de modo que la gruta misma estaba rodeada de un banco de piedra de
variable anchura.
Las paredes de la gruta, aunque no completamente lisas, eran bastantes uniformes
y limpias, hasta agradables a la vista. Al Norte del corredor había una
entrada a otra gruta lateral más pequeña. Pasando delante de esta entrada, se
hallaba el sitio donde José solía encender fuego; luego la pared daba vuelta al
Noreste en la otra gruta, más amplia, situada a mayor altura. Allí he visto más
tarde el asno de José. Detrás de este sitio había un rincón "bastante grande,
donde cabía el asno con suficiente forraje. En la parte Este de esta gruta, frente
a la entrada, fue donde se encontraba la Virgen Santísima cuando nació de
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ella la Luz del mundo. En la parte que se extiende al Mediodía estaba colocado
el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús. El pesebre no era sino una
gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar de beber a los animales.
Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho de enrejado de maderas
y alzado sobre cuatro patas, de modo que los animales podían alcanzar cómodamente
el heno o el pasto colocado allí. Para beber no tenían más que agachar
la cabeza al bebedero de piedra que estaba debajo. Delante del pesebre,
hacia el Este de esta parte de la gruta, estaba sentada la Virgen con el Niño
Jesús cuando vinieron los tres Reyes a ofrecerle sus dones. Saliendo del pesebre,
y dando vuelta al Oeste en el corredor delante de la gruta, se pasaba por
frente a la entrada Meridional antedicha y se llegaba a un sitio donde hizo José
más tarde su habitación, separándola del resto mediante tabiques de zarzos.
En ese lado había una cavidad donde él depositaba varios objetos. Afuera, en
la parte Meridional de la gruta, pasaba el camino que conducía al valle de los
pastores. Diseminadas por las colinas, veíanse casitas, y en el llano cobertizos
con techos de cañas, sostenidos por estacas. Delante de la gruta la colina bajaba
a un valle sin salida, cerrado por el Norte, ancho de más o menos medio
cuarto de legua. Había allí zarzales, árboles y jardines.
Atravesando una hermosa pradera, donde había una fuente, y pasando bajo
los árboles alineados con simetría, se llegaba al Este del valle, en el cual se
encontraba una colina prominente y en ella la gruta de la tumba de Maraha, la
nodriza de Abrahán. Se llama también la Gruta de la leche. La Virgen Santísima
se refugió allí con el Niño Jesús repetidas veces. Sobre esta gruta había
un gran árbol, alrededor del cual veíanse algunos asientos. Desde aquí se podía
contemplar a Belén mejor que desde la entrada de la gruta del pesebre.
He sabido muchas cosas de la gruta del pesebre, sucedidas en los antiguos
tiempos. Recuerdo, entre otras, que Set, el niño de la promesa, fue concebido
y dado a luz en esta gruta por Eva, después de un período de penitencia de
siete años. Fue allí donde un ángel le dijo que le daba Dios a Set en lugar de
Abel. Aquí fue escondido y alimentado Set, y en la gruta de Maraha, pues sus
hermanos querían quitarle la vida, como los hijos de Jacob lo intentaron con
José.
En una época muy lejana, donde he visto que los hombres vivían en grutas,
pude verlos a menudo haciendo excavaciones en la piedra para poder habitar
y dormir cómodamente en ellas con sus hijos, sobre pieles de animales o sobre
colchones de hierbas. La excavación hecha debajo de la gruta del pesebre,
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puede haber servido de lecho a Set y a los habitantes posteriores. No tengo ya
certeza de estas cosas. Recuerdo también haber visto en mis visiones de la
predicación de Jesús que el 6 de Octubre el Señor, después de su bautismo,
celebró la festividad del sábado en la gruta del pesebre, que los pastores habían
transformado en oratorio.
Abrahán tenía una nodriza llamada Maraha, muy honrada por él y que llegó a
edad muy avanzada. Esta nodriza seguía a Abrahán en todas partes montada
en un camello, y vivó a su lado, en Sucot17, mucho tiempo. En sus últimos
tiempos lo siguió también al valle de los pastores, donde Abrahán había alzado
sus carpas en los alrededores de la gruta. Habiendo pasado los cien años y
viendo llegar su última hora pidió a Abrahán que la enterrara en esa gruta,
acerca de la cual hizo algunas predicciones, y a la que llamó Gruta de la leche
o Gruta de la nodriza. Aconteció en ella un hecho milagroso, que he olvidado,
y brotó allí una fuente del suelo. La gruta era entonces un corredor estrecho y
alto, abierto en una piedra blanca, no muy dura. De un lado había una capa de
esta materia que no alcanzaba hasta la bóveda. Trepando sobre esta capa de
materia se podía llegar hasta la entrada de otra gruta más alta. La gruta fue
ensanchada más tarde, puesto que Abrahán hizo excavar su parte lateral para
la tumba de Maraha. Sobre un gran bloque de piedra había una especie de
gamella, también de piedra, sostenida por patas cortas y gruesas. Quedé muy
asombrada al no ver nada de esto en tiempos de Jesucristo. Esta gruta de la
tumba de la nodriza tenía una relación profética con la Madre del Salvador, al
alimentar allí oculto a su Hijo, al cual perseguían; pues en la historia de la juventud
de Abrahán se halla también una persecución figurativa de ésta, y su
nodriza le salvó la vida ocultándolo en la gruta. Esta gruta era desde tiempos
de Abrahán lugar de devoción, sobre todo para las madres y nodrizas: en esto
había 'algo de profético, pues en la nodriza de Abrahán se veneraba, en figura,
a la Santísima Virgen, lo mismo como Elías la había visto en aquella nube
que traía la lluvia y le había dedicado un oratorio en el monte Carmelo. Maraha
había cooperado en cierta manera al advenimiento del Mesías, habiendo
alimentado con su leche a un antepasado de María. No puedo expresar esto
bien; pero todo era como un pozo profundo que iba hasta la fuente de la vida
universal y del que siempre se sirvieron, hasta que María surgió como única
fuente de agua limpia e inmaculada. El árbol que extendía su sombra sobre la
gruta, desde lejos parecía un gran tilo; era ancho por abajo y terminaba en
punta: era un terebinto. Abrahán se encontró con Melquisedec debajo de este
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árbol, no recuerdo ahora en qué ocasión. Este coposo árbol tenía algo de sagrado
para los pastores y las gentes de los alrededores: les gustaba descansar
bajo su sombra y orar. No recuerdo bien su historia, pero creo que el mismo
Abrahán lo plantó. Junto a él había una fuente donde los pastores iban por
agua en ciertas ocasiones y le atribuían virtudes singulares. A ambos liados
del árbol habían levantado cabañas abiertas, para descansar, y todo esto estaba
rodeado de un cerco protector. Más tarde he visto que Santa Elena hizo construir
allí una iglesia, donde se celebró la santa Misa.
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XLIII
José y María se refugian en la gruta de Belén
ra bastante tarde cuando José y María llegaron hasta la boca de la gruta. E La borriquilla, que desde la entrada de la Sagrada Familia en la casa paterna
de José había desaparecido corriendo en torno de la ciudad, corrió entonces
a su encuentro y se puso a brincar alegremente cerca de ellos. Viendo
esto la Virgen, dijo a José: "Ves, seguramente es la voluntad de Dios que entremos
aquí". José condujo el asno bajo el alero, delante de la gruta; preparó
un asiento para María, la cual se sentó mientras él hacía un poco de luz y penetraba
en la gruta. La entrada estaba un tanto obstruida por atados de paja y
esteras apoyadas contra las paredes. También dentro de la gruta había diversos
objetos que dificultaban el paso. José la despejó, preparando un sitio cómodo
para María, por el lado del Oriente. Colgó de la pared una lámpara encendida
e hizo entrar a María, la cual se acostó sobre el lecho que José le
había preparado con colchas y envoltorios. José le pidió humildemente perdón
por no haber podido encontrar algo mejor que este refugio tan impropio; pero
María, en su interior, se sentía feliz, llena de santa alegría. Cuando estuvo instalada
María, José salió con una bota de cuero y fue detrás de la colina, a la
pradera, donde corría una fuente, y llenándola de agua volvió a la gruta.
Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños recipientes y un poco de
carbón. Como se aproximaba la fiesta del sábado y eran numerosos los forasteros
que habían entrado en la ciudad, se instalaron mesas en las esquinas de
algunas calles con los alimentos más indispensables para la venta. Creo que
había personas que no eran judías. José volvió trayendo carbones encendidos
en una caja enrejada; los puso a la entrada de la gruta y encendió fuego con
un manojito de astillas; preparó la comida, que consistió en panecillos y frutas
cocidas. Después de haber comido y rezado, José preparó un lecho para María
Santísima. Sobre una capa de juncos tendió una colcha semejante a las que yo
había visto en la casa de Ana y puso otra arrollada por cabecera. Luego metió
al asno y lo ató en un sitio donde no podía incomodar; tapó las aberturas de la
bóveda por donde entraba aire, y dispuso en la entrada un lugarcito para su
propio descanso.
Cuando empezó el sábado, José se acercó a María, bajo la lámpara, y recitó
con ella las oraciones correspondientes; después salió a la ciudad. María se
envolvió en sus ropas para el descanso. Durante la ausencia de José la vi re-
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zando de rodillas. Luego se tendió a dormir, echándose de lado. Su cabeza
descansaba sobre un brazo, encima de la almohada. José regresó tarde. Rezó
una vez más y se tendió humildemente en su lecho a la entrada de la gruta.
María pasó la fiesta del sábado rezando en la gruta, meditando- con gran concentración.
José salió varias veces: probablemente fue a la sinagoga de Belén.
Los vi comiendo alimentos preparados días antes y rezando juntos.
Por la tarde, cuando los judíos suelen hacer su paseo del sábado, José condujo
a María a la gruta de Maraha, nodriza de Abrahán. Allí se quedó algún tiempo.
Esta gruta era más espaciosa que la del pesebre y José dispuso allí otro
asiento. También estuvo bajo el árbol cercano, orando y meditando, hasta que
terminó el sábado. José la volvió a llevar, porque María le dijo que el nacimiento
tendría lugar aquel mismo día a medianoche, cuando se cumplían los
nueve meses transcurridos desde la salutación del ángel del Señor. María le
había pedido que lo tuviera dispuesto todo, de modo que pudiesen honrar en
la mejor forma posible la entrada al mundo del Niño prometido por Dios y
concebido en forma sobrenatural. Pidió también a José que rezara con ella por
las gentes que, a causa de la dureza de sus corazones, no habían querido darles
hospitalidad. José le ofreció traer de Belén a dos piadosas mujeres, que
conocía; pero María le dijo que no tenía necesidad del socorro de nadie. En
cuanto se puso el sol, antes de terminar el sábado, José volvió a Belén, donde
compró los objetos más necesarios: una escudilla, una mesita baja, frutas secas
y pasas de uva, volviendo con todo esto a la gruta. Fue a la gruta de Maraha
y llevó a María a la del pesebre, donde María se sentó sobre sus colchas,
mientras José preparaba la comida. Comieron y rezaron juntos. Hizo José una
separación entre el lugar para dormir y el resto de la gruta, ayudándose de
unas pértigas de las cuales suspendió algunas esteras que se encontraban allí.
Dio de comer al asno que estaba a la izquierda de la entrada, atado a la pared.
Llenó el comedero del pesebre de cañas y de pasto y musgo y por encima tendió
una colcha. Cuando la Virgen le indicó que se acercaba la hora, instándole
a ponerse en oración, José colgó del techo varias lámparas encendidas y salió
de la gruta, porque había escuchado un ruido a la entrada. Encontró a la pollina
que hasta entonces había estado vagando en libertad por el valle de los pastores
y volvía ahora, saltando y brincando, llena de alegría, alrededor de José.
Este la ató bajo el alero, delante de la gruta y le dio su forraje. Cuando, volvió
a la gruta vio, antes de entrar en ella, a la Virgen rezando de rodillas sobre su
lecho, vuelta de espaldas y mirando al Oriente. Le pareció que toda la gruta
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estaba en llamas y que María estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró
todo esto como Moisés la zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró
en su celda y se prosternó hasta el suelo en oración.
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XLIV
Nacimiento de Jesús
e visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más des-H lumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no
eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada
en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi
arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía
las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de ella crecía por
momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los
seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía
palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda.
Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María
hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso
de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron con toda claridad
seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la
tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien
se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado
en el suelo delante de María.
Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo
brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante
las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis
miradas; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora
que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún
tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo
aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía, y lo oí llorar.
En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma, y, tomando
al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto, y lo tuvo en sus
brazos, estrechándolo contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el
Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces en torno a
los ángeles, en forma humana, hincándose delante del Niño recién nacido, para
adorarlo.
Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María
llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se
acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando
María le pidió que apretara contra su corazón el Don sagrado del Altísimo, se
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levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura
alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.
María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi al, María y a José
sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda
contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado
Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. "¡Ah, decía yo, este
lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!"
He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas, lindas
plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada en
la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí hacia el
Mediodía.
Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a
ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza.
José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía a
la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido
blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días
sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma
ni fatigada.
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XLV
Señales en la naturaleza. Anuncio a los pastores
H
e visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría,
un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de
muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría,
y, en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores. Hasta en
los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las
flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y
verdor, y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto brotar fuentes de agua
de la 'tierra. En el momento mismo del nacimiento de Jesús, brotó una fuente
abundante en la gruta de la colina del Norte. Cuando al día siguiente lo notó
José, le preparó en seguida un desagüe. El cielo tenía un color rojo oscuro sobre
Belén, mientras se veía un vapor tenue y brillante sobre la gruta del pesebre,
el valle de la gruta de Maraña y el valle de los pastores.
A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pastores,
había una colina donde empezaba una serie de viñedos que se extendía hasta
Gaza. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores, jefes de
las familias de los demás pastores de las inmediaciones. A distancia doble de
la gruta del pesebre se encontraba lo que llamaban la torre de los pastores. Era
un gran andamiaje piramidal, hecho de madera, que tenía por base enormes
bloques de la misma roca: estaba rodeado de árboles verdes y se alzaba sobre
una colina aislada en medio de una llanura. Estaba rodeado de escaleras; tenía
galerías y torrecillas, todo cubierto de esteras. Guardaba cierto parecido con
las torres de madera que he visto en el país de los Reyes Magos, desde donde
observaban las estrellas. Desde lejos producía la impresión de un gran barco
con muchos mástiles y velas. Desde esta torre se gozaba de una espléndida
vista de toda la comarca. Se veía a Jerusalén y la montaña de la tentación en
el desierto de Jericó. Los pastores tenían allí a los hombres que vigilaban la
marcha de los rebaños y avisaban a los demás tocando cuernos de caza, si
acaso había alguna incursión de ladrones o gente de guerra. Las familias de
los pastores habitaban esos lugares en un radio de unas dos leguas. Tenían
granjas aisladas, con jardines y praderas. Se reunían junto a la torre, donde
guardaban los utensilios que tenían en común. A lo largo de la colina de la torre,
estaban las cabañas, y algo apartado de éstas había un gran cobertizo con
divisiones donde habitaban las mujeres de los pastores guardianes: allí prepa-
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raban la comida. He visto que en esta noche parte de los rebaños estaban cerca
de la torre, parte en el campo y el resto bajo un cobertizo cerca de la colina
de los pastores.
Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el
aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de
sus cabañas mirando a todos lados. Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria
sobre la gruta del pesebre. He visto que se pusieron en agitado movimiento
los pastores que estaban junto a la torre, los cuales subieron a su mirador
dirigiendo la vista hacia la gruta. Mientras los tres pastores estaban mirando
hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa,
dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba. Primero
vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, finalmente oí cánticos
muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio se
asustaran los pastores, apareció un ángel ante ellos, que les dijo: "No temáis,
pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de Israel. Os ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por
señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre".
Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez
más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy
bellos y luminosos. Llevaban en las manos una especie de banderola larga,
donde se veían letras del tamaño de un palmo y oí que alababan a Dios cantando:
"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra para los hombres de
buena voluntad".
Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la torre.
Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de una
fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que los
pastores fueran en seguida a la gruta del pesebre, porque unos se encontraban
a legua y media de distancia y otros a tres: los he visto, en cambio, consultándose
unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los
regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar el alba.
-129 -

XLVI
Señales en Jerusalén, en Roma y en otros pueblos
se
sta noche vi en el Templo a Noemí, la maestra de María, a la profetisa E Ana y al anciano Simeón. Vi, en Nazaret, a Ana, y en Juta, a Santa Isabel.
Todos tenían visiones y revelaciones del nacimiento del Salvador. He visto
al pequeño Juan Bautista, cerca de su madre, manifestando una alegría muy
grande. Vieron y reconocieron a María en medio de aquellas visiones, aunque
no sabían donde había tenido lugar el acontecimiento. Isabel tampoco lo sabía.
Sólo Ana sabía que tenía lugar en Belén. Esta noche vi en el Templo un
acontecimiento admirable y extraño: todos los rollos de escrituras de los saduceos
saltaban fuera de los armarios donde estaban encerrados, dispersándo18.
Este suceso causó mucho espanto en todos, pero los saduceos lo atribuyeron
a efectos de brujería, y repartieron dinero a los que lo sabían para que
mantuvieran el secreto.
He visto muchas cosas en Roma esta noche. Cuando Jesús nació vi un barrio
de la ciudad, donde vivían muchos judíos: allí brotó una fuente de aceite que
causó maravilla a todos los que la vieron. Una estatua magnífica de Júpiter
cayó de su pedestal en añicos, porque se desplomó la bóveda del templo. Los
paganos se llenaron de terror, hicieron sacrificios y preguntaron a otro ídolo,
el de Venus, creo, qué significaba aquello. El demonio respondió, por medio
de la estatua: "Esto ha sucedido porque una Virgen ha concebido un Hijo sin
dejar de ser virgen; y este Niño acaba de nacer". Este ídolo habló también
desde la fuente de aceite. En el sitio donde brotó la fuente se alzó una iglesia
dedicada a la Virgen María, Madre de Dios. Los sacerdotes paganos estaban
consternados y hacían averiguaciones19.
Setenta años antes de estos hechos vivía en Roma una buena y piadosa mujer.
No recuerdo ahora si era judía. Se llamaba algo así como Serena o Cyrena y
poseía algunos bienes de fortuna. Por ese tiempo se había recubierto de oro y
piedras preciosas el ídolo de Júpiter y se le ofrecían sacrificios solemnes.
La mujer tuvo visiones, y a consecuencia de ellas hizo varias profecías, diciendo
públicamente a los paganos que no debían rendir honores al ídolo de
Júpiter ni hacerle sacrificios, pues vendría un día en que lo verían caer hecho
pedazos. Los sacerdotes la hicieron comparecer y le preguntaron cuándo
habían de suceder estas cosas. Como no pudo determinar el tiempo, fue encerrada
en prisión y maltratada, hasta que Dios le hizo conocer que ello sucede-
-130 -

ría cuando una Virgen purísima diera a luz un Niño. Cuando dio esta respuesta,
se burlaron de ella y la dejaron en libertad, reputándola por loca. Sólo
cuando se derrumbó el templo, haciendo pedazos al ídolo, reconocieron que
había dicho la verdad, maravillándose de la época fijada y del acontecimiento,
aunque no sabían que la Santísima Virgen había sido la Madre e ignorando el
nacimiento del Salvador. He visto que los magistrados de Roma se informaron
de estos hechos, como de la fuente que había brotado. Uno de ellos fue un
tal Léntulo, abuelo de Moisés, sacerdote y mártir, y de aquel otro Léntulo, que
fue amigo de San Pedro en Roma.
Relacionado con el emperador Augusto he visto algo que ahora no recuerdo
bien. Vi al emperador con otras personas sobre una colina de Roma, en uno
de cuyos lados se encontraba el templo, cuya techumbre se había derrumbado.
Por unas gradas se llegaba hasta la cumbre de la colina donde había una puerta
dorada. Era un lugar donde se ventilaban asuntos de interés. Cuando el emperador
bajó de la colina, vio a la derecha, encima de ella, una aparición en el
cielo. Era una Virgen sobre un arco iris, con un Niño en el aire, que parecía
salir de ella. Creo que, el emperador fue el único que vio esta aparición. Para
conocer su significado hizo consultar a un oráculo que había enmudecido, el
cual en esa ocasión habló de un Niño recién nacido, a quien todos debían adorar
y rendir homenaje. El emperador hizo erigir un altar en el sitio de la colina
donde había visto la aparición, y después de haber ofrecido sacrificios, lo dedicó
al Primogénito de Dios. He olvidado otros detalles de este hecho.
He visto en Egipto un hecho que anunció el nacimiento de Jesucristo. Mucho
más allá de Matarea, de Heliópolis y de Menfis había un gran ídolo que pronunciaba
habitualmente toda clase de oráculos, y que de pronto enmudeció. El
Faraón mandó hacer sacrificios en todo el país a fin de saber por qué causa
había callado. El ídolo fue obligado por Dios a responder que guardaba silencio
y debía desaparecer, porque había nacido el Hijo de la Virgen y que en
aquel mismo sitio se levantaría un templo en honor de la Virgen. El Faraón
hizo levantar un templo allí mismo cerca del que había antes en honor del ídolo.
No recuerdo todo lo sucedido; sólo sé que el ídolo fue retirado y que se levantó
un templo a la anunciada Virgen y a su Niño, siendo honrados a la manera
de ellos.
Al tiempo del nacimiento de Jesucristo vi una maravillosa aparición que se
presentó a los Reyes Magos en su país. Estos Magos eran observadores de los
astros y tenían sobre una montaña una torre en forma de pirámide, donde
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siempre se encontraba uno de ellos con los sacerdotes observando el curso de
los astros y las estrellas. Escribían sus observaciones y se las comunicaban
unos a otros. Esta noche creo haber visto a dos de los Reyes Magos sobre la
torre piramidal. El tercero, que habitaba al Este del Mar Caspio, no estaba allí.
Observaban una determinada constelación en la cual veían de cuando en
cuando variantes, con diversas apariciones. Esta noche vi la imagen que se les
presentaba. No la vieron en una estrella, sino en una figura compuesta de varias
de ellas, entre las cuales parecía efectuarse un movimiento. Vieron un
hermoso arco iris sobre la media luna y sobre el arco iris sentada a la Virgen.
Tenía la rodilla izquierda ligeramente levantada y la pierna derecha más alargada,
descansando el pie sobre la media luna. A la izquierda de la Virgen, encima
del arco iris, apareció una cepa de vid,, y a la derecha, un haz de espigas
de trigo. Delante de la Virgen vi elevarse como un cáliz semejante al de la última
Cena. Del cáliz vi salir al Niño, y por encima de Él, un disco luminoso
parecido a una custodia vacía, de la que partían rayos semejantes a espigas.
Por eso pensé en el Santísimo Sacramento. Del costado derecho del Niño salió
una rama, en cuya extremidad apareció, a semejanza de una flor, una iglesia
octogonal con una gran puerta dorada y dos pequeñas laterales. La Virgen
hizo entrar al cáliz, al Niño y a la hostia en la iglesia, cuyo interior pude ver, y
que en aquel momento me pareció muy grande. En el fondo había una manifestación
de la Santísima Trinidad. La iglesia se transformó luego en una ciudad
brillante, que me pareció la Jerusalén celestial. En este cuadro vi muchas
cosas que se sucedían y parecían nacer unas de otras, mientras yo miraba el
interior de la iglesia. Ya no puedo recordar en qué forma se fueron sucediendo.
Tampoco recuerdo de qué manera supieron los Reyes Magos que Jesús
había nacido en Judea. El tercero de los Reyes, que vivía muy distante, vio la
aparición al mismo tiempo que los otros. Los Reyes sintieron una alegría muy
grande, juntaron sus dones y regalos y se dispusieron para el viaje. Se encontraron
al cabo de varios días de camino. Los días que precedieron al nacimiento
de Jesús, los veía sobre su observatorio} donde tuvieron varias visiones.
-132 -

XLVII
Antecedentes de los Reyes Magos
Q
uinientos años antes del nacimiento del Mesías, los antepasados de los
tres Reyes Magos eran poderosos y tenían más riquezas que sus descendientes,
ya que sus posesiones eran extensas y su herencia menos dividida.
Vivían entonces en tiendas de campaña, con excepción del antepasado del rey
que vivía al Este del Mar Caspio, cuya ciudad veo en este momento. Esta ciudad
tiene construcciones subterráneas de piedra, en lo alto de las cuales se alzan
pabellones, pues se halla cerca del mar, que se desborda con frecuencia.
Veo allí montañas muy altas y dos mares, uno a mi derecha y otro a mi izquierda.
Aquellos jefes de raza eran, según sus tradiciones, observadores y
adoradores de los astros, y existía en el país un culto abominable que consistía
en sacrificar a los viejos, a los hombres deformes y a veces también a los niños.
Lo más horrible era que estos niños eran vestidos de blanco y luego arrojados
en calderas donde morían hervidos. Toda esta abominación fue abolida.
A estos ciegos paganos Dios les anunció con mucha anticipación el nacimiento
del Salvador.
Aquellos príncipes tenían tres hijas versadas en el conocimiento de los astros.
Las tres recibieron el espíritu de profecía y supieron, por medio de una visión,
que una estrella saldría de Jacob y que una Virgen daría a luz al Salvador del
mundo. Vestidas de largos mantos recorrían el país predicando la reforma de
las costumbres y anunciando que los enviados del Salvador vendrían un día al
país trayendo el culto del Dios verdadero. Predecían muchas cosas más relativas
a nuestra época y a épocas más lejanas aún. A raíz de estas predicciones
los padres de estas jóvenes elevaron un templo ala futura Madre de Dios hacia
el Mediodía del mar, en el mismo sitio de los límites de sus países y allí ofrecieron
sacrificios. La predicción de las tres vírgenes se refería especialmente a
una constelación y a diversos cambios que habrían de producirse. Desde entonces
empezaron a observar aquella constelación desde lo alto de una colina
cercana al templo de la futura Madre de Dios, y de acuerdo con esas observaciones,
cambiaban algunas cosas en los templos, en el culto religioso y en los
ornamentos. Así he visto que el pabellón del templo era unas veces azul,-otras
rojo, otras amarillo, y demás colores. Me impresionó que pasaran su día de
fiesta al sábado, mientras antes celebraban el viernes. Todavía recuerdo el
nombre que daban a este día: Tanna o Tanneda.
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XLVIII
Fecha del nacimiento del Redentor
esucristo nació antes de cumplirse el año 3997 del mundo. Más tarde fue-J ron olvidados los cuatro años, menos algo, transcurridos desde su nacimiento
hasta el fin del 4000. Después se hizo comenzar nuestra era cuatro
años más tarde. Uno de los cónsules de Roma, llamado Léntulo, fue antepasado
del sacerdote y mártir Moisés, del cual tengo una reliquia. Había vivido en
tiempos de San Cipriano. De él desciende aquel otro Léntulo que fue amigo
de San Pedro en Roma. Herodes reinó cuarenta años. Durante siete años no
fue independiente; pero ya desde aquel tiempo oprimía al país y cometía actos
de crueldad. Murió, creo, en el año sexto de la vida de Jesús; su muerte se
guardó en secreto por algún tiempo. Herodes fue siempre sanguinario y hasta
en sus últimos días hizo mucho daño. Lo vi arrastrándose en medio de una
amplia habitación acolchada, con una lanza a su lado, queriendo herir a las
personas que se le acercaban. Jesús nació más o menos en el año treinta y
cuatro de su reinado.
Unos dos años antes de la entrada de María en el templo, Herodes mandó
hacer algunas construcciones allí. No hizo de nuevo el templo, sino algunas
reformas y mejoras. La huida a Egipto se produjo cuando Jesús tenía nueve
meses, y la matanza de los inocentes ocurrió durante el segundo año de la
edad de Jesús. El nacimiento de Jesús tuvo lugar en un año judío de trece meses,
que era un arreglo semejante a nuestros años bisiestos. Creo también que
los judíos tenían meses de veinte días dos veces al año y uno de veintidós días.
Pude oír algo de esto a propósito de los días de fiesta; pero ahora no me
queda más que un recuerdo confuso. He visto que se hicieron varias veces
cambios en el calendario. Sucedió esto al salir de un cautiverio, mientras se
trabajaba en la reconstrucción del Templo. He visto al hombre que cambió el
calendario y supe también su nombre.
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XLIX
Los pastores acuden con sus presentes
la caída de la tarde los tres pastores jefes se dirigieron a la gruta delA pesebre con los regalos, consistentes en animalitos parecidos a los
corzos. Si eran cabritos, eran muy distintos de los de nuestro país, pues
Si eran cabritos, n muy distintos de los de nuestro país, pues tenían cuello
largos, ojos hermosos muy brillantes, eran muy graciosos y ligeros al correr,
tíos pastores los llevaban atados con delgados cordeles. Traían sobre los
hombros aves que habían matado, y bajo el brazo otras vivas de mayor tamaño.
Al llegar, llamaron tímidamente a la puerta de la gruta y San José les salió
al encuentro. Ellos repitieron lo que les habían anunciado los ángeles y dijeron
que deseaban rendir homenaje al Niño de la Promesa y a ofrecerle sus pobres
obsequios. José aceptó sus regalos con humilde gratitud y los llevó junto
a la Virgen, que se hallaba sentada cerca del pesebre, con el Niño Jesús sobre
sus rodillas. Los tres pastores se hincaron con toda humildad, permaneciendo
mucho rato en silencio, como absortos en una alegría indecible. Cantaron luego
el cántico que habían oído a los ángeles y un salmo que no recuerdo.
Cuando estaban por irse, María les dio al Niño, que ellos tomaron en sus brazos,
uno después de otro, y llorando de emoción lo devolvieron a María, y se
retiraron.
Por la noche vinieron de la torre de los pastores, a cuatro leguas del pesebre,
otros pastores con sus mujeres y sus niños. Traían pájaros, huevos, miel, madejas
de hilo de diversos colores, pequeños atados que parecían de seda cruda
y ramas de una planta parecida al junco. Esta planta tiene unas espigas llenas
de semillas gruesas. Después que entregaron estos regalos a San José, se acercaron
humildemente al pesebre, al lado del cual se hallaba María sentada. Saludaron
a la Madre y al Niño; después, de rodillas, cantaron hermosos salmos,
el Gloria in excelsis de los ángeles y algunos otros muy breves. Yo cantaba
con ellos. Cantaban a varias voces y yo hice una vez la voz alta. Recuerdo
más o menos lo siguiente: "¡Oh Niñito, bermejo como la rosa, pareces semejante
a un mensajero de paz!" Cuando se despidieron, se inclinaban ante el
pesebre como si besaran al Niño.
Hoy he vuelto a ver a los tres pastores, ayudando a San José, uno después de
otro, a disponer todo con mayor comodidad en la gruta del pesebre y en las
cavernas laterales. He visto también junto a la Virgen varias piadosas mujeres
que la ayudaban en diversos servicios. Eran esenias que habitaban no lejos de
-135 -

la gruta en una angostura situada al Oriente. Estas mujeres vivían en unas especies
de casas abiertas en la roca a considerable altura de la colina. Tenían
jardincitos cerca de sus casas y se ocupaban en instruir a los niños de los esenios.
San José las había hecho venir porque desde su niñez conocía a esta asociación.
Cuando huía de sus hermanos habíase refugiado varias veces con
esas piadosas mujeres en la gruta del pesebre. Estas acercábanse una tras otra
a María, trayendo provisiones, y atendían los quehaceres de la Sagrada Familia.
Hoy he visto una escena muy conmovedora: José y María sé hallaban junto al
pesebre, contemplando con profunda ternura al Niño Jesús. De pronto el asno
se echó también de rodillas y agachó la cabeza hasta la tierra en acto de adoración.
María y José lloraban emocionados. Por la noche llegó un mensaje de
Santa Ana. Un anciano llegó de Nazaret con una viuda parienta de Ana, a la
cual servía. Traían diversos objetos para María. Al ver al Niño se conmovieron
extraordinariamente: el viejo derramaba lágrimas de alegría. Volvió a ponerse
en camino llevando noticias de lo visto a Ana, mientras la viuda se quedó
para servir a María.
Hoy he visto que la Virgen con el Niño Jesús, acompañada de la criada de
Ana, salieron de la gruta del pesebre durante algunas horas. María se refugió
en la gruta lateral, donde había brotado la fuente después del nacimiento de
Jesucristo. Pasó unas cuatro horas en esa gruta, en la cual habría de estar más
tarde, dos días enteros. José había estado arreglándola desde la mañana para
que pudiera estar allí con más comodidad. Se refugiaron en esa gruta, por inspiración
interior, pues habían venido personas de Belén a ver la gruta del pesebre,
y paréceme que eran emisarios de Herodes. A consecuencias de las
conversaciones de los pastores había corrido la voz de que algo milagroso
había sucedido allí al tener lugar el nacimiento del Niño. Vi a esos hombres
hablando un rato con José, a quien hallaron con los pastores delante de la gruta
del pesebre, y luego se fueron, riéndose y burlándose, cuando vieron la pobreza
del lugar y la simplicidad de las personas. María, después de haberse
quedado cuatro horas oculta en la gruta lateral, volvió a la del pesebre con el
Niño Jesús.
En la gruta del pesebre reina una amable tranquilidad, pues nadie viene hasta
este lugar y sólo los pastores están en comunicación con ella. En la ciudad de
Belén nadie se ocupa de lo que pasa en la gruta, pues hay mucha gente, agitación
y movimiento por razón de los forasteros. Se venden y matan muchos
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animales porque algunos forasteros pagan sus impuestos con ganado. Veo que
hay también paganos como criados y servidores.
Por la mañana el dueño de la última posada adonde se habían alojado José y
María a pasar la noche, envió un criado a la gruta del pesebre con varios regalos.
Él mismo llegó más tarde para rendir homenaje al Niño Jesús.
La noticia de la aparición del ángel a los pastores del valle en el momento del
nacimiento de Jesús, fue causa de que todos los pastores y gentes del valle
oyeran hablar del maravilloso Niño de la Promesa. Todos ellos acuden para
honrarlo.
Hoy mismo varios pastores y otras buenas personas llegaron a la gruta del Pesebre
y honraron al Niño con mucha devoción. Llevaban trajes de fiesta porque
iban a Belén para la solemnidad del sábado. Entre estos visitantes vi a
aquella mujer que el 20 de Noviembre había compensado la grosería de su
marido con la santa Familia, ofreciéndole hospitalidad. Hubiera podido ir más
fácilmente a Jerusalén, porque está más cerca, para la fiesta del sábado, pero
quiso hacer un rodeo más largo para ir a Belén y ver al Niño santo y a sus padres.
Sintióse después muy feliz por haberles ofrecido esta prueba de su afecto.
Por la tarde vi a un pariente de José, al lado de cuya casa la Sagrada Familia
había pasado la noche del 22 de Noviembre: ahora venía al Pesebre para
ver y saludar al Niño. Este hombre era el padre de Jonadab, el cual, en la hora
de la crucifixión, llevó a Jesús un lienzo para que se cubriera con él. Supo que
José había pasado cerca de su casa y había oído hablar de los hechos maravillosos
que acontecieron en el nacimiento del Niño, y teniendo que ir a Belén
para el sábado, llegó hasta la gruta trayendo algunos regalos. Saludó a María
y rindió homenaje al Niño. José lo recibió amistosamente; pero no quiso aceptar
de él nada, y sólo le pidió prestado algún dinero dándole en garantía la borriquilla
a condición de recuperarla al devolverle el dinero. José necesitaba
ese dinero para emplearlo en los regalos que debía hacer en la ceremonia de la
circuncisión y en la comida que habría de ofrecer.
-137 -

L
Celebra la Sagrada Familia la fiesta del Sábado
ientras me hallaba meditando en la historia de la borriquilla empeñada M ahora para cubrir los gastos de la circuncisión, y pensando que el
próximo Domingo, día en que tendrá lugar la ceremonia, se leería el Evangelio
del Domingo de Ramos, que relata la entrada de Jesús montado sobre un
asno, vi un cuadro del cual no puedo explicar bien el sentido ni sé donde se
realizaba. Bajo una palmera había dos carteles sostenidos por ángeles. Sobre
uno de ellos estaban representados diversos instrumentos de martirio; en el
centro había una columna y sobre ella un mortero con dos asas. En el otro cartel
había unas letras: creo que eran cifras indicando años y épocas de la historia
de la Iglesia. Por encima de la palmera estaba arrodillada una Virgen que
parecía salir del tallo y cuyo traje flotaba en el aire. Tenía en sus manos, debajo
del pecho, un vaso de igual forma que el cáliz de la última Cena, del cual
salía la figura de un Niño luminoso. Vi al Padre Eterno, en la forma que
siempre lo veo, acercarse a la palmera por encima de unas nubes, quitar una
gruesa rama que tenía la forma de una cruz y colocarla sobre el Niño. Después
vi al Niño atado a esa cruz de palma y a la Virgen Santísima presentando
a Dios Padre la rama con el Niño crucificado, mientras ella llevaba en la otra
mano el cáliz vacío, que parecía también su propio corazón. Cuando me disponía
a leer las letras del cartel, bajo la palmera, la llegada de una visita me
sacó de esta visión. No sabría decir si este cuadro lo vi en la gruta del pesebre
o en otra parte.
Cuando la gente se había ido a la sinagoga de Belén, José preparó en la gruta
la lámpara del sábado con las siete mechas; la encendió y colocó debajo de
ella una pequeña mesa con los rollos que contenían las oraciones. Bajo esta
lámpara celebró el sábado con la Virgen Santísima y la criada de Ana. Se
hallaban allí dos pastores un poco hacia atrás en la gruta y algunas mujeres
esenias. Hoy, antes de la fiesta del sábado, estas mujeres y la sirvienta prepararon
los alimentos. Vi que asaron pájaros en un asador puesto encima del
fuego. Los envolvían en una especie de harina hecha de semillas de espigas
de unas plantas semejantes a cañas, que se encuentran en estado silvestre en
lugares pantanosos de la comarca. Las he visto cultivadas en diversos sitios;
en Belén y en Hebrón crecen sin ser cultivadas. No las he visto cerca de Nazaret.
Los pastores de la torre habían traído algunas para José. He visto que
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las mujeres con esas semillas hacían una especie de crema blanca bastante espesa
y amasaban tortas con la harina. La Sagrada Familia guardó para su uso
una cantidad muy pequeña de las abundantes provisiones que los pastores
habían traído en sus visitas; lo sobrante lo regalaban a los pobres.
Hoy he visto varias personas que acudieron a la gruta del pesebre, y por la
noche, después de la terminación de las fiestas del Sábado, vi que las mujeres
esenias y la criada de Ana preparaban comida en una choza construida de ramas
verdes, que José, con la ayuda de los pastores, había levantado a la entrada
de la gruta. Había desocupado la habitación a la entrada de la gruta, tendido
colchas en el suelo y arreglado todo como para una fiesta, según le permitía
su pobreza. Dispuso así todas las cosas antes del comienzo del sábado,
pues el día siguiente era el octavo después del nacimiento de Jesús, cuando
debía ser circuncidado de conformidad con el precepto divino. Al caer la tarde
José fue a Belén y trajo consigo a tres sacerdotes, un anciano, una mujer y una
cuidadora para esta ceremonia. Tenía ésta un asiento, del que se servía en
ocasiones parecidas y una piedra octogonal chata y muy gruesa, que contenía
los objetos necesarios. Todo esto fue colocado sobre esteras donde debía tener
lugar la circuncisión, es decir en la entrada de la gruta, entre el rincón que
ocupaba José y el hogar. El asiento era una especie de cofre con cajones, los
cuales, puestos a continuación de los otros, formaban como un lecho de reposo
con un apoyo a un lado; se estaba uno allí recostado más que sentado. La
piedra octogonal tenía más de dos pies de diámetro. En el centro había una
cavidad octogonal también cubierta por una placa de metal, donde se hallaban
tres cajas y un cuchillo de piedra en compartimentos separados. Esta piedra
fue colocada al lado del asiento, sobre un pequeño escabel de tres patas que
hasta aquel momento había quedado bajo una cobertura, en el sitio donde
había nacido el Salvador.
Terminados estos arreglos los sacerdotes saludaron a María y al Niño Jesús, y
conversando amistosamente con la Virgen Santísima tomaron al Niño entre
sus brazos, y quedaron conmovidos. Después tuvo lugar la comida en la glorieta.
Muchos pobres que habían seguido a los sacerdotes, como solían hacer
en tales ocasiones, rodeaban la mesa y durante la comida recibían los regalos
de José y de los sacerdotes, de modo que pronto quedó todo distribuido. Al
ponerse el sol me parecía que su disco era más grande que en nuestro país. Lo
vi descender en el horizonte; sus rayos penetraban por la puerta abierta al interior
de la gruta.
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LI
La circuncisión de Jesús
rdían varias lámparas en la gruta. Durante la noche se rezó largo tiempo A y se entonaron cánticos. La ceremonia de la circuncisión tuvo lugar al
amanecer. María estaba preocupada e inquieta. Había dispuesto por si misma
los paños destinados a recibir la sangre y a vendar la herida, y los tenía delante,
en un pliegue de su manto. La piedra octogonal fue cubierta por los sacerdotes
con dos paños, rojo y blanco, éste encima, con oraciones y varias ceremonias.
Luego uno de los sacerdotes se apoyó sobre el asiento y la Virgen
que se había quedado envuelta en el fondo de la gruta con el Niño Jesús en
brazos, se lo entregó a la criada con los paños preparados. José lo recibió de
manos de la mujer y lo dio a la que había venido con los sacerdotes. Esta mujer
colocó al Niño, cubierto con un velo, sobre la cobertura de la piedra octogonal.
Recitaron nuevas oraciones. La mujer quitó al Niño sus pañales y lo
puso sobre las rodillas del sacerdote que se hallaba sentado. José inclinóse por
encima de los hombros del sacerdote y sostuvo al Niño por la parte superior
del cuerpo. Dos sacerdotes se arrodillaron a derecha e izquierda, teniendo cada
uno de ellos uno de sus piececitos, mientras el que realizaba la operación
se arrodilló delante del Niño. Descubrieron la piedra octogonal y levantaron
la placa metálica para tener a mano las tres cajas de ungüento; había allí aguas
para las heridas. Tanto el mango como la hoja del cuchillo eran de piedra. El
mango era pardo y pulido; tenía una ranura por la que se hacía entrar la hoja,
de color amarillento, que no me pareció muy filosa. La incisión fue hecha con
la punta curva del cuchillo. El sacerdote hizo uso también de la uña cortante
de su dedo. Exprimió la sangre de la herida y puso encima el ungüento y otros
ingredientes que sacó de las cajas. La cuidadora tomó al Niño y después de
haber vendado la herida lo envolvió de nuevo en sus pañales. Esta vez le fueron
fajados los brazos que antes llevaba libres y le pusieron en torno de la cabeza
el velo que lo cubría anteriormente.
Después de esto el Niño fue puesto de nuevo sobre la piedra octogonal y recitaron
otras oraciones.
El ángel había dicho a José que el Niño debía llamarse Jesús; pero el sacerdote
no aceptó al principio ese nombre y por eso se puso a rezar. Vi entonces a
un ángel que se le aparecía y le mostraba el nombre de Jesús sobre un cartel
parecido al que más tarde estuvo sobre la cruz del Calvario. No sé en realidad
-140 -

si el ángel fue visto por él o por otro sacerdote: lo cierto es que lo vi muy
emocionado escribiendo ese nombre en un pergamino, como impulsado por
una inspiración de lo alto. El Niño Jesús lloró mucho después de la ceremonia
de la circuncisión. He visto que José lo tomaba y lo ponía en brazos de María,
que se había quedado en el fondo de la gruta con dos mujeres más. María tomó
al Niño, llorando, se retiró al fondo donde se hallaba el pesebre, se sentó
cubierta con el velo y calmó al Niño dándole el pecho. José le entregó los pañales
teñidos en sangre. Se recitaron nuevamente oraciones y se cantaron
salmos. La lámpara ardía, aunque había amanecido completamente. Poco
después la Virgen se aproximó con el Niño y lo puso en la piedra octogonal.
Los sacerdotes inclinaron hacia ella sus manos cruzadas sobre la cabeza del
Niño, y luego se retiró María con el Niño Jesús. Antes de marcharse los sacerdotes
comieron algo en compañía de José y de dos pastores bajo la enramada.
Supe después que todos los que habían asistido a la ceremonia eran
personas buenas y que los sacerdotes se convirtieron y abrazaron la doctrina
del Salvador. Entre tanto, durante toda la mañana se distribuyeron regalos a
los pobres que acudían a la puerta de la gruta. Mientras duró la ceremonia el
asno estuvo atado en sitio aparte.
Hoy pasaron por la puerta unos mendigos sucios y harapientos, llevando envoltorios,
procedentes del valle de los pastores: parecía que iban a Jerusalén
para alguna fiesta. Pidieron limosna con mucha insolencia, profiriendo maldiciones
e injurias cerca del pesebre, diciendo que José no les daba bastante. No
supe quienes eran, pero me disgustó grandemente su proceder. Durante la noche
siguiente he visto al Niño a menudo desvelado a causa de sus dolores, y
que lloraba mucho. María y José lo tomaban en brazos uno después de otro y
lo paseaban alrededor de la gruta tratando de calmarlo.
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LII
Isabel acude a la gruta de Belén
sta noche vi a Isabel montada en un asno, conducido por un viejo criado E en camino de Juta a la gruta de Belén. José la recibió afectuosamente y
María la abrazó con un sentimiento de indecible alegría. Isabel estrechó al
Niño contra su pecho, derramando lágrimas de júbilo. Le prepararon un lecho
cerca del sitio donde había nacido Jesús. Delante de él había un banquillo alto
como el de aserrador, sobre el cual había un cofre pequeño donde solían colocar
al Niño Jesús. Debía ser una costumbre que usaban con los niños, pues ya
había visto en casa de Ana a María en su primera infancia reposando en un
banquillo parecido.
Anoche y durante el día de hoy vi a María e Isabel sentadas juntas en afectuosa
conversación. Yo me hallaba tan cerca de ellas que escuchaba sus palabras
con sentimiento de viva alegría. La Virgen contó a su prima todo lo que había
sucedido hasta entonces y cuando habló de lo que había sufrido buscando un
albergue en Belén, Isabel lloró muy conmovida. Le dijo muchas cosas referentes
al nacimiento de Jesús. Le explicó que en el momento de la anunciación,
su espíritu se había sentido arrebatado durante diez minutos, teniendo la
sensación de que su corazón se duplicaba y que un bienestar indecible entraba
en ella llenándola por completo. En el momento del nacimiento, se había sentido
también arrebatada con la sensación que los ángeles la llevaban arrodillada
por los aires y le había parecido que su corazón se dividía en dos partes y
que una mitad se separaba de la otra. Durante diez minutos había perdido el
uso de los sentidos. Luego sintió un vacío interior y un inmenso deseo de la
felicidad infinita que hasta aquel momento había habitado en ella y que ya no
estaba más. Había visto delante de sí una luz deslumbradora, en medio de la
cual su Niño había parecido crecer ante sus ojos. En ese momento lo vio moverse
y lo oyó llorar. Volviendo en sí lo levantó de la colcha y lo estrechó contra
su pecho, pues al principio había creído estar soñando y no se había atrevido
a tocar al Niño rodeado de tanta luz. Dijo no haberse dado cuenta del
momento en que el Niño se había separado de ella. Isabel le contestó: "En
vuestro alumbramiento habéis gozado favores que no tienen las demás mujeres.
El nacimiento de mi Juan fue también lleno de dulzura, pero todo se realizó
en forma muy diversa". Esto es lo que recuerdo de sus pláticas.
Al caer la tarde María se ocultó nuevamente con el Niño, acompañada de Isa-
-142 -

bel, en la caverna lateral, vecina a la gruta del pesebre; me parece que permanecieron
allí toda la noche. María procedió así porque muchas personas de
distinción acudían de Belén al pesebre por pura curiosidad, y no quiso mostrarse
a ellas. Hoy vi a María saliendo con el Niño de la gruta del pesebre,
yendo a otra que está a la derecha. La entrada es estrecha y unos catorce escalones
inclinados llevan primero a una pequeña cueva y después a una habitación
subterránea más amplia que la gruta del pesebre. José la separó en dos
partes por medio de una colcha que suspendió de la techumbre. La parte contigua
a la entrada era semicircular y la otra cuadrada. La luz no venía de arriba,
sino de aberturas laterales que atravesaban una roca muy ancha. Unos días
antes había visto a un hombre sacar de aquella gruta haces de leña y de paja y
paquetes de cañas como los que usaba José para hacer fuego. Fue un pastor el
que hizo este servicio. Esta gruta era más amplia y clara que la del pesebre. El
asno no estaba en ella. Vi al Niño Jesús acostado en una gamella abierta en la
roca. En los días precedentes vi a María a menudo junto a algunos visitantes
mostrándoles al Niño cubierto con un velo y teniendo sólo un paño alrededor
del cuerpo. Otras veces lo veía del todo fajado. He visto que la cuidadora que
había asistido a la circuncisión venía a menudo a visitar al Niño. María le daba
casi todo lo que traían los visitantes para que ella lo distribuyera entre los
pobres del lugar y de Belén.
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LIII
Los países de los Reyes Magos
i el nacimiento de Jesucristo anunciado a los Reyes Magos. He visto a V Mensor y a Sair: estaban en el país del primero y observaban los astros,
después de haber hecho los preparativos del viaje. Observaban la estrella de
Jacob desde lo alto de una torre piramidal. Esta estrella tenía una cola que se
dilató ante sus ojos, y vieron a una Virgen brillante, delante de la cual, en medio
del aire, se veía un Niño luminoso. Al lado derecho del Niño brotó una
rama, en cuya extremidad apareció, como una flor, una pequeña torre con varias
entradas que acabó por transformarse en ciudad. Inmediatamente después
de esta aparición los dos Reyes se pusieron en marcha. Teokeno, el tercero de
los Reyes, que vivía más hacia el oriente, a dos días de viaje, tuvo igual aparición,
a la misma hora, y partió en seguida aceleradamente para reunirse con
sus dos amigos, a los que encontró en el camino.
Me dormí con gran deseo de encontrarme en la gruta del pesebre, cerca de la
Madre de Dios, con el ansia de que ella me diera al Niño Jesús para tenerlo en
mis brazos algún tiempo y estrecharlo contra mi corazón. Me acerqué a la
gruta del pesebre. Era de noche. José dormía apoyado en el brazo derecho, en
su aposento, cerca de la entrada. María estaba despierta, sentada en su sitio de
costumbre, cerca del pesebre, teniendo al pequeño Jesús a su pecho, cubierta
con un velo. Me arrodillé allí y le adoré, sintiendo un, gran deseo de ver al
Niño. ¡Ah, María bien lo sabía! ¡Ella lo sabe todo y acoge todo lo que se le
pide con bondad muy conmovedora, siempre que se rece con fe sincera! Pero
ahora estaba silenciosa, en recogimiento; adoraba respetuosamente a Aquél de
quien era Madre. No me dio al Niño, porque creo lo estaba amamantando. En
su lugar, yo hubiera hecho lo mismo. Mi ansia crecía más y se confundía con
el de todas las almas que suspiraban por el Niño Jesús. Pero esta ansia mía no
era tan pura, tan inocente ni tan sincera como la del corazón de los buenos
Reyes Magos del Oriente, que lo habían aguardado desde siglos en las personas
de sus antepasados, creyendo, esperando y amando. Así fue que mi deseo
se volvió hacia ellos. Cuando acabé de rezar, me deslicé respetuosamente fuera
de la gruta y fui llevada por un largo camino hasta el cortejo de los Reyes
Magos.
A través del camino he visto muchos países, moradas y gentes con sus trajes,
sus costumbres y su culto; pero casi todo se me ha ido de la memoria. Fui lle-
-144 -

vada al Oriente a una región donde nunca había estado, casi toda estéril y arenosa.
Cerca de unas colinas habitaban en cabañas, bajo enramadas, pequeños
grupos de hombres. Eran familias aisladas de cinco a ocho personas. El techo
de ramas se apoyaba en la colina donde habían cavado las habitaciones. Esta
región no producía casi nada; sólo brotaban zarzales y algún arbolillo con capullos
de algodón blanco. En otros árboles más grandes colocaban a sus ídolos.
Aquellos hombres vivían aún en estado salvaje. Me pareció que se alimentaban
de carne cruda, especialmente de pájaros y se dedicaban al latrocinio.
Eran de color cobrizo y tenían los cabellos rojos como el pelo de zorro.
Eran bajos, macizos, más bien gordos que flacos; eran muy hábiles, activos y
ágiles. En sus habitaciones no había animales domésticos ni tenían rebaños.
Confeccionaban una especie de colchas con algodón que recogían de sus pequeños
árboles. Hilaban largas cuerdas del espesor de un dedo que luego trenzaban
para hacer anchas tiras de tejidos. Cuando habían preparado cierta cantidad
ponían sobre sus cabezas grandes atados de colchas e iban a venderlas a
la ciudad. También he visto sus ídolos en varios lugares, bajo frondosos árboles:
tenían cabeza de toro con cuernos y boca grande; en el cuerpo agujeros
redondos y más abajo una abertura ancha donde encendían fuego para quemar
las ofrendas colocadas en otras aberturas más pequeñas. Alrededor de cada
árbol, bajo los cuales había ídolos, veíanse otras figuras de animales sobre columnitas
de piedra. Eran pájaros, dragones y una figura que tenía tres cabezas
de perro y una cola de Serpiente arrollada sobre si misma.
Al comenzar el viaje tuve la idea de que había gran cantidad de agua a mi derecha
y que me alejaba cada vez roas de ella. Pasada esta región, el sendero
subía siempre. Atravesé la cresta de una montaña de arena blanca donde había
gran cantidad de piedrecillas negras quebradas semejantes a fragmentos de jarrones
y escudillas. Del otro lado bajé a una región cubierta de árboles que parecían
alineados en orden perfecto. Algunos de estos árboles tenían el tronco
cubierto de escamas; las hojas eran extraordinariamente grandes. Otros eran
de forma piramidal, con grandes y hermosas flores. Estos últimos tenían hojas
de un verde amarillento y ramas con capullos. He visto otros árboles con
hojas muy lisas, en forma de corazón.
Llegué después a un país de praderas que se extendía hasta donde alcanzaba
la vista en medio de alturas. Había allí innumerables rebaños. Los viñedos
crecían alrededor de las colinas. Había filas de cepas sobre terrazas con pequeños
vallados de ramas para protegerlas. Los dueños de los rebaños habita-
-145 -

ban en carpas, cuya entrada estaba cerrada por medio de zarzos livianos.
Aquellas carpas estaban hechas con tejido de lana blanca fabricado por los
pueblos más salvajes que había visto antes. En el centro había una gran carpa
rodeada de muchas otras pequeñas. Los rebaños, separados en clases, vagaban
por extensos prados divididos por setos de zarzales. Había diferentes tipos de
rebaños: carneros cuya lana colgaba en largas trenzas, con grandes colas lanudas;
otros animales muy ágiles, con cuernos, como los de los chivos, grandes
como terneros; otros tenían el tamaño de los caballos que corren en libertad
en nuestras praderas. Había también manadas de camellos y animales de
la misma especie pero con dos jorobas. En un recinto cerrado vi elefantes
blancos y algunos manchados: estaban domesticados y servían para los trabajos
ordinarios. Esta visión fue interrumpida tres veces por diversas circunstancias,
pero volví siempre a ella. Aquellos rebaños y pastizales pertenecían,
según creo, a uno de los Reyes Magos que se hallaba entonces de viaje; me
parece que eran del Rey Mensor y sus parientes. Habían sido puestos al cuidado
de otros pastores subalternos que vestían chaquetas largas hasta las rodillas,
más o menos de la forma de las de nuestros campesinos, pero más estrechas.
Creo que por haber partido el jefe para un largo viaje todos los rebaños
fueron revisados por inspectores, y los pastores subalternos tuvieron que decir
la cantidad exacta, pues he podido ver a cierta gente, cubierta de grandes
abrigos, venir de cuando en cuando para tomar nota de todo. Se instalaban en
la gran carpa principal y central y hacían desfilar a todos los rebaños entre esta
carpa y las más pequeñas. Así se examinaba y contaba todo. Los que nacían
las cuentas tenían en las manos una especie de tablilla, no sé de qué materia,
sobre la cual escribían. Viendo esto, me decía: "¡Ojalá pudieran nuestros
obispos examinar con el mismo cuidado los rebaños confiados a los pastores
subalternos!" Cuando después de la última interrupción de esta visión volví a
estas praderas, era ya de noche. La mayor parte de los pastores descansaban
bajo carpas pequeñas. Sólo algunos velaban caminando de un lado a otro en
torno a las reses, encerradas, según su especie, en grandes recintos separados.
Yo miraba con afecto estos rebaños que dormían en paz pensando que pertenecían
a hombres, los cuales habían abandonado la contemplación de los azules
prados del cielo, sembrados de estrellas, y habían partido siguiendo el llamado
de su Creador Todopoderoso, como fieles rebaños, para seguirlo con
más obediencia que los corderos de esta tierra siguen a sus pastores terrenales.
Veía a los pastores que miraban más a menudo las estrellas del cielo que sus
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rebaños de la tierra. Yo pensaba: "Tienen razón en levantar los ojos asombrados
y agradecidos hasta el cielo mirando hacia donde sus antepasados, desde
hace siglos, perseverando en la espera y en la oración, no han cesado de levantar
sus miradas".
El buen pastor que busca la oveja perdida, no descansa hasta haberla encontrado
y traído de nuevo. Lo mismo acaba de hacer el Padre que está en los cielos,
el verdadero pastor de los innumerables rebaños de estrellas extendidos
en la inmensidad. Al pecar el hombre, a quien Dios había sometido toda la
tierra, Dios maldijo a ésta en castigo de su crimen; fue a buscar al hombre
caído en la tierra, su residencia, como a una oveja perdida; envió desde lo alto
del cielo a su Hijo único para que se hiciera hombre, guiara a aquella oveja
descaminada, tomara sobre Él todos sus pecados en calidad de Cordero de
Dios, y, muriendo, diera satisfacción a la justicia divina. Y este advenimiento
del Redentor había tenido lugar. Los reyes de aquel país, guiados por una estrella,
habían partido la noche anterior para rendir homenaje al Salvador recién
nacido. Por causa de esto, los que velaban sobre los rebaños, miraban
con emoción los prados celestiales y oraban; pues el Pastor de los pastores
acababa de bajar de los cielos, y fue a los pastores, antes que a nadie, a quienes
había anunciado su venida.
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LIV
La comitiva de Teokeno
ientras yo contemplaba la inmensa llanura, el silencio de la noche fue M interrumpido por el ruido que producía un grupo de hombres que llegaban
apresuradamente montados en camellos. El cortejo, pasando a lo largo
de los rebaños que descansaban, se dirigió rápidamente hacia la carpa central.
Algunos camellos se despertaban aquí y allá e inclinaban sus largos cuellos
hacia la comitiva que pasaba. Se oía el balar de los corderos, interrumpidos en
su sueño. Algunos de los recién llegados bajaron de sus monturas y despertaban
a los pastores que dormían. Los vigías más próximos se juntaron al cortejo.
Pronto todos estuvieron en pie y en movimiento en torno de los viajeros.
La gente conversaba mirando al cielo e indicando las estrellas. Se referían a
un astro o a una aparición celeste que ya no se percibía más, pues yo misma
ya no pude verla. Era el cortejo de Teokeno, el tercero de los Reyes Magos
que habitaba más lejos. Había visto en su patria la misma aparición en el cielo
que vieron sus compañeros y de inmediato se puso en camino. Ahora preguntaba
cuánta ventaja le llevaban de camino Mensor y Sair, y si aún se veía la
estrella que había tomado como guía. Cuando hubo recibido los informes necesarios,
continuó su viaje sin detenerse mayormente. Este era el lugar donde
los tres Reyes, que vivían muy lejos uno de otro, solían reunirse para observar
los astros y en su cercanía se hallaba la torre piramidal en cuya cumbre hacían
observaciones. Teokeno era entre los tres el que habitaba más lejos. Vivía
más allá del país donde residió Abrahán al principio, y se había establecido
alrededor de esa comarca.
En los intervalos entre las visiones que tuve tres veces, durante este día, relativas
a lo que sucedía en la gran llanura de los rebaños, me fueron mostradas
diversas cosas sobre los países donde había vivido Abrahán: he olvidado la
mayor parte. Vi una vez, a gran distancia, la altura donde Abrahán debía sacrificar
a su hijo Isaac. La primera morada de Abrahán se hallaba situada sobre
una gran elevación, y los países de los tres Reyes Magos eran más bajos y
estaban alrededor de aquel lugar de Abrahán. Otra vez vi, muy claramente, a
pesar de ocurrir muy lejos, el hecho de Agar y de Ismael en el desierto. Relato
lo que pude ver de esto. A un lado de la montaña de Abraham, hacia el fondo
del valle, he visto a Agar con su hijo errando en medio de los matorrales. Parecía
estar fuera de si. El niño era todavía muy pequeño y tenía un vestido
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largo. Ella andaba envuelta en un largo manto que le cubría la cabeza y debajo
llevaba un vestido corto con un corpiño ajustado. Puso al niño bajo un árbol
cerca de una colina y le hizo unas marcas en la frente, en la parte superior
del brazo derecho, en el pecho y en la parte alta del brazo izquierdo. No vi la
marca de la frente; pero las otras, hechas sobre el vestido, permanecieron visibles
y parecían trazadas en rojo. Tenían la forma de una cruz, no común, sino
parecida a una de Malta que llevara en el centro un círculo, del que partían
los cuatro triángulos que formaban la cruz. En cada uno de los triángulos
Agar escribió unos signos o letras en forma de gancho, cuyo significado no
pude comprender. En el círculo del centro trazó dos o tres letras. Hizo todo el
dibujo muy rápidamente con un color rojo que parecía tener en la mano y que
quizás era sangre. Se apartó de allí, levantando sus ojos al cielo, sin mirar el
lugar donde dejaba a su hijo, y fue a sentarse a la sombra de un árbol como a
la distancia de un tiro de fusil. Estando allí oyó una voz en lo alto; se apartó
más aún del lugar primero, y habiendo escuchado la voz por segunda vez dio
con una fuente de agua oculta entre el follaje. Llenó de agua su odre, y volviendo
de nuevo al lado de su hijo, le dio de beber; luego lo llevó consigo
junto a la fuente, y encima del vestido que tenía las marcas hechas, le puso
otra vestimenta. Me parece haber visto otra vez a Agar en el desierto antes del
nacimiento de Ismael.
Al amanecer, el acompañamiento de Teokeno alcanzó a unirse al de Mensor y
de Sair cerca de una población en ruinas. Se veían allí largas filas de columnas,
aisladas unas de otras, y puertas coronadas por torrecitas cuadradas, todo
medio derruido. Aún se veían algunas grandes y hermosas estatuas, no tan rígidas
como las de Egipto, sino en graciosas actitudes, cual si fueran vivientes.
En general el país era arenoso y lleno de rocas. He visto que en las ruinas de
la ciudad se habían establecido gentes que más bien parecían bandoleros y
vagabundos; como único vestido llevaban pieles de animales echadas sobre el
cuerpo y tenían armas de flechas y venablos. Aunque eran de estatura baja y
gruesos, eran ágiles en gran manera; tenían la piel tostada. Creía reconocer este
lugar por haber estado antes, en ocasión de mis viajes a la montaña de los
profetas y al país del Ganges. Cuando se encontraron reunidos los tres Reyes,
dejaron el lugar por la mañana muy temprano, con ánimo de continuar viaje
con apuro. He visto que muchos habitantes pobres siguieron a los Reyes, por
la liberalidad con que los trataban. Después de otro medio día de viaje se detuvieron.
Después de la muerte de Jesucristo, el apóstol San Juan envió a dos
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de sus discípulos, Saturnino y Jonadab (medio hermano de San Pedro) para
anunciar el Evangelio a los habitantes de la ciudad en ruinas20.
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LV
Nombres de los Reyes Magos
uando estuvieron juntos los tres Reyes Magos, he visto que el último, C Teokeno, tenía la piel amarillenta: lo reconocí porque era el mismo que
unos treinta y dos años más tarde se encontraba en su tienda enfermo al visitar
Jesús a estos Reyes en su residencia, cerca de la Tierra prometida. Cada uno
de los Reyes Magos llevaba consigo a cuatro parientes cercanos o amigos más
íntimos, de modo que en el cortejo había como uñas quince personas de alto
rango sin contar la muchedumbre de camelleros y de otros criados. Reconocí
a Eleazar, que más tarde fue mártir, entre los jóvenes que acompañaban a los
Reyes. Estaban sin ropa hasta la cintura y así podían correr y saltar con mayor
agilidad. Tengo una reliquia de este santo.
Mensor, el de los cabellos negros, fue bautizado más tarde por Santo Tomás y
recibió el nombre de Leandro. Teokeno, el de tez amarilla, que se encontraba
enfermo cuando pasó Jesús por Arabia, fue también bautizado por Santo Tomás
con el nombre de León. El más moreno de los tres, que ya había muerto
cuando Jesús visitó sus tierras, se llamaba Sair o Seir. Murió con el bautismo
de deseo. Estos nombres tienen relación con los, de Gaspar, Melchor y Baltasar,
y están en relación con el carácter personal de ellos, pues estas palabras
significan: el primero, Va con amor; el segundo, Vaga en torno acariciando,
se acerca dulcemente; el tercero, Recibe velozmente con la voluntad, une rápidamente
su querer a la voluntad de Dios21.
Me parece haber encontrado reunido por primera vez el cortejo de los tres
Reyes a una distancia como de medio día de viaje, más allá de la población en
ruinas donde había visto tantas columnas y estatuas de piedra. El punto de
reunión era una comarca fértil. Se veían casas de pastores diseminadas, construidas
con piedras blancas y negras. Llegaron a una llanura, en medio de la
cual había un pozo y amplios cobertizos: tres en el centro y varios alrededor.
Parecía un sitio preparado para descanso de los caminantes. Cada acompañamiento
estaba compuesto de tres grupos de hombres. Cada uno comprendía
cinco personajes de distinción, entre ellos el rey, o jefe, que ordenaba, arreglaba
y distribuía todo como un padre de familia. Los hombres de cada grupo
tenían tez de diferente color. Los hombres de la tribu de Mensor eran de un
color moreno agradable; los de Sair eran mucho más morenos, y los de Teokeno
eran de tez más clara y amarillenta. A excepción de algunos esclavos, no
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había allí ninguno de piel totalmente negra. Las personas de distinción iban
sentadas en sus cabalgaduras, sobre envoltorios cubiertos de alfombras, y en
la mano llevaban bastones. A éstos seguían otros animales del tamaño de
nuestros caballos, montados por criados y esclavos que cargaban los equipajes.
Cuando llegaron, desmontaron, descargaron a los animales, les daban de
beber del agua del pozo, rodeado de un pequeño terraplén, sobre el cual había
un muro con tres entradas abiertas. En ese recinto se encontraba el pozo de
agua en sitio más bajo. El agua salía por tres conductos que se cerraban por
medio de clavijas, y el depósito, a su vez, estaba cerrado con una tapa que fue
abierta por uno de los hombres de aquella ciudad en ruinas, agregado al cortejo.
Llevaban odres de cuero divididos en cuatro compartimentos, de modo que
cuando estaban llenos podían beber cuatro camellos a la vez. Eran tan cuidadosos
del agua, que no dejaban perder ni una gota. Después de haber bebido
fueron instalados los animales en recintos sin techo, cerca del pozo, donde
cada uno tenía su compartimiento. Pusieron a las bestias delante de los comederos
de piedra donde se les dio el forraje que habían traído. Les daban de
comer unas semillas del tamaño de bellotas, quizás habas. Traían como equipaje
jaulones colgando de ambos lados de las bestias, en los cuales tenían pájaros
como palomas o pollos, de los cuales se alimentaban durante el viaje. En
unos recipientes de hierro traían panes como tablitas apretadas unas contra
otras del mismo tamaño. Llevaban vasos valiosos de metal amarillo, con
adornos y piedras preciosas. Tenían la forma de nuestros vasos sagrados, cálices
y patenas. En ellos presentaban los alimentos o bebían. Los bordes de estos
vasos estaban adornados con piedras de color rojo. Los vestidos de estos
hombres no eran iguales. Los hombres de Teokeno y los de Mensor llevaban
sobre la cabeza una especie de gorro alto, con tira de, género blanco enrollado;
sus túnicas bajaban a la altura de las pantorrillas y eran simples con ligeros
adornos sobre el pecho. Tenían abrigos livianos, muy largos y amplios,
que arrastraban al caminar. Sair y los suyos llevaban bonetes con cofias redondas
bordadas de diferentes colores y pequeño rodete blanco. Sus abrigos
eran más cortos y sus túnicas, llenas de lazos, con botones y adornos brillantes,
descendían hasta las rodillas. A un lado del pecho llevaban por adorno
una placa estrellada y brillante. Todos calzaban suelas sujetas por cordones
que les rodeaban los tobillos. Los principales personajes tenían en la cintura
sables cortos o grandes cuchillos; llevaban también bolsas y cajitas. Había entre
ellos hombres de cincuenta años, de cuarenta, de veinte; unos usaban la
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barba larga, otros corta. Los servidores y camelleros vestían con tanta escasez,
que muchos de ellos sólo llevaban un pedazo de género o algún viejo
manto.
Cuando hubieron dado de beber a los animales y los encerraron, bebieron los
hombres e hicieron un gran fuego en el centro del cobertizo donde se habían
refugiado. Utilizaron para el fuego pedazos de madera de más o menos dos
pies y medio de largo que los pobres del país traen en haces preparados de antemano
para los viajeros. Hicieron una hoguera de forma triangular, dejando
una abertura para el aire. Hicieron todo esto con mucha habilidad. No sé cómo
consiguieron hacer fuego; pero vi que pusieron un pedazo de madera dentro
de otro perforado y le dieron vueltas algún tiempo, retirándolo luego encendido.
De este modo hicieron fuego. Asaron algunos pájaros que habían
matado. Los Reyes y los más ancianos hacían cada uno en su tribu lo que
hace un padre de familia: repartían las raciones y daban a cada uno la suya;
colocaban los pájaros asados, cortados en pedazos, sobre pequeños platos, y
los hacían circular. Llenaban las copas y daban de beber a cada uno. Los criados
subalternos, entre ellos algunos negros, estaban sentados sobre tapetes en
el suelo. Esperaban con paciencia su turno y recibían su porción. Me parecieron
esclavos. ¡Qué admirables son la bondad y la simplicidad inocente de estos
excelentes Reyes!... A la gente que va con ellos le dan de todo lo que tienen
y hasta le hacen beber en sus vasos de oro, llevándolos a sus labios como
si fueran niños.
Hoy he sabido muchas cosas acerca de los Reyes Magos, especialmente el
nombre de sus países y ciudades; pero lo he olvidado casi todo. Aún recuerdo
lo siguiente: Mensor, el moreno, era de Caldea y su ciudad tenía un nombre
como Acaiaia22: estaba levantada sobre una colina rodeada de un río. Mensor
habitaba generalmente en la llanura cerca de sus rebaños. Sair, el más moreno,
el de la tez cetrina, estaba ya con él preparado para partir en la noche del
Nacimiento. Recuerdo que su patria tenía un nombre como de Parthermo. Al
Norte del país había un lago. Sair y su tribu eran de color más oscuro y tenían
los labios rojos. Los otros eran más blancos. Sólo había una ciudad más o
menos del tamaño de Münster. Teokeno, el blanco, venía de la Media, comarca
situada en un lugar alto, entre dos mares. Habitaba en una ciudad hecha de
carpas, alzadas sobre bases de piedras: he olvidado el nombre. Me parece que
Teokeno, que era el más poderoso de los tres y el más rico, habría podido ir a
Belén por un camino más directo y que sólo por reunirse con los demás había
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hecho un largo rodeo. Me parece que tuvo que atravesar a Babilonia para alcanzarlos.
Sair vivía a tres días de viaje del lugar de Mensor, calculando el día
de doce leguas de camino. Teokeno se hallaba a cinco días de viaje.
Mensor y Sair estaban ya reunidos en casa del primero cuando vieron la estrella
del nacimiento de Jesús y se pusieron en camino al día siguiente. Teokeno
vio la misma aparición desde su residencia y partió rápidamente para reunirse
a los dos Reyes, encontrándose en la población en ruinas. La estrella que los
guiaba era como un globo redondo y la luz salía como de una boca. Parecía
que el globo estuviera suspendido de un rayo luminoso dirigido por una mano.
Durante el día yo veía delante de ellos un cuerpo luminoso cuya claridad
sobrepasaba la luz del sol. Me asombra la rapidez con que hicieron el viaje,
considerando la gran distancia que los separaba de Belén. Los animales tenían
un paso tan rápido y uniforme que su marcha parecía tan ordenada, veloz e
igual como el vuelo de una bandada de aves de paso. Las comarcas donde
habitaban los tres Reyes Magos formaban en conjunto un triángulo. La caravana
permaneció hasta la noche en el lugar donde los había visto detenerse.
Las personas que se les agregaron ayudaron a cargar de nuevo las bestias y se
llevaron luego las cosas que dejaron abandonadas allí los viajeros. Cuando se
pusieron en camino, ya era de noche, y se veía la estrella, con una luz algo rojiza
como la luna cuando hay mucho viento. Durante un tiempo marcharon
junto a sus animales, con la cabeza descubierta, recitando sus plegarias. El
camino estaba muy quebrado y no se podía ir de prisa; sólo más tarde, cuando
el camino se hizo llano, subieron a sus cabalgaduras. Por momentos hacían la
marcha más lenta y entonces entonaban unos cantos muy expresivos y conmovedores
en medio de la soledad de la noche.
En la noche del 29 al 30 me encontré nuevamente muy próximo al cortejo de
los Reyes. Estos avanzaban siempre en medio de la noche en pos de la estrella,
que a veces parecía tocar la tierra con su larga cola luminosa. Los Reyes,
miran la estrella con tranquila alegría. A veces descienden de sus cabalgaduras
para conversar entre ellos. Otras veces, con melodía lenta, sencilla y expresiva,
cantan alternativamente frases cortas, sentencias breves, con notas
muy altas o muy bajas. Hay algo de extraordinariamente conmovedor en estos
cantos, que interrumpe el silencio nocturno, y yo siento profundamente su
significado. Observan un orden muy hermoso mientras avanzan en su camino.
Adelante marcha un gran camello que lleva de cada lado cofres, sobre los
cuales hay amplias alfombras y encima está sentado un jefe con su venablo en
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la mano y una bolsa a su lado. Le siguen algunos animales más pequeños,
como caballos o asnos, y encima del equipaje, los hombres que dependen de
este jefe. Viene después otro jefe sobre otro camello y así sucesivamente. Los
animales andan con rapidez, a grandes trancos, aunque ponen las patas en tierra
con precaución; sus cuerpos parecen inmóviles mientras sus patas están en
movimiento. Los hombres se muestran muy tranquilos, como si no tuvieran,
preocupaciones. Todo procede con tanta calma y dulzura que parece un sueño.
Estas buenas gentes no conocen aún al Señor y van hacia Él con tanto orden,
con tanta paz y buena voluntad, mientras nosotros, a quienes Él ha salvado
y colmado de beneficios con sus bondades, somos muy desordenados y
poco reverentes en nuestras santas procesiones. Se detuvieron nuevamente en
una llanura cerca de un pozo. Un hombre que salió de una cabaña de la vecindad
abrió el pozo y dieron de beber a los animales, deteniéndose sólo un rato
sin descargarlas.
Estamos ya en, el día 30. He vuelto a ver al cortejo ascendiendo una alta meseta.
A la derecha se veían montañas, y me pareció que se acercaban a una región
con poblaciones, fuentes y árboles. Me pareció el país que había visto el
año pasado, y aún recientemente, hilando y tejiendo algodón, donde adoraban
ídolos en forma de toros. Volvieron a dar con mucha generosidad alimento a
los numerosos viajeros que seguían a la comitiva; pero no utilizaron los platos
y bandejas; lo que me causó alguna sorpresa. Era un sábado, primer día del
mes.
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LVI
Llegan al país del rey de Causur
e vuelto a ver a los Reyes en las inmediaciones de una ciudad, cuyo H nombre me suena cómo Causur. Esta población se componía de carpas
levantadas sobre bases de piedra. Se detuvieron en casa del jefe o rey del país,
cuya habitación se encontraba a alguna distancia. Desde que se habían reunido
en la población en ruinas hasta aquí, habían andado cincuenta y tres o sesenta
y tres horas de camino. Contaron al rey del lugar todo lo que habían observado
en las estrellas y este rey se asombró mucho del relato. Miró hacia el
astro que les servía de guía y vio, en efecto, a un Niñito-en él con una cruz.
Pidió a los Reyes volvieran a contarle lo que vieren, porque él también deseaba
levantar altares al Niño y ofrecerle sacrificios. Tengo curiosidad de ver si
cumplirá su palabra. Era Domingo, día 2.
Oí que hablaban al rey de sus observaciones astrales, y de esa conversación
recuerdo lo siguiente: Los antepasados de los Reyes eran de la estirpe de Job,
que antiguamente había habitado cerca del Cáucaso, aunque tenía posesiones
en comarcas muy lejanas. Más o menos 1500 años antes de Cristo aquella raza
no se componía más que de una tribu.' El profeta Balaam era de su país y
uno de sus discípulos había dado a conocer allí su profecía: "Una estrella ha
de nacer de Jacob;" dando las instrucciones al respecto. Su doctrina se había
extendido mucho entre ellos. Levantaron una torre alta en una montaña y varios
astrólogos se turnaban en ella alternativamente. He visto esa torre, parecida
a una montaña, muy ancha en su base y terminada en punta. Todo lo que
observaban era anotado y pasaba luego de boca en boca. Estas observaciones
sufrieron repetidas interrupciones debido a diversas causas. Más tarde se introdujeron
prácticas execrables, como el sacrificio de niños, aunque conservaban
la creencia de que el Niño prometido llegaría pronto. Alrededor de cinco
siglos antes de Cristo cesaron estas observaciones y aquellos hombres se
dividieron en tres ramas diferentes, formadas por tres hermanos que vivieron
separados con sus familias. Tenían tres hijas a las que Dios había concedido
el don de profecía, las cuales recorrieron el país vestidas de largos mantos,
haciendo conocer las predicciones relativas a la estrella y al Niño que debía
salir de Jacob.
Se dedicaron desde entonces nuevamente a observar los astros y la expectación
se hizo muy intensa en las tres tribus. Estos tres Reyes descendían de
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aquellos tres hermanos a través de quince generaciones que se habían sucedido
en línea recta durante quinientos años. Con la mezcla de unas razas con
otras había variado también la tez de estos tres Reyes, y en el color se diferenciaban
unos de otros. Desde esos cinco siglos no habían dejado de reunirse
los reyes de vez en cuando para observar los astros. Todos los hechos notables
relacionados con el nacimiento de Jesús y el advenimiento del Mesías les
habían sido indicados mediante las señales maravillosas de los astros. He visto
algunas de estas señales, aunque no las puedo describir con claridad. Desde
la concepción de María Santísima, es decir, desde quince años atrás, estas señales
indicaban con más claridad que la venida del Niño estaba próxima. Los
Reyes habían observado cosas que tenían relación con la pasión del Señor.
Pudieron calcular con exactitud la época en que saldría la estrella de Jacob,
anunciada por Balaam, porque habían visto la escala de Jacob, y, según el
número de escalones y la sucesión de los cuadros que allí se encontraban, era
posible calcular el advenimiento del Mesías, como sobre un calendario, porque
la extremidad de la escala llegaba hasta la estrella o bien la estrella misma
era la última imagen aparecida. En el momento de la concepción de María
habían visto a la Virgen con un cetro y una balanza, sobre cuyos platillos
había espigas de trigo y uvas. Algo más tarde vieron a la Virgen con el Niño.
Belén se les apareció como un hermoso palacio, una casa (llena de abundantes
bendiciones. Vieron también allí dentro a la Jerusalén celestial, y entre las dos
moradas se extendía una ruta llena de sombras, de espinas, de combate y de
sangre. Ellos creyeron que esto debía tomarse al pie de la letra: pensaron que
el Rey esperado debía haber nacido en medio de gran pompa y que todos los
pueblos le rendirían homenaje, y por esto iban con gran acompañamiento a
honrarle y a ofrecerle sus dones. La visión de la Jerusalén celestial la tomaron
por su reino en la tierra y pensaban encaminarse a esa ciudad. En cuanto al
sendero lleno de sombras y espinas, pensaron que significaba el viaje que
hacían lleno de dificultades o alguna guerra que amenazaba al nuevo Rey. Ignoraban
que esto era el símbolo de la vía dolorosa de su Pasión. Más abajo, en
la escala de Jacob, vieron, y yo también la vi, una torre artísticamente construida,
muy semejante a las torres que veo sobre el monte de los Profetas, y
donde la Virgen se refugió una vez durante una tormenta. Ya no recuerdo lo
que esto significaba; pero podría ser la huida a Egipto. Sobre la escala de Jacob
había una serie de cuadros, símbolos figurativos de la Virgen, algunos de
los cuales se encuentran en las Letanías, y además "la fuente sellada", el jar-
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dín cerrado, como asimismo unas figuras de reyes entre los cuales uno tenía
un cetro y los otros ramas de árboles. Estos cuadros los veían en las estrellas
continuamente durante las tres últimas noches. Fue entonces que el principal
envió mensajes a los otros; y viendo a unos reyes que presentaban ofrendas al
Niño recién nacido, se pusieron en camino para no ser los últimos en rendirle
homenaje. Todas las tribus de los adoradores de astros habían visto la estrella;
pero sólo estos Reyes Magos se decidieron a seguirla. La estrella que los
guiaba no era un cometa, sino un meteoro brillante, conducido por un ángel.
Estas visiones fueron causa de que partieran con la esperanza de hallar grandes
cosas, quedando después muy sorprendidos al no encontrar nada de lo que
pensaban. Se admiraron de la recepción de Herodes y de que todo el mundo
ignorase el acontecimiento. Al llegar a Belén y al ver una pobre gruta en lugar
del palacio que habían contemplado en la estrella, estuvieron tentados por
muchas dudas; no obstante, conservaron su fe, y ya ante el Niño Jesús, reconocieron
que lo que habían visto en la estrella se estaba realizando. Mientras
observaban las estrellas hacían ayuno, oraciones, ceremonias y toda clase de
abstinencias y purificaciones. El culto de los astros ejercía en la gente mala
toda clase de influencias perniciosas por su relación con los espíritus malignos.
En los momentos de sus visiones eran presas de convulsiones violentas, y
como consecuencia de éstas agitaciones tenían lugar los sacrificios sangrientos
de niños. Otras personas buenas, como los Reyes Magos, veían todas estas
cosas con claridad serena y con agradable emoción, y se volvían mejores y
más creyentes.
Cuando los Reyes dejaron a Causur, he visto que se unió a ellos una caravana
de viajeros distinguidos que seguía el mismo derrotero. El 3 y el 4 del mes vi
que atravesaban una llanura extensa, y el 5 se detuvieron cerca de un pozo de
agua. Allí dieron de beber a sus bestias, sin descargarlas, y prepararon algunos
alimentos. Canto con estos Reyes. Ellos lo hacen agradablemente, con palabras
como éstas: "Queremos pasar las montañas y arrodillarnos ante el nuevo
Rey". Improvisan y cantan versos alternativamente. Uno de ellos empieza
y los otros repiten; luego otro dice una nueva estrofa, y así prosiguen, mientras
cabalgan, cantando sus melodías dulces y conmovedoras.
En el centro de la estrella o, mejor, dentro del globo luminoso, que les indicaba
el camino, vi aparecer un Niño con la cruz. Cuando los Reyes vieron la
aparición de la Virgen en las estrellas, el globo luminoso se puso encima de
esta imagen, poniéndose prontamente en movimiento.
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LVII
La Virgen Santísima presiente la llegada de los Reyes
aría había tenido una visión de la próxima llegada de los Reyes, cuan-M do éstos se detuvieron con el rey de Causur, y vio también que este rey
quería levantar un altar para honrar al Niño. Comunicólo a José y a Isabel, diciéndoles
que sería preciso vaciar cuanto se pudiera la gruta del Pesebre y
preparar la recepción de los Reyes. María se retiró ayer de la gruta por causa
de unos visitantes curiosos, que acudieron muchos más en estos últimos días.
Hoy Isabel se volvió a Juta en compañía de un criado.
En estos dos últimos días hubo más tranquilidad en la gruta del Pesebre y la
Sagrada Familia permaneció sola la mayor parte del tiempo. Una criada de
María, mujer de unos treinta años, grave y humilde, era la única persona que
los acompañaba. Esta mujer, viuda, sin hijos, era parienta de Ana, que le
había dado asilo en su casa. Había sufrido mucho con su esposo, hombre duro,
porque siendo ella piadosa y buena, iba a menudo a ver a los esenios con
la esperanza del Salvador de Israel. El hombre se irritaba por esto, como
hacen los hombres perversos de nuestros días, a quienes les parece que sus
mujeres van demasiado a la iglesia. Después de haber abandonado a su mujer,
murió al poco tiempo. Aquellos vagabundos que, mendigando, habían proferido
injurias y maldiciones cerca de la gruta de Belén, e iban a Jerusalén para
la fiesta de la Dedicación del Templo, instituida por los Macabeos, no volvieron
por estos contornos. José celebró el sábado bajo la lámpara del Pesebre
con María y la criada. Esta noche empezó la fiesta de la Dedicación del Templo
y reina gran tranquilidad. Los visitantes, bastante numerosos, son gentes
que van a la fiesta. Ana envía a menudo mensajeros para traer presentes e inquirir
noticias. Como las madres judías no amamantan mucho tiempo a sus
criaturas sino que les dan otros1 alimentos, así el Niño Jesús tomaba también,
después de los primeros días, una papilla hecha con la médula de una especie
de caña. Es un alimento dulce, liviano y nutritivo. José enciende su lámpara
por la noche y por la mañana para celebrar la fiesta de la Dedicación. Desde
que ha empezado la fiesta en Jerusalén, aquí están muy tranquilos.
Llegó hoy un criado mandado por Santa Ana trayendo, además de varios objetos,
todo lo necesario para trabajar en un ceñidor y un cesto lleno de hermosas
frutas cubiertas de rosas. Las flores puestas sobre las frutas conservaban
toda su frescura. El cesto era alto y fino, y las rosas no eran del mismo color
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que las nuestras, sino de un tinte pálido y color de carne, entre otras amarillas
y blancas y algunos capullos. Me pareció que le agradó a María este cesto y lo
colocó a su lado.
Mientras tanto yo veía varias veces a los Reyes en su viaje. Iban por un camino
montañoso, franqueando aquellas montañas donde había piedras parecidas
a fragmentos de cerámica. Me agradaría tener algunas de ellas, pues son bonitas
y pulidas.
Hay algunas montañas con piedras transparentes, semejantes a huevos de pájaros,
y mucha arena blanquizca. Más tarde vi a los Reyes en la comarca donde
se establecieron posteriormente y donde Jesús los visitó en el tercer año de
su predicación. Me pareció que José, deseando permanecer en Belén, pensaba
habitar allí después de la Purificación de María y que había tomado ya informes
al respecto.
Hace tres días vinieron algunas personas pudientes de Belén a la gruta. Ahora
aceptarían de muy buena gana a la Sagrada Familia en sus casas; pero María
se ocultó en la gruta lateral y José rehusó modestamente sus ofrecimientos.
Santa Ana está por visitar a María. La he visto muy preocupada en estos últimos
días revisando sus rebaños y haciendo la separación de la parte de los
pobres y la del Templo. De la misma manera la Sagrada Familia reparte todo
lo que recibe en regalos. La festividad de la Dedicación seguía aún por la mañana
y por la noche y deben de haber agregado otra fiesta el día 13, pues pude
ver que en Jerusalén hacían cambios en las ceremonias. Vi también a un sacerdote
junto a José, con un rollo, orando al lado de una mesa pequeña cubierta
con una carpeta roja y blanca. Me pareció que el sacerdote venía a ver si
José celebraba la fiesta o para anunciar otra festividad. En estos últimos días
la gruta estuvo muy tranquila porque no tenía visitantes.
La fiesta de la Dedicación terminó con el sábado, y José dejó de encender las
lámparas. El domingo 16 y el lunes 17 muchos de los alrededores acudieron a
la gruta del Pesebre, y aquellos mendigos descarados se mostraron en la entrada.
Todos volvían de las fiestas de la Dedicación. El 17 llegaron dos mensajeros
de parte de Ana, con alimentos y diversos objetos, y María, que es
más generosa que yo, pronto distribuyó todo lo que tenía. Vi a José haciendo
diversos arreglos en la gruta del pesebre, en las grutas laterales y en la tumba
de Maraha. Según la visión que había tenido María, esperaban próximamente
a Ana y a los Reyes Magos.
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LVIII
El viaje de los Reyes Magos
e visto llegar hoy la caravana de los Reyes, por la noche, a una pobla-H ción pequeña con casas dispersas, algunas rodeadas de grandes vallas.
Me parece que es éste el primer lugar donde se entra en la Judea. Aunque
aquella era la dirección de Belén, los Reyes torcieron hacia la derecha, quizás
por no hallar otro camino más directo. Al llegar allí su canto era más expresivo
y animado; estaban más contentos porque la estrella tenía un brillo extraordinario:
era como la claridad de la luna llena, y las sombras se veían con
mucha nitidez. A pesar de todo, los habitantes parecían no reparar en ella. Por
otra parte eran buenos y serviciales. Algunos viajeros habían desmontado y
los habitantes ayudaban a dar de beber a las bestias. Pensé en los tiempos de
Abrahán, cuando todos los hombres eran serviciales y benévolos. Muchas
personas acompañaron a la comitiva de los Reyes Magos llevando palmas y
ramas de árboles cuando pasaron por la ciudad. La estrella no tenía siempre el
mismo brillo: a veces se oscurecía un tanto; parecía que daba más claridad según
fueran mejores los lugares que cruzaban. Cuando vieron los Reyes resplandecer
más a la estrella, se alegraron mucho pensando que sería allí donde
encontrarían al Mesías,
Esta mañana pasaron al lado de una ciudad sombría, cubierta de tinieblas, sin
detenerse en ella, y poco después atravesaron un arroyo que se echa en el Mar
Muerto. Algunas de las personas que los acompañaban se quedaron en estos
sitios. He sabido que una de aquellas ciudades había servido de refugio a alguien
en ocasión de un combate, antes que Salomón subiera al trono. Atravesando
el torrente, encontraron un buen camino.
Esta noche volví a ver el acompañamiento de los Reyes que había aumentado
a unas doscientas personas porque la generosidad de ellos había hecho que
muchos se agregaran al cortejo. Ahora se acercaban por el Oriente a una ciudad
cerca de la cual pasó Jesús, sin entrar, el 31 de Julio del segundo año de
su predicación. El nombre de esa ciudad me pareció Manatea, Metanea, Medana
o Madián23, Había allí judíos y paganos; en general eran malos. A pesar
de atravesarla una gran ruta, no quisieron entrar por ella los Reyes y pasaron
frente al lado oriental para llegar a un lugar amurallado donde había cobertizos
y caballerizas. En este lugar levantaron sus carpas, dieron de beber y comer
a sus animales y tomaron también ellos su alimento. Los Reyes se detu-
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vieron allí el jueves 20 y el viernes 21 y se pusieron muy pesarosos al comprobar
que allí tampoco nadie sabía nada del Rey recién nacido. Les oí relatar
a los habitantes las causas porque habían venido, lo largo del viaje y varias
circunstancias del camino. Recuerdo algo de lo que dijeron. El Rey recién nacido
les había sido anunciado mucho tiempo antes. Me parece que fue poco
después de Job, antes que Abrahán pasara a Egipto, pues unos trescientos
hombres de la Media, del país de Job (con otros de diferentes lugares) habían
viajado hasta Egipto llegando hasta la región de Heliópolis. No recuerdo por
qué habían ido tan lejos; pero era una expedición militar y me parece que
habían venido en auxilio de otros. Su expedición era digna de reprobación,
porque entendí que habían ido contra algo santo, no recuerdo si contra hombres
buenos o contra algún misterio religioso relacionado con la realización
de la Promesa divina. En los alrededores de Heliópolis varios jefes tuvieron
una revelación con la aparición de un ángel que no les permitió ir más lejos.
Este ángel les anunció que nacería un Salvador de una Virgen, que debía ser
honrado por sus descendientes. Ya no sé cómo sucedió todo esto; pero volvieron
a su país y comenzaron a observar los astros. Los he visto en Egipto organizando
fiestas regocijantes, alzando allí arcos de triunfo y altares, que adornaban
con flores, y después regresaron a sus tierras. Eran gentes de la Media,
que tenían el culto de los astros. Eran de alta estatura, casi gigantes, de una
hermosa piel morena amarillenta. Iban como nómades con sus rebaños y dominaban
en todas partes por su fuerza superior. No recuerdo el nombre de un
profeta principal que se encontraba entre ellos. Tenían conocimiento de muchas
predicciones y observaban ciertas señales trasmitidas por los animales.
Si éstos se cruzaban en su camino y se dejaban matar, sin huir, era un signo
para ellos y se apartaban de aquellos caminos. Los Medos, al volver de la tierra
de Egipto, según contaban los Reyes, habían sido los primeros en hablar
de la profecía y desde entonces se habían puesto a observar los astros. Estas
observaciones cayeron algún tiempo en desuso; pero fueron renovadas por un
discípulo de Balaam y mil años después las tres profetisas, hijas de los antepasados
de los tres Reyes, las volvieron a poner en práctica. Cincuenta años
más tarde, es decir, en la época a que habían llegado, apareció la estrella que
ahora seguían para adorar al nuevo Rey recién nacido. Estas cosas relataban
los Reyes a sus oyentes con mucha sencillez y sinceridad, entristeciéndose
mucho al ver que aquéllos no parecían querer prestar fe a lo que desde dos mil
años atrás había sido el objeto de la esperanza y deseos de sus antepasados.
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A la caída de la tarde se oscureció un poco la estrella a causa de algunos vapores,
pero por la noche se mostró muy brillante entre las nubes que corrían, y
parecía más cerca de la tierra. Se levantaron entonces rápidamente, despertaron
a los habitantes del país y les mostraron el espléndido astro. Aquella gente
miró con extrañeza, asombro y alguna conmoción el cielo; pero muchos se
irritaron aun contra los santos Reyes, y la mayoría sólo trató de sacar provecho
de la generosidad con que trataban a todos. Les oí también decir cosas referentes
a su jornada hasta allí. Contaban el camino por jornadas a pie, calculando
en doce leguas cada jornada. Montando en sus dromedarios, que eran
más rápidos que los caballos, hacían treinta y seis leguas diarias, contando la
noche y los descansos. De este modo, el Rey que vivía más lejos pudo hacer,
en dos días, cinco veces las doce leguas que los separaban del sitio donde se
habían reunido, y los que vivían más cerca podían hacer en un día y una noche
tres veces doce leguas. Desde el lugar donde se habían reunido hasta aquí
habían completado 672 leguas de camino, y para hacerlo, calculando desde el
nacimiento de Jesucristo, habían empleado más o menos veinticinco días con
sus noches, contando también los dos días de reposo.
La noche del viernes 21, habiendo comenzado el sábado para los judíos que
habitaban allí, los Reyes prepararon su partida. Los habitantes del lugar habían
ido a la sinagoga de un lugar vecino pasando sobre un puente hacia el Oeste.
He visto que estos judíos miraban con gran asombro la estrella que guiaba
a los Magos; pero no por eso se mostraron más respetuosos. Aquellos hombres
desvergonzados estuvieron muy importunos, apretándose como enjambres
de avispas alrededor de los Reyes, demostrando ser viles y pedigüeños,
mientras los Reyes, llenos dé paciencia, les daban sin cesar pequeñas piezas
amarillas, triangulares, muy delgadas, y granos de metal oscuro. Creo por eso
que debían ser muy ricos estos Reyes. Acompañados por los habitantes del
lugar dieron vueltas a los muros de la ciudad, donde vi algunos templos con
ídolos; más tarde atravesaron el torrente sobre un puente, y costearon la aldea
judía. Desde aquí tenían un camino de veinticuatro leguas para llegar a Jerusalén.
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LIX
Llegada de Santa Ana a Belén
e visto a Santa Ana con María de Helí, una criada, un servidor y dos as-H nos pasando la noche a poca distancia de Betania, de camino para Belén.
José había completado los arreglos tanto en la gruta del Pesebre como en
las grutas laterales, para recibir a los Reyes Magos, cuya llegada había anunciado
María, mientras se hallaban en Causur, y también para hospedar a los
venidos de Nazaret. José y María se habían retirado a otra gruta con el Niño,
de modo que la del Pesebre se encontraba libre, no quedando en ella más que
el asno. Si mal no recuerdo José había pagado ya el segundo de los impuestos
hacía algún tiempo, y nuevas personas venidas de Belén para ver al Niño tuvieron
la dicha de tomarlo en sus brazos. En cambio, cuando otras lo querían
alzar, lloraba y volvía la cabeza. He visto a la Virgen tranquila en su nueva
habitación discretamente arreglada: el lecho estaba contra la pared y el Niño
Jesús se encontraba a su lado, en una cesta larga, hecha de cortezas, acomodada
sobre una horqueta. Un tabique hecho de zarzos separaba el lecho de
María y la cuna del Niño del resto de la gruta. Durante el día, para no estar sola,
se sentaba delante del tabique con el Niño a su lado. José descansaba en
otra parte retirada de la gruta. Lo he visto llevando alimentos a María, servidos
en una fuente, como también ofrecerle un cantarillo con agua.
Esta noche comenzaba un día de ayuno: todos los alimentos debían estar preparados
para el día siguiente; el fuego estaba cubierto y las aberturas veladas24.
Entre tanto había llegado Santa Ana con la hermana mayor de María y
una criada. Estas personas debían pasar la noche en la gruta de Belén: por eso
la Sagrada Familia se había retirado a la gruta lateral. Hoy he visto a María
que ponía el Niño en los brazos de Santa Ana. Esta se hallaba profundamente
conmovida. Había traído consigo colchas, pañales y varios alimentos, y dormía
en el mismo sitio donde había reposado Isabel. María le relató todo lo sucedido.
Ana lloraba en compañía de María. El relato fue alegrado por las caricias
del Niño Jesús.
Hoy vi a la Virgen volver a la gruta del Pesebre y al pequeño Jesús acostado
allí de nuevo. Cuando José y María se encuentran solos cerca del Niño, los
veo a menudo ponerse en adoración ante Él. Hoy vi a Ana cerca del Pesebre
con María en una actitud reverente, contemplando al Niño Jesús con sentimiento
de gran fervor. No sé si las personas venidas con Ana habían pasado la
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noche en la gruta lateral o habían ido a otro lugar; creo que estaban en otro sitio.
Ana trajo diversos objetos para el Niño y la Madre. María ha recibido ya
muchas cosas desde que se encuentra aquí; pero todo sigue pareciendo muy
pobre porque María reparte lo que no es absolutamente necesario. Le dijo a
Ana que los Reyes llegarían muy pronto y que su llegada causaría gran impresión.
Me parece que durante la estadía de los Reyes, Ana se retirará a tres leguas
de aquí, a casa de su hermana, para volver después. Esta misma noche,
después de terminado el Sábado, vi que Ana con sus acompañantes se retiró
de la compañía de María, yendo a tres leguas de aquí, a la casa de su hermana
casada. Ya no recuerdo el nombre de la población, de la tribu de Benjamín,
que se compone de algunas casas, en una llanura y se encuentra a media legua
del último lugar del alojamiento de la Santa Familia en su viaje a Belén.
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LX
Llegada de los Reyes Magos a Jerusalén
a comitiva de los Reyes partió de noche de Metanea y tomó un camino L muy transitable, y aunque los viajeros no entraron ni atravesaron ninguna
otra ciudad, pasaron a lo largo de las aldeas donde Jesús más tarde enseñó,
curó a enfermos y bendijo a los niños al finalizar el mes de Junio del tercer
año de su predicación. Betabara era uno de esos sitios adonde llegaron una
mañana temprano para pasar el Jordán. Como era sábado encontraron pocas
personas en el camino. Esta mañana vi la caravana de los Reyes que pasaba el
Jordán a las siete. Comúnmente se cruzaba el río sirviéndose de un aparato
fabricado con vigas; pero para los grandes pasajes, con cargas pesadas, se
hacía por una especie de puente. Los boteros que vivían cerca del puente
hacían este trabajo mediante una paga; pero como era sábado y no podían trabajar,
tuvieron que ocuparse los mismos viajeros, cooperando algunos hombres
paganos ayudantes de los boteros judíos. La anchura del Jordán no era
mucha en este lugar y además estaba lleno de bancos de arena. Sobre las vigas,
por donde se cruzaba de ordinario, fueron colocadas algunas planchas,
haciendo pasar a los camellos por encima. Demoró mucho antes que todos
hubieron pasado a la orilla opuesta del río. Dejando a Jericó a la derecha van
en dirección de Belén; pero se desvían hacia la derecha para ir a Jerusalén.
Hay como un centenar de hombres con ellos. Veo de lejos una ciudad conocida:
es pequeña y se halla cerca de un arroyuelo que corre de Oeste a Este a
partir de Jerusalén, y me parece que han de pasar por esta ciudad. Por algún
tiempo el arroyo corre a la izquierda de ellos y según sube o baja el camino.
Unas veces se ve a Jerusalén, otras veces no se la puede ver. Al fin se desviaron
en dirección a Jerusalén y no pasaron por la pequeña ciudad.
El Sábado 22, después de la terminación de la fiesta, la caravana de los Reyes
llegó a las puertas de Jerusalén. He visto la ciudad con sus altas torres levantadas
hacia el cielo. La estrella que los había guiado casi había desaparecido y
sólo daba una débil luz detrás de la ciudad. A medida que entraban en la Judea
y se acercaban a Jerusalén, los Reyes iban perdiendo confianza, porque la
estrella no tenía ya el brillo de antes y aún la veían con menos frecuencia en
esta comarca. Habían pensado encontrar en todas partes festejos y regocijo
por el nacimiento del Salvador, a causa de quien habían venido desde tan lejos
y no veían en todas partes más que indiferencia y desdén. Esto les entris-
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tecía y les inquietaba, y pensaban haberse equivocado en su idea de encontrar
al Salvador.
La caravana podía ser ahora de unas doscientas personas y, ocupaba más o
menos el trayecto de un cuarto de legua. Ya desde Causur se les había agregado
cierto número de personas distinguidas y otras se unieron a ellos más
tarde. Los tres Reyes iban sentados sobre tres dromedarios y otros tres de estos
animales llevaban el equipaje. Cada Rey tenía cuatro hombres de su tribu;
la mayor parte de los acompañantes montaban sobre cabalgaduras muy rápidas,
de airosas cabezas. No sabría decir si eran asnos o caballos de otra raza,
pero se parecían mucho a nuestros caballos. Los animales que utilizaban las
personas, más distinguidas tenían bellos arneses y riendas, adornados de cadenas
y estrellas de oro. Algunos del séquito de los Reyes se desprendieron
del cortejo y entraron en la ciudad, regresando con soldados y guardianes. La
llegada de una caravana tan numerosa en una época en que no se celebraba
fiesta alguna, y no siendo por razones de comercio, y llegando por el camino
que llegaban, era algo muy extraordinario. A todas las preguntas que se les
hacía respondían hablando de la estrella que los había guiado y del Niño recién
nacido. Nadie comprendía nada de este lenguaje, y los Reyes se turbaron
mucho, pensando que tal vez se habían equivocado, puesto que no encontraban
a uno siquiera que supiese algo relacionado con el Niño Salvador del
mundo, nacido allí, en sus tierras. Todos miraban con sorpresa a los Reyes,
sin comprender el por qué de su venida ni lo que buscaban. Cuando estos
guardianes de la puerta vieron la generosidad con que trataban los Reyes a los
mendigos que se acercaban, y cuando oyeron decir que deseaban alojamiento,
que pagarían bien, y que entretanto deseaban hablar al rey Heredes, algunos
entraron en la ciudad y se sucedió una serie de idas y venidas, de mensajeros
y de explicaciones, mientras los Reyes se entretenían con toda la suerte de
gentes que se les había acercado. Algunos de estos hombres habían oído
hablar de un Niño nacido en Belén; pero no podían siquiera pensar que pudiera
tener relación con la venida de los "Reyes, sabiendo que se trataba de padres
pobres y sin importancia. Otros se burlaban de la credulidad de los Reyes.
Conforme a los mensajes que traían los hombres de la ciudad, comprendieron
que Herodes nada sabía del Niño. Como tampoco habían contado con
encontrarse con el rey Herodes, se afligieron mucho más y se inquietaron sumamente,
no sabiendo qué actitud tomar en presencia del rey ni qué iban a
decirle. Con todo, a pesar de su tristeza, no perdieron el ánimo y se pusieron a
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rezar. Volvió el ánimo a su atribulado espíritu y se dijeron unos a otros:
"Aquél que nos ha traído hasta aquí con tanta celeridad, por medio de la luz
de la estrella, Ése mismo podrá guiarnos de nuevo hasta nuestras casas".
Al fin regresaron los mensajeros, y la caravana fue conducida a lo largo de los
muros de la ciudad, haciéndola entrar por una puerta situada no lejos del Calvario.
Los llevaron a un gran patio redondo rodeado de caballerizas, con alojamientos
no lejos de la plaza del pescado, en cuya entrada encontraron algunos
guardianes. Los animales fueron llevados a las caballerizas y los hombres
se retiraron bajo cobertizos, junto a una fuente que había en medio del gran
patio. Este patio, por uno de sus costados tocaba con una altura; por los otros
estaba abierto, con árboles delante. Llegaron después unos empleados, quizás
aduaneros, que de dos en dos inspeccionaron los equipajes de los viajeros con
sus linternas. El palacio de Heredes estaba más arriba, no lejos de este edificio,
y pude ver el camino que llevaba hasta él iluminado con linternas y faroles
colocados sobre perchas. Heredes envió a un mensajero encargado de
conducirle en secreto a su palacio al rey Teokeno. Eran las diez de la noche.
Teokeno fue recibido en una sala del piso bajo por un cortesano de Herodes,
que le interrogó sobre el objeto de su viaje. Teokeno dijo con simplicidad todo
lo que se le preguntaba y rogó al hombre que preguntara al rey Herodes
dónde había nacido el Niño, Rey de los Judíos, y dónde se hallaba, ya que
habían visto su estrella y habían venido tras de ella. El cortesano llevó su informe
a Herodes, que se turbó mucho al principio; pero disimulando su malcontento
hizo responder que deseaba tener más datos relativos sobre ese suceso
y que entre tanto instaba a los reyes a que descansasen, añadiendo que al
día siguiente hablaría con ellos y les daría a conocer todo lo que lograse saber
sobre el asunto. Volvió Teokeno y no pudo dar a sus compañeros noticias
consoladoras; por otra parte, no se les había preparado nada para que pudiesen
reposar y mandaron rehacer muchos fardos que habían sido abiertos. Durante
aquella noche no pudieron descansar y algunos de ellos andaban de un lado a
otro como buscando la estrella que los había guiado. Dentro de la ciudad de
Jerusalén había gran quietud y silencio; pero en torno de los Reyes había agitación,
y en el patio se tomaban y daban toda clase de informes. Los Reyes
pensaban que Herodes lo sabía todo perfectamente, pero que trataba de ocultarles
la verdad.
Se celebraba una gran fiesta esa noche en el palacio de Herodes al tiempo de
la visita de Teokeno, porque veía las salas iluminadas. Iban y venían toda cla-
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se de hombres y mujeres ataviadas sin decencia alguna. Las preguntas de
Teokeno sobre el rey recién nacido turbaron el ánimo de Herodes, el cual llamó
en seguida a su palacio a los príncipes,- a los sacerdotes y a los escribas
de la Ley. Los he visto acudir al palacio antes de la media noche con rollos
escritos. Traían sus vestiduras sacerdotales, llevaban condecoraciones sobre el
pecho y cinturones con letras bordadas. Había unos veinte de estos personajes
en torno de Herodes, que preguntó dónde debía ser el lugar del nacimiento del
Mesías. Los vi cómo abrían sus rollos y mostraban con el dedo pasajes de la
Escritura: "Debe nacer en Belén de Judá, porque así está escrito en el profeta
Miqueas. Y tú Belén, no eres la más mínima entre los príncipes de Judá, pues
de ti ha de nacer el jefe que gobernará mi pueblo en Israel". Después vi a
Heredes con algunos de ellos paseando por la terraza del palacio, buscando
inútilmente la estrella/de la que había hablado Teokeno. Se mostraba muy inquieto.
Los sacerdotes y escribas le hicieron largos razonamientos diciendo
que no debía hacer caso ni dar importancia a las palabras de los Reyes Magos,
añadiendo que aquellas gentes son amigas de lo maravilloso y se imaginan
siempre 'grandes fantasías con sus observaciones estelares. Decían que si algo
hubiera habido en realidad se hubiera sabido en el Templo y en la ciudad santa,
y que ellos no podrían haberlo ignorado.
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LXI
Los Reyes Magos conducidos al palacio de Herodes
n esta mañana muy temprano Herodes hizo llevar al palacio, en secreto, E a los Reyes. Fueron recibidos bajo una arcada y conducidos luego a una
sala, donde he visto ramas verdes con flores en vasos y refrescos para beber.
Después de algún tiempo apareció Herodes. Los Magos se inclinaron ante él y
pasaron a interrogarle sobre el Rey de los Judíos recién nacido. Herodes ocultó
su gran turbación y se mostró contento de la noticia. Vi que estaban con él
algunos de los escribas. Herodes preguntó algunos detalles sobre lo que habían
visto, y el Rey Mensor describió la última aparición que habían tenido antes
de partir. Era, dijo, una Virgen y delante de ella un Niño, de cuyo costado
derecho había brotado una rama luminosa; luego, sobre ésta había aparecido
una torre con varias puertas. La torre se transformó en una gran ciudad, sobre
la cual se manifestó el Niño con una corona, una espada y un cetro, como si
fuese Rey. Después de esto se vieron ellos mismos, como también todos los
reyes del mundo, postrados delante de ese Niño en acto de adoración; pues
poseía un imperio delante del cual todos los demás imperios debían someterse;
y así en esta forma describió lo que habían visto. Herodes les habló de una
profecía que hablaba de algo parecido sobre Belén de Efrata; les dijo que fueran
secretamente allá y cuando hubiesen encontrado al Niño volvieran a decirle
el resultado, para que él también pudiera ir a adorarle. Los Reyes no tocaron
los alimentos que se les había preparado y volvieron a su alojamiento. Era
muy temprano, casi al amanecer, pues he visto todavía las linternas encendidas
delante del palacio de Heredes. Heredes conferenció con ellos en secreto
para que no se hiciera público el acontecimiento. Al aclarar del todo prepararon
la partida. La gente que los había acompañado hasta Jerusalén se hallaba
ya dispersa por la ciudad desde la víspera.
El ánimo de Herodes estaba en aquellos días lleno de descontento e irritación.
Al tiempo del nacimiento de Jesucristo se encontraba en su castillo, cerca de
Jericó, y había ordenado hacía poco un cobarde asesinato. Había colocado en
puestos altos del Templo a gente que le referían todo lo que allí se hablaba,
para que denunciasen a los que se oponían a sus designios. Un hombre justo y
honrado, alto empleado en el Templo, era el principal de los que consideraba
él como su adversario. Herodes con fingimiento lo invitó a que fuera a verlo a
Jericó y lo hizo atacar y asesinar en el camino, achacando ese crimen a algu-
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nos asaltantes. Algunos días después de esto fue a Jerusalén para tomar parte
en la fiesta de la Dedicación del Templo, que tenía lugar el 25 del mes de
Casleu y allí se encontró enredado en un asunto muy desagradable. Queriendo
congraciarse con los judíos había mandado hacer una estatua o figura de cordero
o más bien de cabrito, porque tenía cuernos, para que fuera colocada en
la-puerta que llevaba del patio de las mujeres al de las inmolaciones. Hizo esto
de su propia iniciativa, pensando que los judíos se lo agradecerían; pero los
sacerdotes se opusieron tenazmente a ello, aunque los amenazó con hacerles
pagar una multa por su resistencia. Ellos replicaron que pagarían, pero que no
toleraban esa imagen contraria a las prescripciones de la Ley. Herodes se irritó
mucho y pretendió colocarla ocultamente; pero al llevarla un israelita muy
celoso tomó la imagen y la arrojó al suelo, quebrándola en dos pedazos. Se
promovió un gran tumulto y Herodes hizo encarcelar al hombre. Todo esto lo
había irritado mucho y estaba arrepentido de haber ido a la fiesta; sus cortesanos
trataban de distraerlo y divertirlo.
En este estado de ánimo lo encontró la noticia del nacimiento de Cristo. En
Judea hacía tiempo que hombres piadosos vivían, en la esperanza de que
pronto había de llegar el Mesías y los sucesos acontecidos en el nacimiento
del Niño se habían divulgado por medio de los pastores. Con todo, muchas
personas importantes oían estas cosas como fábulas y vanas palabras y el
mismo Herodes había oído hablar y enviado secretamente algunos hombres a
tomar informes de lo que se decía. Estos emisarios estuvieron, en efecto, tres
días después de haber nacido Jesús y luego de haber conversado con José, declararon,
como hombres orgullosos, que todo era cosa sin importancia: que en
la gruta no había más que una pobre familia de la cual no valía la pena que
nadie se ocupara. El orgullo que los dominaba les había impedido interrogar
seriamente a José desde un principio, tanto más que llevaban orden de proceder
en el mayor secreto, sin llamar la atención. Cuando de pronto llegaron los
Reyes Magos con su numeroso séquito, Herodes se llenó de nuevas inquietudes,
ya que estos hombres venían de lejos y todo esto era más que rumores sin
importancia. Como hablaran los Reyes con tanta convicción del Rey recién
nacido, fingió Herodes deseos de ir a ofrecerle sus homenajes, lo cual alegró
mucho a los Reyes, creyéndolo bien dispuesto. La ceguera del orgullo de los
escribas no acabó de tranquilizarlo y el interés de conservar en secreto este
asunto fue causa de la conducta que observó. No hizo objeciones a lo que decían
los Reyes, no hizo perseguir en seguida al Niño para no exponerse a las
-171 -

críticas de un pueblo difícil de gobernar, y resolvió recabar por medio de ellos
noticias más exactas para tomar luego las medidas del caso.
Como los Reyes, advertidos por Dios, no volvieron a dar noticias, hizo explicar
que la huida de los Reyes era consecuencia de la ilusión mentirosa que
habían sufrido y que no se habían atrevido a comparecer de nuevo, porque estaban
avergonzados del engaño en que habían caído y al que habían querido
arrastrar a los demás. Mandaba a decir: "¿Qué razones podían tener para salir
clandestinamente después de haber sido recibidos aquí en forma tan amistosa?..."
De este modo Herodes trató de adormecer este asunto disponiendo que
en Belén nadie se pusiese en relación con esa Familia, de la que se había
hablado tanto, ni recoger los rumores e invenciones que se propalaban para
extraviar los espíritus. Habiendo vuelto quince días más tarde la Sagrada Familia
a Nazaret, se dejó pronto de hablar de cosas de las cuales la multitud no
había tenido más que conocimientos vagos, y las gentes piadosas, por otro lado,
llenas de esperanza, guardaban un discreto silencio. Cuando pareció que
todo quedaba olvidado pensó entonces Herodes en deshacerse del Niño y supo
que la Familia había dejado a Nazaret, llevándose al Niño. Lo hizo buscar
durante bastante tiempo; pero habiendo perdido toda esperanza de encontrarlo,
creció mayormente su inquietud y determinó ejecutar la medida extrema
de la matanza de los niños. Tomó en esta ocasión todas sus medidas y envió
tropas de antemano a los lugares donde podía temerse una sublevación. Creo
que la matanza se hizo en siete lugares diferentes.
-172 -

LXII
Viaje de los Reyes de Jerusalén a Belén
eo la caravana de los Reyes junto a una puerta situada al Mediodía. Un V grupo de hombres los acompañaba hasta un arroyo delante de la ciudad,
y luego volvieron. No bien habían pasado el arroyo se detuvieron buscando
con los ojos la estrella en el firmamento. Habiéndola visto prorrumpieron en
exclamaciones de alegría y continuaron su marcha cantando sus melodías. La
estrella no los llevaba en línea recta sino que se desviaba algo hacia el Oeste.
Pasaron frente a una pequeña ciudad, que conozco muy bien; se detuvieron
detrás de ella, y oraron mirando hacia el Mediodía, en un paraje ameno cerca
de un caserío. En este lugar, delante de ellos, surgió un manantial de agua,
que los llenó de contento. Bajando de sus cabalgaduras cavaron para esta
fuente un pilón, rodeándolo de piedras, arena y césped. Durante varias horas
se detuvieron allí dando de beber y alimentando a sus bestias. También tomaron
su alimento, ya que en Jerusalén no habían podido descansar ni comer debido
a las preocupaciones de la llegada. He visto más tarde que Jesucristo se
detuvo varias veces junto a esta fuente en compañía de sus discípulos. La estrella,
que brillaba en la noche como un globo de fuego, se parecía ahora más
bien a la luna cuando se la ve de día; no era perfectamente redonda, sino que
parecía recortada y a menudo estaba oculta entre las nubes. En el camino de
Belén a Jerusalén había mucho movimiento de caminantes con equipajes y
animales de carga. Eran personas que volvían quizás de Belén después de pagar
los impuestos, o que iban a Jerusalén al mercado o para visitar el Templo.
Esto sucedía en el camino principal; pero el sendero de los Reyes estaba solitario,
y Dios los guiaba por allí sin duda para que pudieran llegar de noche a
Belén y no llamar demasiado la atención. Se pusieron en camino cuando el
sol estaba muy bajo; marchaban en el orden con que habían venido. Mensor,
el más joven, iba delante; luego Sair, el cetrino, y por último, Teokeno, el
blanco, por ser de más edad.
Hoy, a la hora del crepúsculo, he visto a la caravana de los Reyes llegando a
Belén, cerca de aquel edificio donde José y María se habían hecho inscribir y
que había sido la casa solariega de la familia de David. Quedan sólo algunos
restos de los muros del edificio que había pertenecido a los padres de José.
Era una casa grande rodeada de otras menores, con un patio cerrado, delante
del cual había una plaza con árboles y una fuente. Vi soldados romanos en es-
-173 -

ta plaza, porque la casa se había convertido en una oficina de impuestos. Al
llegar la caravana cierto número de curiosos se agolpó en torno de los viajeros.
La estrella había desaparecido de nuevo y esto inquietaba a los Reyes. Se
acercaron algunos hombres dirigiéndoles preguntas. Ellos bajaron de sus cabalgaduras
y desde la casa he visto que acudían empleados a su encuentro,
llevando palmas en las manos y ofreciéndoles refrescos: era la costumbre de
recibir a los extranjeros distinguidos. Yo pensaba para mí: "Son mucho más
amables de lo que lo fueron con el pobre José; sólo porque éstos distribuían
monedas de oro". Les dijeron que el valle de los pastores era apropiado para
levantar las carpas, y ellos quedaron algún tiempo indecisos. No les he oído
preguntar nada del Rey y Niño recién nacido. Aún sabiendo que Belén era el
lugar designado por las profecías, ellos, recordando lo que Herodes les había
encargado, temían llamar la atención con sus preguntas. Poco después vieron
brillar en el cielo un meteoro, sobre Belén: era semejante a la luna cuando
aparece. Montaron en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros en
ruina dieron la vuelta a Belén por el Mediodía y se dirigieron al Oriente, en
dirección a la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura,
donde los ángeles se habían aparecido a los pastores.
-174 -

LXIII
La adoración de los Reyes Magos
e apearon al llegar cerca de la gruta de la tumba de Maraña, en el valle, S detrás de la gruta del Pesebre. Los criados desliaron muchos paquetes,
levantaron una gran carpa e hicieron otros arreglos con la ayuda de algunos
pastores que les señalaron los lugares más apropiados. Se encontraba ya en
parte arreglado el campamento cuando los Reyes vieron la estrella aparecer
brillante y muy clara sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia la gruta sus
rayos en línea recta. La estrella estaba muy crecida y derramaba mucha luz;
por eso la miraban con grande asombro.
No se veía casa alguna por la densa oscuridad, y la colina aparecía en forma
de una muralla. De pronto vieron dentro de la luz la forma de un Niño resplandeciente
y sintieron extraordinaria alegría. Todos procuraron manifestar
su respeto y veneración. Los tres Reyes se dirigieron a la colina, hasta la puerta
de la gruta. Mensor la abrió, y vio su interior lleno de luz celestial, y a la
Virgen, en el fondo, sentada, teniendo al Niño tal como él y sus compañeros
la habían contemplado en sus visiones/Volvió para contar a sus compañeros
lo que había visto.
En esto José salió de la gruta acompañado de un pastor anciano y fue a su encuentro.
Los tres Reyes le dijeron con simplicidad que habían venido para
adorar al Rey de los Judíos recién nacido, cuya estrella habían observado, y
querían ofrecerle sus presentes. José los recibió con mucho afecto. El pastor
anciano los acompañó hasta donde estaban los demás y les ayudó en los preparativos,
juntamente con otros pastores allí presentes. Los Reyes se dispusieron
para una ceremonia solemne. Les vi revestirse de mantos muy amplios y
blancos, con una cola que tocaba el suelo. Brillaban con reflejos, como si fueran
de seda natural; eran muy hermosos y flotaban en torno de sus personas.
Eran las vestiduras para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban bolsas
y cajas de oro colgadas de cadenillas, y cubríanlo todo con sus grandes
mantos. Cada uno de los Reyes iba seguido por cuatro personas de su familia,
además, de algunos criados de Mensor que llevaban una pequeña mesa, una
carpeta con flecos y otros objetos.
Los Reyes siguieron a José, y al llegar bajo el alero, delante de la gruta, cubrieron
la mesa con la carpeta y cada uno de ellos ponía sobre ella las cajitas
de oro y los recipientes que desprendían de su cintura. Así ofrecieron los pre-
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sentes comunes a los tres. Mensor y los demás se quitaron las sandalias y José
abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Mensor, que le precedían,
tendieron una alfombra sobre el piso de la gruta, retirándose después hacia
atrás, siguiéndoles otros dos con la mesita donde estaban colocados los presentes.
Cuando estuvo delante de la Santísima Virgen, el rey Mensor depositó
estos presentes a sus pies, con todo respeto, poniendo una rodilla en tierra.
Detrás de Mensor estaban los cuatro de su familia, que se inclinaban con toda
humildad y respeto. Mientras tanto Sair y Teokeno aguardaban atrás, cerca de
la entrada de la gruta. Se adelantaron a su vez llenos de alegría y de emoción,
envueltos en la gran luz que llenaba la gruta, a pesar de no haber allí otra luz
que el que es Luz del mundo. María se hallaba como recostada sobre la alfombra,
apoyada sobre un brazo, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba
acostado dentro de la gamella, cubierta con un lienzo y colocada sobre una tarima
en el sitio donde había nacido. Cuando entraron los Reyes la Virgen se
puso el velo, tomó al Niño en sus brazos, cubriéndolo con un velo amplio. El
rey Mensor se arrodilló y ofreciendo los dones pronunció tiernas palabras,
cruzó las manos sobre el pecho, y con la cabeza descubierta e inclinada, rindió
homenaje al Niño. Entre tanto María había descubierto un poco la parte
superior del Niño, quien miraba con semblante amable desde el centro del velo
que lo envolvía. María sostenía su cabecita con un brazo y lo rodeaba con
el otro. El Niño tenía sus manecitas juntas sobre el pecho y las tendía graciosamente
a su alrededor. ¡Oh, qué felices se sentían aquellos hombres venidos
del Oriente para adorar al Niño Rey!
Viendo esto decía entre mí: "Sus corazones son puros y sin mancha; están llenos
de ternura y de inocencia como los corazones de los niños inocentes y
piadosos. No se ve en ellos nada de violento, a pesar de estar llenos del fuego
del amor". Yo pensaba: "Estoy muerta; no soy más que un espíritu: de otro
modo no podría ver estas cosas que ya no existen, y que, sin embargo, existen
en este momento. Pero esto no existe en el tiempo, porque en Dios no hay
tiempo: en Dios todo es presente. Yo debo estar muerta; no debo ser más que
un espíritu". Mientras pensaba estas cosas, oí una voz que me dijo: "¿Qué
puede importarte todo esto que piensas?... Contempla y alaba a Dios, que es
Eterno, y en Quien todo es eterno".
Vi que el rey Mensor sacaba de una bolsa, colgada de la cintura, un puñado de
barritas compactas del tamaño de un dedo, pesadas, afiladas en la extremidad,
que brillaban como oro. Era su obsequio. Lo colocó humildemente sobre las
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rodillas de María, al lado del Niño Jesús. María tomó el regalo con un agradecimiento
lleno de sencillez y de gracia, y lo cubrió con el extremo de su manto.
Mensor ofrecía las pequeñas barras de oro virgen, porque era sincero y caritativo,
buscando la verdad con ardor constante e inquebrantable. Después se
retiró, retrocediendo, con sus cuatro acompañantes; mientras Sair, el rey cetrino,
se adelantaba con los suyos y se arrodillaba con profunda humildad,
ofreciendo su presente con expresiones muy conmovedoras. Era un recipiente
de incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verde, que puso sobre
la mesa, delante del Niño Jesús. Sair ofreció incienso porque era un hombre
que se conformaba respetuosamente con la voluntad de Dios, de todo corazón
y seguía esta voluntad con amor. Se quedó largo rato arrodillado, con
gran fervor. Se retiró y se adelantó Teokeno, el mayor de los tres, ya de mucha
edad. Sus miembros algo endurecidos no le permitían arrodillarse: permaneció
de pie, profundamente inclinado, y puso sobre la mesa un vaso de
oro que tenía una hermosa planta verde. Era un arbusto precioso, de tallo recto,
con pequeñas ramitas crespas coronadas de hermosas flores blancas: la
planta de la mirra. Ofreció la mirra por ser el símbolo de la mortificación y de
la victoria sobre las pasiones, pues este excelente hombre había sostenido lucha
constante contra la idolatría, la poligamia y las costumbres estragadas de
sus compatriotas. Lleno de emoción estuvo largo tiempo con sus cuatro
acompañantes ante el Niño Jesús. Yo tenía lástima por los demás que estaban
fuera de la gruta esperando turno para ver al Niño. Las frases que decían los
Reyes y sus acompañantes estaban llenas de simplicidad y fervor. En el momento
de hincarse y ofrecer sus dones decían más o menos lo siguiente:
"Hemos visto su estrella; sabemos que Él es el Rey de los Reyes; venimos a
adorarle, a ofrecerle nuestros homenajes y nuestros regalos". Estaban como
fuera de sí, y en sus simples e inocentes plegarias encomendaban al Niño Jesús
sus propias personas, sus familias, el país, los bienes y todo lo que tenía
para ellos algún valor sobre la tierra. Le ofrecían sus corazones, sus almas,
sus pensamientos y todas sus acciones. Pedían inteligencia clara, virtud, felicidad,
paz y amor. Se mostraban llenos de amor y derramaban lágrimas de
alegría, que caían sobre sus mejillas y sus barbas. Se sentían plenamente felices.
Habían llegado hasta aquella estrella, hacia la cual desde miles de años
sus antepasados habían dirigido sus miradas y sus ansias con un deseo tan
constante. Había en ellos toda la alegría de la Promesa realizada después de
tan largos siglos de espera.
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María aceptó los presentes con actitud de humilde acción de gracias. Al principio
no decía nada: sólo expresaba su reconocimiento con un simple movimiento
de cabeza, bajo el velo. El cuerpecito del Niño brillaba bajo los pliegues
del manto de María. Después la Virgen dijo palabras humildes y llenas
de gracia a cada uno de los Reyes, y echó su velo un tanto hacia atrás. Aquí
recibí una lección muy útil. Yo pensaba: "¡Con qué dulce y amable gratitud
recibe María cada regalo! Ella, que no tiene necesidad de nada, que tiene a Jesús,
recibe los dones con humildad. Yo también recibiré con gratitud todos los
regalos que me hagan en lo futuro". ¡Cuánta bondad hay en María y en José!
No guardaban casi nada para ellos, todo lo distribuían entre los pobres.
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LXIV
La adoración de los servidores de los Reyes
erminada la adoración del Niño, los Reyes se volvieron a sus carpas con T sus acompañantes. Los criados y servidores se dispusieron a entrar en la
gruta. Habían descargado los animales, levantado las tiendas, ordenado todo;
esperaban ahora pacientemente delante de la puerta con mucha humildad.
Eran más de treinta; había algunos niños que llevaban apenas unos paños en
la cintura -y un manto. Los servidores entraban de cinco en cinco en compañía
de un personaje principal, al cual servían; se arrodillaban delante del Niño
y lo adoraban en silencio, Al final entraron todos los niños, que adoraron al
Niño Jesús con su alegría inocente. Los criados no permanecieron mucho
tiempo en la gruta, porque los Reyes volvieron a hacer otra entrada más solemne.
Se habían revestido con mantos largos y flotantes, llevando en las manos
incensarios. Con gran respeto incensaron al Niño, a la Madre, a José y a
toda la gruta del Pesebre. Después de haberse inclinado profundamente, se retiraron.
Esta era la forma de adoración que tenía la gente de ese país.
Durante todo este tiempo María y José se hallaban llenos de dulce alegría.
Nunca los había visto así: derramaban a menudo lágrimas de contento, pues
los consolaba inmensamente al ver los honores que rendían los Reyes al Niño
Jesús, a quien ellos tenían tan pobremente alojado, y cuya suprema dignidad
conocían en sus corazones. Se alegraban de que la divina Providencia, no obstante
la ceguera de los hombres, había dispuesto y preparado para el Niño de
la Promesa lo que ellos no podían darle, enviando desde lejanas tierras a los
que le rendían la adoración debida a su dignidad, cumplida por los poderosos
de la tierra con tan santa munificencia. Adoraban al Niño Jesús juntamente
con los santos Reyes y se alegraban de los homenajes ofrecidos al Niño Dios.
-Las tiendas de los visitantes estaban levantadas en el valle, situado detrás de
la gruta del Pesebre hasta la gruta de Maraha. Los animales estaban atados a
estacas enfiladas, separados por medio de cuerdas. Cerca de la carpa más
grande, al lado de la colina del Pesebre, había un espacio cubierto con esteras.
Allí habían dejado algo de los equipajes, porque la mayor parte fue guardada
en la gruta de la tumba de Maraña. Las estrellas lucían cuando "terminaron
todos de pasar a la gruta de la adoración. Los Reyes se reunieron en círculo
junto al terebinto que se alzaba sobre la tumba de Maraña, y allí, en presencia
de las estrellas, entonaron algunos de sus cantos solemnes. ¡Es imposible de-
-179 -

cir la impresión que causaban estos cantos tan hermosos en el silencio del valle,
aquella noche! Durante tantos siglos los antepasados de estos Reyes habían
mirado las estrellas, rezado, cantado, y ahora las ansias de tantos corazones
había tenido su cumplimiento. Cantaban llenos de exaltación y de santa alegría.
Mientras tanto José, con la ayuda de dos ancianos pastores, había preparado
una frugal comida en la tienda de los Reyes. Trajeron pan, fruta, panales de
miel, algunas hierbas y vasos de bálsamo; pusieron todo sobre una mesita baja
cubierta con un mantel. José habíase procurado todas estas cosas desde la
mañana, para recibir a los Reyes, cuya venida ya esperaba, porque la había
anunciado de antemano la Virgen Santísima. Cuando los Reyes volvieron a su
carpa, vi que José los recibía muy cordialmente y les rogaba que, siendo ellos
los huéspedes, se dignaran aceptar la sencilla comida que les ofrecía. Se colocó
junto a ellos y dieron principio a la comida. José no mostraba timidez alguna;
pero estaba tan contento que derramaba lágrimas de pura alegría. Cuando
vi esto pensé en mi difunto padre, que era un pobre campesino, el cual en
ocasión de mi toma de hábito se vio en la ocasión de sentarse a la mesa con
muchas personas distinguidas. En su sencillez y humildad había sentido al
principio mucho temor; luego se puso tan contento que lloró de alegría: sin
pretenderlo, ocupó el primer lugar en la fiesta.
Después de aquella pequeña comida José se retiró. Algunas personas más importantes
se fueron a una posada de Belén, y los demás se echaron sobre sus
lechos tendidos formando círculo bajo la tienda grande, y allí descansaron de
sus fatigas. José, vuelto a la gruta, puso todos los regalos a la derecha del Pesebre,
en un rincón, donde había levantado un tabique que ocultaba lo que
había detrás. La criada de Ana que habíase quedado después de la partida de
su ama, se mantuvo oculta en la gruta lateral durante todo el tiempo de la ceremonia,
y no volvió a aparecer hasta que no se hubieron marchado todos. Era
una mujer inteligente, de espíritu muy reposado. No he visto ni a la Santa
Familia ni a esta mujer mirar con satisfacción mundana los regalos de los Reyes:
todo fue aceptado con reconocimiento humilde, y casi en seguida repartido
caritativamente entre los necesitados.
Esta noche hubo bastante agitación con motivo de la llegada de la caravana a
la casa donde se pagaba el impuesto. Hubo más tarde muchas idas y venidas a
la ciudad, porque los pastores, que habían seguido el cortejo, regresaban a sus
lugares. También he visto que mientras los Reyes, llenos de júbilo, adoraban
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al Niño y ofrecían sus presentes en la gruta del Pesebre, algunos judíos rondaban
por los alrededores, espiando desde cierta distancia, murmurando y
conferenciando en voz baja. Más tarde volví a verlos yendo y viniendo en Belén
y dando informes. He llorado por estos desgraciados. Sufro viendo la
maldad de estas personas que entonces como también ahora se ponen a observar
y a murmurar, cuando Dios se acerca a los hombres, y luego propalan
mentiras, fruto de malicia y perversidad. ¡Oh, cómo me parecían aquellos
hombres dignos de compasión! Tenían la salvación entre ellos y la rechazaban,
en tanto que estos Reyes, guiados por su fe sincera en la Promesa, habían
venido desde tan lejos para buscar la salvación.
En Jerusalén he visto hoy a Herodes en compañía de algunos escribas leyendo
rollos y hablando de lo que habían contado los Reyes. Después, todo entró de
nuevo en calma como si hubiese interés en hacer silencio en torno de este
asunto.
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LXV
Nueva visita de los Reyes Magos
oy, de mañana, he visto a los Reyes Magos y a otras personas de su sé-H quito que visitaban sucesivamente a la Sagrada Familia. Los vi también
durante el día junto a sus campamentos y bestias de carga, ocupados en diversas
distribuciones. Como estaban llenos de alegría y se sentían felices, repartían
muchos regalos. He entendido que era costumbre entonces hacerlos en
ocasión de acontecimientos felices. Los pastores que habían ayudado a. los
Reyes recibieron valiosos regalos, como también muchos pobres. Vi que ponían
chales y paños sobre los hombros de algunas viejecitas que habían llegado
hasta el lugar. Algunas personas del séquito de los Reyes deseaban quedarse
en el valle de los pastores para vivir con ellos. Hicieron conocer su deseo a
los Reyes, los cuales no sólo les dieron permiso sino que los colmaron de regalos,
proveyéndoles de colchas, vestidos, oro en grano, y dejándoles los asnos
en que habían venido montados. Cuando vi que los Reyes distribuían tantos
trozos de pan, yo me preguntaba de dónde podían haberlo sacado, y recordé
que los había visto, en los lugares donde hacían campamento, preparar, con
la provisión de harina que traían, panecillos chatos como galletas, en moldes
y amontonarlos dentro de cajas de cuero muy livianas, que cargaban sobre sus
bestias. Han llegado muchas personas de Belén que, bajo diversos pretextos,
rodeaban a los Reyes para obtener obsequios.
Por la noche volvieron los Reyes para despedirse. Apareció primero Mensor.
María le puso al Niño en los brazos, que el rey recibió llorando de alegría.
Luego acercáronse los otros dos reyes, derramando lágrimas. Trajeron muchos
regalos a la Sagrada Familia: piezas de telas diversas, entre las cuales algunas
parecían de seda sin teñir, y otras de color rojo o con diversas flores.
Dejaron muy hermosas colchas. Dejaron sus grandes y amplios mantos de color
amarillo pálido, tan livianos que al menor viento eran agitados: parecían
hechos de lana extremadamente fina. Traían varias copas, unas dentro de
otras; cajas llenas de granos, y en un canasto, tiestos donde había hermosos
ramos de una planta verde, con hermosas flores blancas: eran plantas de mirra.
Los tiestos estaban colocados unos encima de otros dentro del canasto.
Dejaron a José unos jaulones llenos de pájaros, que habían traído en cantidad
sobre sus dromedarios, para su alimento durante el viaje. Al momento de despedirse
de María y del Niño, derramaron abundantes lágrimas. María estaba
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de pie junto a ellos en el momento de la despedida. Llevaba en brazos al Niño
envuelto en su velo, y dio algunos pasos para acompañar a los Reyes hasta la
puerta de la gruta. Se detuvo en silencio, y para dejar un recuerdo a aquellos
hombres tan buenos quitóse el gran velo que tenía sobre la cabeza, que era de
tejido amarillo y con el cual envolvía a Jesús, y lo puso en manos de Mensor.
Los Reyes recibieron el regalo inclinándose profundamente. Una alegría llena
de respeto los embargó cuando vieron a María sin velo, teniendo al Niño en
brazos. ¡Cuan dulces lágrimas derramaron al dejar la gruta! El velo fue para
ellos desde entonces la reliquia más preciada que poseyeran. La Santísima
Virgen recibía los dones, pero no parecía darles importancia alguna, aunque
en su humildad encantadora mostraba un profundo agradecimiento a la persona
que hacía el regalo. En todos estos homenajes no he visto en María ningún
acto o sentimiento de complacencia para consigo misma. Sólo por amor al
Niño Jesús y por compasión a San José se dejó llevar de la natural esperanza
de que en adelante el Niño Jesús y José encontrarían en Belén más simpatía
que antes y que ya no serían tratados con tanto desprecio como lo fueron a su
llegada. La tristeza y la inquietud de José la habían afligido en extremo.
Cuando volvieron los Reyes a despedirse ya estaba la lámpara encendida en la
gruta. Todo estaba oscuro afuera. Los Reyes se fueron en seguida con sus
acompañantes y se reunieron debajo del terebinto, sobre la tumba de Maraña,
para celebrar allí, como en la víspera, algunas ceremonias de su culto. Debajo
del árbol habían encendido una lámpara, y al aparecer las estrellas comenzaron
a rezar sus preces y a entonar melodiosos cantos, produciendo un efecto
muy agradable en ese coro las voces de los niños. Después se dirigieron a la
carpa donde José había preparado una modesta comida. Concluida ésta, algunos
se volvieron a la posada de Belén y otros descansaron bajo sus carpas.
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LXVI
El Ángel avisa a los Reyes los designios de Herodes
medianoche tuve una visión. Vi a los Reyes descansando bajo su carpa A sobre colchas tendidas en el suelo, y junto a ellos vi a un joven resplandeciente:
un ángel los despertaba diciéndoles que debían partir de inmediato,
sin pasar por Jerusalén, sino a través del desierto, costeando las orillas del
Mar Muerto. Los Reyes se levantaron de sus lechos y todo el séquito estuvo
de pie en poco tiempo. Uno de ellos fue al Pesebre a despertar a José, quien
corrió a Belén para avisar a los que allí se hospedaban; pero los encontró por
el camino, porque habían tenido la misma aparición. Plegaron la carpa, cargaron
los animales con el equipaje, y todo fue enfardado y preparado con asombrosa
rapidez. Mientras los Reyes se despedían en forma sumamente conmovedora
de San José, delante de la gruta del Pesebre, una parte del séquito ya
partía en grupos separados para tomar la delantera en dirección al Mediodía,
para costear el Mar Muerto a través del desierto de Engaddi. Mucho instaron
los Reyes a la Sagrada Familia de que partiesen con ellos, diciendo que un
gran peligro los amenazaba, y rogaron a María que por lo menos se ocultase
con el pequeño Jesús para que no sufriesen molestias por causa de ellos mismos.
Lloraban como niños: abrazando a José decían palabras muy conmovedoras.
Montando sobre sus cabalgaduras, ligeramente cargadas, se alejaron
por el desierto, he visto al ángel a su lado indicándoles el camino, y pronto
desaparecieron de la vista. Siguieron separados, unos de otros, como un cuarto
de legua; luego en dirección al Oriente, por espacio de una legua, y finalmente
torcieron hacia el Mediodía. He visto que pasaron por una región que
Jesús atravesó más tarde al volver de Egipto en el tercer año de su predicación.
El aviso del ángel a los Reyes había llegado a tiempo, pues las autoridades de
Belén abrigaban la determinación de prenderlos hoy mismo, con el pretexto
de que perturbaban el orden público, de encerrarlos en las profundas mazmorras
que existían debajo de la sinagoga y acusarlos después ante el rey Heredes.
No sé si obraban así por una orden secreta de Herodes o si lo hacían por
exceso de celo ellos mismos. Cuando se conoció esta mañana la huida de los
Reyes, en el valle tranquilo y solitario donde habían acampado, los viajeros se
encontraban ya cerca del desierto de Engaddi. En el valle no quedaban más
que los rastros de las pisadas de los animales y algunas estacas que habían
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servido para levantar las tiendas.
La aparición de los Reyes había causado gran impresión en Belén y muchos
se arrepentían de no haber hospedado a José. Otros hablaban de los Reyes
como de aventureros que se dejaban llevar por imaginaciones extrañas. Había
quienes creían, en cambio, encontrarles alguna relación con los relatos de los
pastores acerca de la aparición de los ángeles. Todas estas cosas determinaron
a las autoridades de Belén, quizás por instigación de Herodes, a tomar medidas.
He visto reunidos a todos los habitantes de la ciudad por una convocatoria
en el centro de una plaza de la ciudad, donde había un pozo rodeado de árboles
delante de una casa grande, a la cual se subía por escalones. Precisamente
desde esos escalones fue leída una especie de proclama, donde se declamaba
contra las cosas supersticiosas y se prohibía ir a la morada de la gente
que propalaba semejantes rumores. Cuando la muchedumbre se hubo retirado,
vi a José acudir a esa casa, donde había sido llamado, y vi que fue interrogado
por unos ancianos judíos. Lo he visto volver al Pesebre y retornar ante
el tribunal de ancianos. La segunda vez llevaba un poco, del oro que le habían
dado los Reyes, y lo entregó a esos hombres, que luego lo dejaron en paz. Por
eso me pareció que todo este interrogatorio no tuvo otro objeto que el de
arrancarle un puñado de oró.
Las autoridades habían hecho poner un tronco de árbol atravesado para obstruir
el camino que llevaba a los alrededores del Pesebre. Este camino no salía
de la ciudad sino que comenzaba en la plaza donde la Virgen se había detenido
bajo el árbol grande, salvando una muralla. Dejaron un centinela en una
choza junto al árbol y pusieron unos hilos sobre el camino, que hacían tocar
una campanilla que estaba en la cabaña de aquél, que les permitiría detener a
quien intentase pasar.
Por la tarde vi un grupo de dieciséis soldados de Heredes hablando con José.
Habían sido enviados allí por causa de los tres Reyes corno si fuesen perturbadores
de la tranquilidad pública. No hallaron más que silencio y paz en todas
partes, y en la gruta no vieron más que una pobre familia. Como por otra
parte tenían orden de no hacer nada que llamara la atención, regresaron como
habían venido, informando de lo que habían podido ver. José había llevado ya
los regalos de los Reyes y demás cosas que habían dejado antes de su partida,
guardándolos en la gruta de Maraña y en otras cavernas escondidas en la colina
del Pesebre.
Las cuevas existían desde los tiempos del patriarca Jacob. En aquella época
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en que sólo había allí algunas cabañas en la que es hoy plaza de Belén, Jacob
había levantado su tienda sobre la colina del Pesebre.
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LXVII
Visita de Zacarías.
La Sagrada Familia se traslada a la tumba de Mahara
sta noche he visto a Zacarías de Hebrón que iba por primera vez: a visi-E tar a la Sagrada Familia.
María estaba en la gruta, y Zacarías, llorando lágrimas de alegría, tomó en sus
brazos al Niño, y repitió, cambiando algunas frases, el cántico de alabanza
que había dicho en el momento de la circuncisión de Juan Bautista. Más tarde
Zacarías volvió a su casa, y Ana acudió al lado de la Santa Familia con su hija
mayor. María de Helí era más alta que su madre y parecía de más edad que
ella.
Reina gran alegría entre los parientes de la Sagrada Familia, y Ana se siente
muy feliz. María pone con frecuencia al Niño en sus brazos y lo deja a su cuidado.
Con ninguna otra persona he visto que hiciera esto. Una cosa me conmovió
mucho: los cabellos del Niño Jesús, rubios y formando bucles, tenían
en su extremidad hermosos rayos de luz. Creo que le rizan el cabello, pues
veo que le frotan la cabecita al lavarlo, poniéndole un pequeño abrigo sobre el
cuerpo. Veo en la Sagrada Familia una piadosa y tierna veneración en el trato
con el Niño; pero todo lo hacen sencilla y naturalmente, como pasa entre los
santos y elegidos de Dios. El Niño muestra un cariño y una ternura tal con su
madre como nunca he visto en otros niños de corta edad. María contaba a su
madre Ana todo lo sucedido con la visita de los Reyes, alegrándose mucho
Ana de ver cómo habían sido llamados desde tan lejos esos hombres para conocer
al Niño de la Promesa. Observó los regalos de los Reyes, ocultos en una
excavación abierta en la pared, y ayudó en la distribución de una gran parte de
ellos y a poner en orden los demás. Todo estaba tranquilo en los alrededores
de Belén, porque los caminos que llevaban a la gruta y que no pasaban por la
puerta de la ciudad estaban obstruidos por las autoridades, y José no iba ya a
Belén a hacer sus compras porque los pastores le traían cuanto necesitaba. La
parienta a cuya casa iba Ana y que estaba en la tribu de Benjamín, se llamaba
Mará, hija de Rhod, hermana de Santa Isabel. Era pobre y tuvo varios hijos,
que luego fueron discípulos de Jesús. Uno de ellos fue Natanael25, el novio de
las bodas de Cana. Esta Mará se halló presente en Efeso en los momentos de
la muerte de María.
Ana está en este momento sola con María en la gruta lateral. Están trabajando
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juntas tejiendo una colcha ordinaria. La gruta del Pesebre estaba completamente
vacía. El asno de José estaba oculto detrás de unas zarzas. Hoy volvieron
algunos agentes de Herodes y pidieron en Belén noticias acerca de un Niño
recién nacido. Llenaron especialmente de preguntas a una mujer judía que
poco tiempo antes había dado a luz a un niño. No fueron a la gruta porque antes
no habían encontrado allí nada más que a una pobre familia: estuvieron lejos
de pensar que podría tratarse del Niño de esa familia. Dos hombres de
edad, de los pastores que habían adorado al Niño Jesús, relataron a José la
historia de esas investigaciones. La Sagrada Familia y Ana se refugiaron en la
gruta de la tumba de Maraha. En la gruta del Pesebre no quedaba nada que
pudiera dar a entender que hubiera estado habitada: parecía un lugar abandonado.
Los vi durante la noche caminando por el valle con una luz velada: Ana
llevaba el Niño y María y José caminaban a su lado. Los pastores los guiaban
llevando las colchas y todo lo que necesitaban las mujeres y el Niño.
Tuve una visión, que no sé si la tuvo también la Sagrada Familia. Vi una gloria
formada por siete rostros de ángeles colocados uno sobre otro alrededor
del Niño Jesús. Aparecieron otras caras y otras formas luminosas, junto a Ana
y a José, que parecían llevarlos por el brazo. Al entrar en el vestíbulo cerraron
la puerta, y al llegar a la gruta de la tumba hicieron los preparativos para el
descanso.
He visto a dos pastores que avisaban a María de la llegada de gente enviada
por las autoridades para tomar informes sobre su Niño. María sintió gran inquietud.
De pronto vi a José que entraba, tomaba al Niño en brazos y lo envolvía
en un manto para llevarlo. No recuerdo ya dónde fue con Él. Entonces
vi a María, sola, durante todo un medio día, en la gruta, llena de inquietud
materna, sin el Niño en su presencia. Cuando llegó la hora en que la llamaron
para dar el pecho al Niño, hizo lo que hacen las madres cuidadosas que han
sufrido alguna agitación violenta o tenido una conmoción de terror. Antes de
amamantar al Niño, exprimió de su seno la leche que se habría podido alterar,
en una pequeña cavidad de la piedra blanca de la gruta. María habló de esta
preocupación con uno de los pastores, hombre piadoso y grave que había ido
a buscarla para llevarla junto al Niño. Este hombre, profundamente convencido
de la santidad de la Madre del Redentor, sacó cuidadosamente aquella leche
de la cavidad de la piedra, y lleno de fe sencilla y simple, la llevó a su
mujer, que tenía un niño de pecho al que no podía calmar ni acallar. Aquella
buena mujer tomó ese alimento con confianza y respeto, y su fe se vio recom-
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pensada, pues se encontró desde entonces con leche buena y abundante para
su hijo. Después de esto, la piedra blanca de la gruta recibió una virtud semejante:
he visto que aun hoy en día también infieles y mahometanos usan de
ella como un remedio en éste y otros casos análogos26. Desde entonces aquella
tierra mezclada con agua y comprimida en pequeños moldes es distribuida
a toda la cristiandad como objeto de devoción y a esta especie de reliquias
llaman "Leche de la Virgen Santísima".
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LXVIII
Preparativos para la partida de la Sagrada Familia
n estos últimos días y hoy mismo he visto a José haciendo preparativos E para la próxima partida de la Sagrada Familia. Cada día iba disminuyendo
los muebles y utensilios. A los pastores les daba los tabiques movibles, los
zarzos y otros objetos con los cuales había hecho más habitable la gruta. Por
la tarde, muchas personas que iban a Belén para la fiesta del sábado, pasaban
por la gruta del Pesebre, pero la hallaron abandonada y prosiguieron su camino.
Ana debe volver a Nazaret después del sábado. He visto que están ordenando,
envolviendo paquetes y que cargan sobre dos asnos los objetos recibidos
de los Reyes, especialmente las alfombras, colchas y diversas piezas de
género. Esta noche celebraron la fiesta del sábado en la gruta de Maraña continuándola
durante el día 29, mientras en los alrededores reinaba gran tranquilidad.
Terminada la fiesta del sábado se preparó la partida de Ana.
Esta noche vi por segunda vez que María salía de la gruta de Maraña y llevaba
al Niño a la gruta del Pesebre en medio de las tinieblas de la noche. Lo colocó
sobre una alfombra en el lugar donde había nacido y rezó de rodillas junto
al Niño. Se llenó toda la gruta de luz celestial, como en el día del Nacimiento.
Creo que María debió ver toda esa luz. El Domingo 30, por la mañana,
Ana se despedía con ternura de la Sagrada Familia, y de los tres pastores,
y se encaminaba con su gente a Nazaret. Llevaban sobre sus bestias de carga
todo lo que quedaba aun de los regalos de los Reyes y me admiré mucho de
que se llevasen un atadito que me pertenecía a mí. Tuve la impresión de que
se hallaba dentro de su equipaje y no podía comprender cómo Ana se llevase
algo que era mío. Ana se llevó muchos regalos de los tres Reyes, especialmente
ciertos tejidos. Una parte de ellos sirvió en la Iglesia primitiva y algunas
de estas cosas han llegado hasta nosotros. Entre mis reliquias hay un trocito
de colcha que cubría la mesita donde se pusieron los regalos de los Reyes,
y otro es de uno de sus mantos. Yo mismo debo tener un pedazo de género
que procede de los Reyes Magos.
Poseían varios mantos: uno grueso y de tela tupida para el mal tiempo; otro de
color amarillo, y un tercero, rojo, de una hermosa lana muy fina. En las grandes
ceremonias llevaban mantos de seda sin teñir: los bordes estaban bordados
de oro y la larga cola era llevada por los hombres del séquito. Creo que
hay cerca de mi un trozo de aquellos mantos, y por esta razón he podido ver
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junto a los Reyes, antes y esta noche, de nuevo, algunas escenas relativas a la
producción y al tejido de la seda. En una región del Oriente, entre ¿el país de
Teokeno y el de Sair, había árboles cubiertos de gusanos de seda. Alrededor
de cada árbol habían cavado un pequeño foso, para que estos gusanos no pudieran
irse de allí, y vi que colocaban con frecuencia unas hojas debajo de
esos árboles. En las ramas estaban suspendidas cajitas, de donde sacaban objetos
redondeados más largos que un dedo. Pensé que se tratase de huevos de
pájaros de alguna especie rara; pero luego entendí que eran capullos hilados
por estos gusanos al ver cómo las gentes los devanaban y sacaban hilos muy
delgados. Sujetaban una gran cantidad de ellos contra su pecho e hilaban con
un hermoso hilo que enrollaban sobre algo que tenían en la mano. Tejían entre
los, árboles y su telar era muy sencillo. La pieza del género era del ancho
de la sábana que tengo en mi lecho.
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LXIX
Presentación de Jesús en el Templo
cercándose el día en que la Virgen debía presentar su Primogénito en el A Templo y rescatarlo según lo prescribía la Ley, se hicieron los preparativos
para que la Sagrada Familia pudiese ir al Templo y de allí volver a Nazaret.
Ya el domingo 30 los pastores habían llevado lo que Ana había dejado.
La gruta del Pesebre, la lateral y la de Maraha se hallaban completamente vacías
y limpias. José las había dejado en las condiciones en que las encontró.
He visto a María y a José con el Niño visitando por última vez la gruta y despedirse
del paraje. Tendieron la carpeta de los Reyes en el lugar donde Jesús
había nacido, pusieron allí al Niño y rezaron. De allí pasaron al sitio de la circuncisión
y también allí se detuvieron rezando. Al amanecer he visto a la Virgen
sentarse sobre el asno que los pastores dejaron ensillado delante de la gruta.
José tuvo al Niño mientras María se acomodaba, y luego se lo dio. La Virgen
iba sentada de modo que sus pies, un tanto levantados, descansaban sobre
una tablilla. Llevaba al Niño contra su pecho, envuelto en su gran manto,
mientras lo contemplaba llena de felicidad. Sobre el asno sólo había dos colchas
y dos pequeños fardos, entre los cuales estaba María. Los pastores se
despidieron con mucha emoción acompañándolos un trecho. No hicieron el
mismo camino por donde habían venido, sino que cruzaron entre la gruta del
Pesebre y la de la tumba de Maraña, costeando a Belén por el Oriente, de modo
que nadie los observó.
Hoy los vi seguir el camino con lentitud, recorriendo la distancia bastante corta
de Belén a Jerusalén. Emplearon mucho tiempo porque se detenían con frecuencia.
A mediodía los vi hacer alto sobre unos asientos alrededor de un pozo
techado, mientras dos mujeres se acercaron a María y trajeron dos cantaritos
con agua mezclada con bálsamo, y panecillos. La ofrenda que María ofrecería
en el templo estaba en un cestillo colgado de un lado del asno. Este cesto
tenía tres compartimentos: dos de ellos, cubiertos, contenían frutas; el tercero
era una jaula calada con dos palomas. Al amanecer los vi entrando en la
casa pequeña de dos esposos ancianos que los recibió con todo afecto: estaban
a un cuarto de legua de Jerusalén. Eran esenios, parientes de Juana Chusa. El
marido se ocupaba, en trabajos del jardín, podando cercos, y tenía a su cargo
la parte del camino.
Pasaron todo el día en casa de esos ancianos. María estuvo casi todo el día so-
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la con el Niño en una habitación; lo tenía junto a ella sobre una alfombra. María
estaba siempre en, oración y parecía disponerse para la ceremonia que tendría
lugar muy pronto. En aquella ocasión tuve una advertencia interior acerca
de la manera que debía prepararme para la Comunión. Vi aparecer en la habitación
a varios ángeles que adoraban al Niño Jesús. No podría decir si María
los vio, aunque creo que sí, porque estaba muy emocionada; por otra parte,
los dueños de la casa prestaron toda clase de atenciones a María presintiendo
algo extraordinario en el Niño Jesús.
A las siete de esta tarde vi al anciano Simeón. Era un hombre delgado, de mucha
edad y barba corta. Este sacerdote tenía mujer y tres hijos, de los cuales el
más joven contaría veinte años. Vivía junto al templo, y vi que se dirigía por
un corredor estrecho y oscuro hacia una celdilla abovedada, abierta en los
gruesos muros. No vi más que una abertura por la cual se miraba al interior.
El anciano estaba arrodillado en su oración como en éxtasis. Se le apareció un
ángel y le dijo que prestase atención al primer niño que se presentara a la mañana
siguiente en el templo, pues ese Niño era el suspirado Mesías que él tanto
había deseado contemplar. Le avisó que habría de morir después de ver al
Mesías. El espectáculo era admirable. La celda estaba inundada de luz y el
anciano Simeón lleno de contento. Al volver a su casa contó a su mujer lo que
le había pasado, y cuando ésta fue a descansar, vi al anciano de nuevo en oración.
Cuando veía a los piadosos israelitas de entonces rezando y a los sacerdotes,
nunca los vi hacer las contorsiones ridículas que hacen hoy los judíos;
en cambio, los he visto darse a veces a la disciplina. He visto que la profetisa
Ana tuvo también una visión mientras rezaba en su celda del templo, referente
a la presentación del Niño Jesús.
Esta mañana, antes de amanecer, he visto a la Sagrada Familia en compañía
de los dueños de casa, que dejaban el albergue para dirigirse al templo de Jerusalén
con el cesto donde estaban las ofrendas que debía presentar. Entraron
primero en un patio cercano al templo, rodeado de muros, y mientras José y el
dueño de casa colocaban el asno bajo un cobertizo, la Virgen fue recibida
muy fraternalmente por una anciana que la llevó más lejos pos un corredor
cubierto. Llevaban una linterna, pues no había aclarado aún. Desde la entrada,
en aquel pasaje, el anciano Simeón salió al encuentro de María. Dijo algunas
palabras de alegría, tomó al Niño en sus brazos, lo estrechó contra su corazón
y se dirigió por otro camino apresuradamente al templo. Tenía un deseo tan
vivo de ver al Niño, por lo que él ángel le había dicho, que quiso esperar la
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llegada de las mujeres para ver más pronto lo que tanto tiempo había suspirado.
Llevaba Simeón largas vestiduras, como acostumbraban los sacerdotes
cuando no estaban en función. Lo he visto con frecuencia en el templo y
siempre en calidad de sacerdote, pero sin ocupar un cargo muy elevado en jerarquía.
Sobresalía por su piedad, sencillez y sabiduría.
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LXX
Presentación de María en el Templo
a Virgen fue llevada por la mujer que le servía de guía hasta el vestíbulo L del templo, donde se hacía la purificación. Fue recibida allí por Ana y
Noemí, su antigua maestra, las cuales habitaban en esa parte del templo. Simeón
acudió nuevamente al encuentro de María y la condujo al lugar donde
se hacía el rescate de los hijos primogénitos. Ana, a quien José entregó el cesto
con las ofrendas, la siguió con Noemí. José se dirigió a otra puerta, donde
debían entrar los hombres. El cesto contenía frutas en la parte de arriba y palomas
en la de abajo. Ya se sabía en el templo que varias mujeres tenían que
presentarse con sus'; primogénitos y todo estaba preparado para la ceremonia,
que se celebró en un lugar tan amplio como la catedral de Dülmen. Había una
serie de lámparas encendidas; contra los muros, que formaban como una pirámide
de luces. La llama salía por la extremidad de una caña curva terminada
en un pico de oro, que brillaba tanto como la llama y que llevaba sujeta por
un resorte un pequeño apagador. Cuando éste era alzado por detrás, se apagaba
la llama sin despedir humo ni olor, y para prenderlo bastaba bajarlo. Delante
de una especie de altar, en una de cuyas extremidades había algo parecido
a unos cuernos, varios sacerdotes habían llevado un cofre cuadrangular,
algo alargado, que formaba el soporte de una mesa bastante amplia sobre la
cual había una gran placa. En esta mesa colocaron una colcha roja y otra
blanca, transparente, que colgaba hasta el suelo alrededor de la mesa. En los
cuatro extremos de la mesa había lámparas encendidas de varios brazos y en
el centro dos fuentes ovaladas y dos cestillas en torno a una larga cuna. Todos
estos objetos se habían extraído de los compartimentos del cofre. De ahí también
sacaron ropas sacerdotales, depositándolas sobre el altar fijo. La mesa
para recibir las ofrendas estaba rodeada de una reja. A ambos lados de esta sala
del templo había hileras de asientos, unas más altas que otras, donde se encontraban
varios sacerdotes orando. Simeón se acercó a María que tenía al
Niño envuelto en una tela azul celeste; y la condujo por/ia reja hasta la mesa
de las ofrendas, donde María puso al Niño en la cuna. Desde ese momento vi
el templo lleno de luz de un resplandor indescriptible. Vi que Dios estaba allí,
y encima del Niño Jesús, vi los cielos abiertos hasta el trono de la Santísima
Trinidad.
Simeón volvió a llevar a María al sitio donde se encontraban las mujeres de-
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trás de la reja. María tenía vestido azul celeste y velo blanco, y estaba envuelta
en largó manto amarillento. Simeón se acercó entonces al altar fijo, donde
se hallaban las vestiduras sacerdotales y se revistió con otros tres sacerdotes
para la ceremonia. En los brazos llevaban algo así como una rodela pequeña y
sobre la cabeza una especie de mitra. Uno de estos sacerdotes se colocó detrás
de la mesa de las ofrendas, el otro delante y los restantes se hallaban a los costados
recitando plegarias frente al Niño. La profetisa Ana acercóse entonces a
María, le presentó el cesto de las ofrendas y la llevó hasta la reja, delante de la
mesa del sacrificio. Ella quedó allí de pie, y Simeón, que estaba junto a la mesa,
abrió la reja, acercó a María a la mesa y colocó allí sus ofrendas. En una
de las fuentes ovaladas pusieron las frutas y en la otra, monedas, mientras las
palomas permanecieron en el cesto. En tanto Simeón quedaba con María ante
el altar de las ofrendas, el sacerdote, detrás del altar, tomó al Niño Jesús, lo
alzó en el aire presentándolo hacia diversos lados del templo y oró largo
tiempo. Después entregó el Niño al anciano Simeón, el cual lo puso en brazos
de María, leyendo ciertas oraciones en un rollo puesto a su lado sobre un atril.
Simeón volvió a conducir a María delante de la balaustrada, de donde fue llevada
por Ana, que la esperaba, al sitio donde estaban comúnmente las mujeres.
Había allí una veintena de ellas, que había concurrido para presentar a sus
primogénitos. José y los demás hombres estaban más lejos, en el sitio designado.
Los sacerdotes que estaban delante del altar comenzaron un servicio
con incensarios y oraciones, y los que se encontraban sentados tomaron parte
en él haciendo ademanes, aunque no exagerados, como hacen los judíos de
hoy.
Terminada esta ceremonia Simeón acercóse a María, recibió al Niño en sus
brazos y, lleno de entusiasmo, habló de Él durante largo tiempo en términos
sumamente expresivos. Agradeció a Dios el haber cumplido su promesa y entre
otras cosas dijo: "Ahora, Señor, puedes dejar morir a tu siervo en paz, según
tu promesa, porque mis ojos han visto tu Salud, que has preparado a la
faz de todos los pueblos como luz que iluminará a las gentes y gloria de tu
pueblo Israel". José se había acercado después de la Presentación, y escuchó,
igual que María, con sumo respeto» las inspiradas palabras de Simeón, el
cual, bendiciendo a ambos, dijo a María: "He aquí que Éste está puesto para
caída y para levantamiento de muchos en Israel, y en señal de contradicción.
Una espada traspasará tu alma, para que sean manifestados los pensamientos
de muchos corazones". Al terminar su discurso Simeón, la profetisa Ana se
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sintió inspirada y habló largo tiempo del Niño Jesús, dando a su Madre el
nombre de Bienaventurada. He visto que todos los presentes escucharon esto
con devoción, sin que resultara desorden alguno. Me parece que los sacerdotes
también oyeron estas cosas. Parecía que aquella manera de rezar, en alta
voz, no fuera cosa insólita; que sucedían con frecuencia estas cosas y que era
natural que así sucedieran en el templo. Todos los presentes manifestaban
grandes muestras de respeto al Niño y a su Madre. María brillaba como una
rosa del Paraíso.
En apariencia, la Sagrada Familia había presentado de las ofrendas la más pobre,
pero José dio al anciano Simeón y a la profetisa Ana, secretamente, muchas
pequeñas monedas amarillas triangulares, con intención de favorecer especialmente
a las vírgenes pobres que se educaban en el templo y que no tenían
medios para costearse el mantenimiento. He visto luego que la Virgen era
llevada con su Niño por Ana y Noemí al atrio desde donde la habían traído, y
allí se despidieron. José ya se encontraba allí con los dueños de la casa donde
se alojaban. Como habían traído el asno, María montó en él, con el Niño en
brazos, y saliendo del templo se dirigieron a Nazaret, atravesando Jerusalén.
No pude ver la ceremonia de la presentación de los demás niños en el día de
hoy; pero tengo la impresión de que todos ellos recibieron gracias particulares,
y que muchos fueron de aquellos niños inocentes degollados por orden de
Herodes. Toda la ceremonia de la Presentación debió terminar a eso de las
nueve de la mañana, pues a esa hora he visto que partía la Sagrada Familia de
Jerusalén.
Llegaron ese día hasta Bet-Horón y pasaron la noche en la casa que había sido
el último albergue de María, cuando fue llevada al templo trece años antes.
Me pareció que la casa estaba habitada por un maestro de escuela. Algunas
personas, enviadas por Ana, los estaban esperando para acompañarlos. Al
volver a Nazaret siguieron un camino más directo del que habían tomado para
ir a Belén, porque entonces evitaban las aldeas y entraban sólo en las casas
aisladas que encontraban. La borriquilla, que les había indicado el camino
cuando fueron a Belén, había quedado en casa de un pariente de José, porque
pensaba éste volver a Belén y construirse allí una vivienda en el valle de los
pastores. De esto había tratado con ellos y les decía que volvía a Nazaret sólo
para que María pudiera pasar algún tiempo en casa de su madre a reponerse
de las incomodidades sufridas en el mal alojamiento de Belén. Había dejado
por esto muchas cosas en poder de los pastores, por la intención que tenía de
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volver. José llevaba unas monedas muy raras que había recibido de los Reyes
Magos: en una especie de bolsillo interior de su ropa, tenía ciertas cantidades
de hojitas de metal amarillo, muy delgadas, brillantes y dobladas unas sobre
otras, de forma cuadrada, con las puntas redondeadas que tenían un grabado
encima. En cambio, he visto que las monedas recibidas por Judas en pago de
su traición, eran de forma de lengua.
En estos días pude ver de nuevo a los Reyes reunidos más allá de un río donde
se detuvieron el día entero consagrado a la celebración de una de sus fiestas.
Había allí un caserón grande, rodeado de casas más pequeñas. Al principio
viajaron muy rápidamente, pero desde que se detuvieron en aquel sitio su
marcha era más lenta. Yo veía a un joven resplandeciente que iba delante del
cortejo y que a veces hablaba con ellos.
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LXXI
Muerte de Simeón
l anciano Simeón tenía tres hijos, el mayor de unos cuarenta años y el E más joven de unos veinte, y los tres estaban empleados en el templo.
Más tarde se hicieron amigos fieles, aunque secretos, de Jesús y de sus discípulos
y después lo fueron también ellos, no recuerdo si antes de la muerte de
Cristo o después de su Ascensión al cielo. Fue uno de ellos el que en la última
Cena preparó el cordero pascual para Jesús y los apóstoles. En los primeros
tiempos de la persecución, después de la Ascensión, hicieron grandes servicios
a los amigos de Jesús. No recuerdo ahora si todos esos hombres fueron
hijos o nietos de Simeón. Simeón era pariente de Serafia (más tarde Verónica)
t como también de Zacarías, por medio del padre de Verónica. Este anciano,
luego de haber profetizado en la Presentación de Jesús en el templo, al volver
a su casa cayó enfermo casi de inmediato, y a pesar de su enfermedad, manifestaba
gran alegría en las conversaciones con su mujer y sus hijos. Esta noche
vi que era hoy cuando debía morir, y sólo recuerdo lo siguiente. Desde su
lecho de muerte Simeón dirigió palabras conmovedoras a su mujer y a sus
hijos habiéndoles de la salvación que había llegado para Israel, de lo que
había anunciado el ángel, todo esto en términos entusiastas, elocuentes y jubilosos.
Después de esto lo vi morir plácidamente. La familia lo lloró en silencio,
y alrededor de él he visto muchos sacerdotes y judíos orando. Su cadáver
fue llevado en seguida a otra sala. Allí lo pusieron sobre una tabla agujereada
y lo lavaron bajo una colcha con esponjas, de modo que no lo veían desnudo.
El agua corría a través de los orificios de la tabla hasta una fuente de cobre
que estaba debajo. Después pusieron sobre el cuerpo grandes hojas verdes, alrededor
hermosos ramos de hierbas y lo amortajaron en un lienzo grande, envolviéndolo
luego con una tela en forma de tira larga, como se fajaría a un niño.
Su cuerpo estaba tan rígido e inflexible que parecía atado a la tabla. La
misma noche lo enterraron. Lo transportaron seis hombres, llevando luces. El
cuerpo estaba colocado sobre una tabla con la forma del cuerpo y un borde
algo levantado en los cuatro costados. Así envuelto y descubierto pusieron el
cuerpo sobre la tabla. He visto que los que lo llevaban y los que acompañaban
iban más de prisa de lo que suele hacerse en nuestros días. Lo sepultaron en la
tumba de una colina no distante del templo. La bóveda tenía en su parte exterior
la forma de un montículo, donde se había colocado, desde afuera, una
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puerta oblicua, con trabajo de albañilería en la parte interior, hecha de un modo
particular que me recordó el tipo de obra que hacía San Benito cuando edificó
su primer monasterio. Las paredes estaban adornadas de flores y estrellas
con piedras de diferentes colores, tal como era la celda de la Virgen en el
templo. La pequeña bóveda donde pusieron a Simeón tenía apenas el espacio
para circular alrededor del cadáver. Tenían otras costumbres en los entierros,
tales como dejar monedas, piedrecillas y creo que también alimentos, aunque
ya no recuerdo bien estas cosas.
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LXXII
Visión de la Purificación de María
a fiesta de la Candelaria o Purificación se me mostró en un gran cuadro L que ahora me es difícil explicar. Vi esta fiesta en una iglesia diáfana
suspendida sobre la tierra, que representa la Iglesia Católica en general, y que
veo cuando debo contemplar no una iglesia en particular, sino la Iglesia como
tal. Estaba llena de ángeles, que rodeaban a la Santísima Trinidad. Así como
yo debía ver a la Segunda Persona de la Trinidad en el Niño Jesús presentado
y rescatado en el templo, a pesar de hallarse presente en la Trinidad Santísima,
así me parecía que el Niño Jesús se hallaba junto a mí y me consolaba en
mis dolores mientras yo veía a la augusta Trinidad.
Estaba, pues, cerca de mí el Verbo encarnado, y parecía que el Niño Jesús estaba
unido a la Santísima Trinidad mediante una vía luminosa. No dejaba de
estar allá, aunque estuviera a mi lado, y no dejaba de estar junto a mí, aunque
estuviera en la Trinidad. En el momento en que sentí fuertemente la presencia
del Niño Jesús junto a mí, vi la figura de la Santísima Trinidad en otra forma
que cuando Ella me es presentada solamente como imagen de la Divinidad.
En esto apareció un altar en medio de la iglesia: no era un altar determinado
de una de nuestras iglesias, sino un altar en general y simbólico. Sobre él
había un árbol pequeño con grandes hojas colgantes, como había visto que era
el árbol de la ciencia del bien y del mal en el Paraíso terrenal. Después vi a la
Virgen Santísima con el Niño Jesús en brazos como si emergiese de la tierra,
delante del altar, mientras el árbol que estaba sobre, él se inclinaba ante Ella y
se secaba de inmediato. Después vi que un ángel de vestiduras sacerdotales,
con un aro luminoso en la cabeza, se acercaba a María. Ella le dio el Niño y el
ángel lo puso sobre el altar, y en el mismo momento vi al Niño en el cuadro
de la Santísima Trinidad, la cual contemplé esta vez en su forma común. Vi
que el ángel daba a María un pequeño globo, sobre el cual había una figura
como de un Niño fajado y María, después de haberlo recibido, quedó suspendida
en el aire sobre el altar. De todos lados salían brazos llevando antorchas
que se dirigían hacia ella, y María las presentaba al Niño, sobre el globo, en el
que entraron de inmediato. Las antorchas formaron, por encima del Niño y de
María, un resplandor de luz que iluminaba todo el cuadro. María desplegaba
un amplio manto sobre toda la tierra. Luego todo cambió y se transformó en
otra escena, que parecía la celebración de una fiesta.
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Creo que la muerte del árbol de la ciencia del bien y del mal en el momento
de aparecer María y la absorción del Niño ofrecido sobre el altar dentro del
cuadro de la Santísima Trinidad, debían ser imágenes de la reconciliación de
los hombres con Dios. Por esto mismo he visto que las luces dispersas presentadas
a la Madre de Dios y remitidas por ella al Niño Jesús se convertían en
una sola luz en Jesús, que es la Luz del mundo que ilumina a todo hombre y
al mundo entero, representado por aquel globo como por un globo imperial.
Las luces presentadas indicaban la bendición de las candelas, que se celebra
en la fiesta de la Candelaria.
-202 -

LXXIII
La Sagrada Familia llega a casa de Santa Ana
sta noche vi que la Sagrada Familia había llegado a la casa de Ana, a E media legua de Nazaret, hacia el valle de Zabulón. Tuvo lugar allí una
fiestecita familiar, como aquella celebrada cuando partió María para el templo.
Estaba María de Helí, la hija mayor de Ana. Habían quitado la carga al
asno porque pensaban quedarse algún tiempo. Todos recibieron al Niño Jesús
con alegría, con una alegría tranquila, interior: no había nada de apasionado
en todas estas personas. Estuvieron presentes algunos sacerdotes de edad y
hubo una fiestecita con una comida. Las mujeres comían separadas de los
hombres.
En otra ocasión veo de nuevo a la Sagrada Familia en casa de Ana. Están presentes
algunas mujeres, entre ellas María Helí, hija mayor de Ana, con su hija
María de Cleofás; veo, además, a otra mujer del país de Santa Isabel, y aquella
sirvienta que había estado con María en Belén. Esta sirvienta, después de
perder a su marido, que la había tratado mal, no quiso volver a casarse y se
fue a Juta, a casa de Isabel, donde María la conoció cuando fue a visitar a su
prima. De allí la viuda fue a casa de Ana.
Hoy he visto a José atareado, cargando muchos bultos en casa de Ana, e ir
luego con la criada de Ana a Nazaret, seguido de dos o tres asnos cargados.
En los casos desesperados invoco a Santa Ana, Madre de María, y hoy, estando
en visión en su casa, vi en el jardín muchas peras, ciruelas y otras frutas
pendientes de los árboles, a pesar de no ser estación de frutas, y los árboles
estuviesen sin hojas. Recogí algunas antes de salir de la casa y llevé las peras
a personas enfermas, que se curaron de inmediato. Di también frutas a otras
personas conocidas y desconocidas, que sintieron gran alivio en sus penas y
enfermedades. Creo que estas frutas indican favores obtenidos por intercesión
de Santa Ana, y que significan para mí nuevos sufrimientos de expiación. Por
experiencia sé que sucede esto al tomar frutas de los jardines de los santos:
pago el favor que recibo con nuevos dolores en favor de las almas.
En Palestina veo ahora a menudo brumas y lluvias; a veces un poco de nieve
que se derrite en seguida. Veo también árboles sin hojas, pero con algunas
frutas. Veo varias cosechas en el año y una que corresponde a nuestra estación
de primavera.
En el invierno veo a la gente completamente cubierta, con mantos sobre la
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cabeza.
Hoy, por la tarde, he visto a María con el Niño, acompañada de su madre, que
iban a la casa de José en Nazaret. El camino es agradable. Habrá una media
legua de distancia, entre colinas, jardines y huertas. Ana envía alimentos a José
y a María a su casa de Nazaret. ¡Qué conmovedor es todo lo que veo en la
Sagrada Familia! María es como una Madre y al mismo tiempo como la servidora
del Niño Jesús y la servidora de San José, y José es para María como el
amigo más devoto y el servidor más humilde. ¡Cuánto me conmueve ver a
María mover y dar vueltas al Niño Jesús como a un niño que no puede valerse
por si mismo!
El Niño Jesús puede tener un año de edad. Lo vi jugando en torno de un balsamero,
en un momento en que sus padres se detuvieron durante el viaje; algunas
veces lo hacían andar un rato. Vi a la Virgen tejiendo vestiditos a punta
de aguja o ganchillo. Tenía tenía madeja de lana sujeta a la cadera derecha y
«n las manos dos palillos de hueso, si no me equivoco, con unos ganchillos en
la extremidad. Uno de ellos podía medir media vara de largo, el otro era más
corto. La Virgen trabajaba de pie o sentada, junto al Niño, que se hallaba
acostado en una pequeña cesta. A José lo he visto trabajar trenzando diferentes
objetos y hacer tabiques y entarimados para las habitaciones con largas tiras
de cortezas amarillas, pardas y verdes. Tenía una provisión de objetos semejantes
superpuestos en un cobertizo contiguo a la casa. Me inspiraba compasión
pensando que pronto tendría que dejar todo y huir a Egipto. Santa Ana
venía con frecuencia, casi todos los días, desde su casa que está a solo media
legua.
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LXXIV
Agitación de Herodes en Jerusalén
e visto lo que sucedía en Jerusalén, y cómo Herodes mandó llamar a H mucha gente como cuando recluían soldados en nuestra tierra. Los soldados
recibieron trajes y armas en un amplio patio donde se habían reunido.
En el brazo tenían una media luna (una rodela). Tenían venablos y sables cortos
y anchos, como cuchillas, y sobre la cabeza cascos; muchos de ellos se
ceñían las piernas con cintas. Todo esto tenía relación con la matanza de los
niños inocentes, porque Herodes andaba sumamente agitado. Hoy lo he visto
de nuevo en gran agitación, como cuando llegaron los Reyes Magos a preguntarle
acerca del Rey de los judíos recién nacido. Estuvo consultando a viejos
escribas y doctores, que portaban largos rollos de pergamino fijos sobre dos
pedazos de madera, y estuvieron leyendo allí algo. He visto que los soldados
vestidos y equipados la víspera fueron enviados a diversas direcciones, a los
alrededores de Jerusalén y de Belén. Creo que fue para ocupar aquellos lugares
donde más tarde las madres debían acudir con sus hijos a Jerusalén, sin
sospechar que habrían de ser degolladas allí las criaturas. Quería impedir
Herodes que su crueldad fuera causa de algún levantamiento. Hoy he visto a
los soldados llegar a tres sitios diversos cuando salieron de Jerusalén: fueron a
Hebrón, a Belén y a un tercer lugar que está entre los dos en dirección al Mar
Muerto, cuyo nombre no recuerdo. Los habitantes de estos lugares, no sabiendo
la causa de la llegada de los soldados, estaban intranquilos y sobresaltados.
Como Herodes era astuto, no se traslucían sus malas ideas y buscaba a
Jesús secretamente. Los soldados apostados en esos lugares permanecieron
allí algún tiempo con el propósito de no dejar escapar al Niño recién nacido
en Belén. Herodes hizo degollar a todas las criaturas menores de dos años.
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LXXV
La Sagrada Familia en Nazaret
oy he visto a Ana yendo con su criada desde su casa a Nazaret. La cria-H da llevaba un paquete colgado a su costado, una cesta sobre la cabeza y
otra en la mano. Estas cestas eran redondas y una de ellas calada, porque dentro
tenía aves. Llevaban alimentos para María, que no tenía instalada la cocina,
porque -recibía todo de la casa de Ana.
Hoy por la tarde volví a ver a Ana y a su hija mayor, María de Helí, la cual
tenía junto a sí a un niñito muy robusto de cuatro a cinco años: era ya un nieto,
hijo de su hija María de Cleofás. José estaba ausente, en casa de Ana. Yo
pensé entre mis adentros: las mujeres son siempre del mismo modo. Las veía
sentadas juntas, hablando familiarmente, jugando con el Niño Jesús, con besos
y caricias y poniéndolo en los brazos del niñito de María Cleofás; todo
pasaba como pasa en nuestros días en iguales casos. María de Helí vivía en
una aldea a unas tres leguas de Nazaret, hacia el Oriente, y su casa estaba
también arreglada casi como la de Ana, con un patio rodeado de muros y un
pozo de bomba, del cual salía un chorro de agua cuando se ponía el pie sobre
un sitio determinado, cayendo el agua sobre una fuente de piedra. Su marido
se llama Cleofás y su hija, casada con Alfeo, vivía en otro extremo de la aldea.
Por la noche he visto a las mujeres en oración. Estaban delante de una
mesa pequeña arrimada al muro y cubierta con un tapete rojo y blanco. María
estaba delante de Ana y su hermana cerca de ella. A veces cruzaban las manos
sobre el pecho, las juntaban y luego las extendían y María leyó en un rollo
que tenía delante. Sus oraciones me recordaban la salmodia de un coro conventual,
por el tono y el ritmo con que procedían.
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LXXVI
El Ángel se aparece a José y le manda huir a Egipto
os veo partir de Nazaret. Ayer José había vuelto temprano de Nazaret y L Ana y su hija estaban aún en Nazaret con María, Ya habían ido a descansar
cuando el Ángel apareció a José. María y el Niño descansaban a la, derecha
del hogar; Ana a la izquierda; María de Helí entre la habitación de su
madre y la de José. Estas diversas habitaciones estaban separadas por tabiques
de ramas de árboles trenzadas y cubiertos en lo alto con zarzos de la misma
clase. El lecho de María estaba separado de los demás de la pieza por medio
de una mampara. El Niño Jesús dormía a los pies de María sobre unas alfombras
en el suelo. Al levantarse, lo podía fácilmente tomar en brazos.
Vi a José descansando en su habitación, acostado de lado, con la cabeza sobre
el brazo, cuando un joven resplandeciente se acercó a su lecho y le habló. José
se incorporó; pero como estaba abrumado de sueño, volvió a caer. El Ángel
lo tomó de la mano y lo levantó hasta que José volvió completamente en sí y
se levantó. El Ángel desapareció. José encendió su propia lámpara en otra que
estaba colgada delante del hogar en medio de la casa; luego golpeó a la entrada
donde estaba María y preguntó si podía recibirlo. Lo vi entrar y hablar con
María, la cual no descorrió la cortina que tenía delante. Luego José entró en
una cuadra donde tenía el asno y pasó a una habitación donde había diversos
objetos y arregló todo para la pronta partida. Cuando: José dejó a María, ésta
se levantó y se vistió para el viaje. Fue a ver a su santa madre y le dio cuenta
de la orden del Ángel de partir. Ana se levantó, como también María de Helí
con su nieto. Al Niño Jesús lo dejaron aún descansando. Para aquellas santas
personas la voluntad de Dios era lo primero. Estaban muy afectados y afligidos,
pero no se dejaron llevar por la tristeza y dispusieron lo necesario para el
viaje. María no tomó casi nada de lo que habían traído de Belén. Hicieron un
envoltorio de regular tamaño con las cosas que José había dispuesto y añadieron
algunas colchas. Todo esto se hizo con calma y muy rápidamente, como
cuando se despierta uno para huir en secreto. María tomó al Niño y su prisa
fue tanta que no la vi cambiarle pañales.
El momento de partir había llegado y no es posible decir cuánta era la aflicción
de Ana y de su hija mayor: estrechaban contra su pecho al Niño Jesús,
llorando, y el niñito besó también a Jesús. Ana besó varias veces a María, llorando,
como si no la hubiera de ver más, mientras María de Helí se echó al
-207 -

suelo derramando abundantes lágrimas. Aún no era media noche cuando dejaron
la casa, y Ana y María Helí acompañaron a los viajeros un trecho de camino.
José marchaba detrás con el asno y aunque iban en dirección de la casa
de Ana, la dejaron a un lado hacia la derecha. María llevaba al Niño Jesús sujeto
con una faja que descansaba sobre sus hombros. Tenía un largo manto
que la envolvía toda con el Niño y un gran velo cuadrado que no cubría más
que la parte posterior de la cabeza y caía a ambos lados de la cara. Habían
avanzado algo en el camino cuando José los alcanzó con el asno, cargado con
un odre lleno de agua y un cesto lleno de objetos, como panecillos, aves vivas
y un cantarito. El pobre equipaje de los viajeros, junto con algunas colchas,
iba empaquetado alrededor del asiento, puesto de través con una tablilla para
descansar los pies. Otra vez volvieron a besarse, llorando, y Ana bendijo a
María, que montó sobre el asno, que conducía José, y prosiguieron su camino.
Por la mañana temprano he visto a María de Helí que iba con su muchachito a
la casa de Ana; después envió a su suegro con un servidor a Nazaret, y regresó
a su propia casa. Ana estaba empaquetando y ordenando todo lo que había
quedado en la casa de José.
Por la mañana acudieron dos hombres de la casa de Ana: uno de ellos no llevaba
encima mas que una piel de carnero, con toscas sandalias sujetas por correas
en torno de las piernas; el otro llevaba ropas largas.
Ayudaron a poner orden en la casa de José, empaquetando las cosas que debían
llevar a casa de Ana.
Mientras tanto vi a la Sagrada Familia, la noche de su partida, descansar en
varios lugares y por la mañana en un cobertizo. Por la tarde, no pudiendo llegar
más lejos, entraron en un lugar llamado Nazara, en una casa separada de
las demás, porque eran tratados con cierto desprecio los dueños de ella. No
eran judíos: en su religión había algo de paganismo, porque iban a adorar al
monte Garizím, cerca de Samaria, por un camino montañoso y abrupto. Estaban
obligados a pesadas tareas y trabajaban como esclavos en el templo y en
otras obras públicas. Esta gente recibió a la Sagrada Familia con mucha amabilidad.
Se quedaron allí el día siguiente.
Al volver de Egipto la Sagrada Familia visitó a esa buena gente, y también
más tarde, cuando Jesús tenía doce años, y fueron al templo, y cuando volvió
a Nazaret toda esa familia se hizo bautizar por San Juan y se unió a los discípulos
de Jesús. El pueblo de Nazara no está lejos de otra ciudad puesta sobre
una altura, cuyo nombre no recuerdo, pues he oído nombrar varias ciudades
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en los alrededores, como Legio, Massoloth, y entre ellas está Nazara, si mal
no recuerdo.
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LXXVII
Descanso bajo el terebinto de Abrahán
yer, sábado, después de la fiesta, la Sagrada Familia dejó a Nazara du-A rante la noche. La he visto todo el domingo y la noche siguiente ocultándose
cerca de aquel árbol grande bajo el cual habían estado cuando fueron
a Belén y donde María había sufrido tanto el frío. Este árbol era el terebinto
de Abrahán, cerca del bosque de Moré, no muy distante de Siquem, de Yhenat,
de Silch y de Anima. Las intenciones de Herodes se conocían en aquel
país y por eso no se sentían seguros. Cerca de este árbol fue donde Jacob enterró
los ídolos robados a Labán, y junto a este terebinto Josué reunió al pueblo
y estuvo levantado el tabernáculo donde se hallaba el Arca de la Alianza y
exigió al pueblo renuncia de los ídolos. Allí fue saludado como rey por lo siquemitas,
Abimelec, hijo de Gedeón.
Esta mañana he visto a la Sagrada Familia descansando, muy temprano, junto
a una fuente, bajo unos arbustos de bálsamo, en una región fértil. El Niño Jesús
estaba con los pies desnudos sobre las rodillas de María. Los arbustos estaban
cubiertos de bayas rojas: en algunas ramas había incisiones, de las que
salía el líquido que era recogido en pequeños recipientes. Yo me maravillaba
de que no los robaran. José llenó su cantarito con el licor que manaba y comieron
lo que habían traído, pan y bayas recogidas en los arbustos vecinos,
mientras el asno pastaba y abrevaba junto a ellos. Hacia la izquierda se veía,
en lontananza, la altura donde estaba asentada Jerusalén. Era un cuadro conmovedor
mirarla desde este lugar.
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LXXVIII
Santa Isabel huye al desierto con el niño Juan
acarías e Isabel conocían el peligro qué amenazaba a los niños, porque Z creo que la Sagrada Familia les envió un mensaje de confianza. He visto
a Isabel llevándose al niño Juan a un sitio muy retirado del desierto, a unas
dos leguas de Hebrón. Zacarías los acompañó hasta un lugar donde atravesaron
un arroyuelo, pasando sobre una viga tendida. Allí se separó de ellos y se
encaminó a Nazaret por el camino que María había tomado cuando fue a visitar
a su prima Isabel. Creo que iba a pedir mejores informes a Santa Ana. Allí,
en Nazaret, varios amigos de la Sagrada Familia estaban muy tristes por la
partida. He visto que Juan, en el desierto, no llevaba sobre el cuerpo más que
una piel de cordero, y a los dieciocho meses ya podía correr y saltar. Tenía en
la mano un bastoncito blanco, con el que jugaba como juegan los niños. El
desierto no era una inmensa extensión arenosa y estéril, sino una soledad con
muchas rocas, barrancos y grutas, donde crecían arbustos diversos con bayas
y frutos silvestres. Isabel llevó al niño Juan a una gruta donde más tarde vivió
María Magdalena después de la muerte del Salvador. No sé cuánto tiempo estuvo
oculta allí Isabel con el niño: probablemente quedó todo el tiempo hasta
que no podía ya temerse la persecución de Herodes. Regresó con su hijo a Juta,
pero volvió a huir cuando Herodes convocó a las madres que tenían hijos
menores de dos años, lo cual tuvo lugar un año más tarde. No puedo decir los
días, pero contaré las escenas de la huida conforme recuerdo haberlas visto.
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LXXIX
La Sagrada Familia se detiene en una gruta y ve al niño Juan
uando hubo pasado la Sagrada Familia algunas alturas del Monte de los C Olivos, la vi huyendo hacia Belén, en dirección de Hebrón. A unas dos
leguas del bosque de Mambré los vi refugiarse en una gruta amplia, abierta en
un desfiladero agreste, encima del cual se hallaba un lugar parecido al nombre
de Efraín, Me parece que era la sexta vez que se detenían en el camino. Llegaron
llenos de fatiga y de tristeza. María estaba muy afligida y lloraba. Sufrían
toda clase de privaciones, pues tenían que tomar los senderos apartados y evitar
los poblados y las posadas públicas. Descansaron durante todo el día. Tuvieron
lugar aquí algunos hechos milagrosos para aliviar su miseria. Brotó
una fuente en la gruta, por la oración de María, y una cabra salvaje se acercó a
ellos y se dejó ordeñar. Finalmente se les apareció un ángel, que los consoló y
animó. En esta gruta había rezado a menudo un profeta y Samuel se detuvo
algunas veces. David guardaba en la vecindad los rebaños de su padre, y aquí
mismo mientras oraba recibió de un ángel la orden y el mandato de combatir
contra Goliat27.
Después de dejar la gruta caminaron siete leguas hacia el Mediodía, dejando a
su izquierda el Mar Muerto, y unas dos leguas más allá de Hebrón entraron en
el desierto donde se encontraba por entonces el pequeño Juan, pasando a un
tiro de flecha de la gruta donde estaban refugiados. Los he visto avanzar en
medio de un desierto de arena, muy lánguidos y cansados. El recipiente de
agua y el cantarillo de bálsamo estaban vacíos; María estaba sedienta y triste,
y el Niño también tenía sed. Se detuvieron fuera del camino en una hondonada
donde había zarzales y un poco de césped reseco. María bajó del asno, sentóse
en el suelo y puso al Niño ante sí. Estaba triste y rezaba. Mientras María,
como Agar en el desierto, pedía un poco de agua para el Niño, mis ojos vieron
una escena conmovedora. La 'gruta donde Isabel tenía escondido al niño Juan,
estaba a poca distancia, en medio de unas rocas altas. Pude ver al niño Juan
vagando entre malezas y piedras. Me pareció lleno de inquietud y como si esperara
algo; no pude ver a su madre.
La vista de aquel niño corriendo con paso seguro por ese lugar desierto producía
una viva impresión. De la misma manera que se había estremecido en el
seno de su madre, como queriendo ir al encuentro de su Señor, esta vez se
hallaba excitado por la vecindad de su Redentor, que estaba sediento. Tenía
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sobre los hombros una piel de cordero, sujeta por la cintura, y en la mano un
bastoncito, en cuya alta punta flotaba una banderola de corteza. Sentía que Jesús
pasaba y que tenía sed. Se puso de rodillas y clamó a Dios con los bracitos
tendidos. Luego se levantó con rapidez corrió impulsado por el espíritu
hasta un costado de la roca, y golpeó el suelo con su vara, brotando de inmediato
agua abundante. Juan corrió hacia el sitio donde caía, y allí se detuvo, y
vio a lo lejos a la Sagrada Familia que pasaba. María alzó al Niño en los brazos
y señalando hacia el lugar, dijo: "Mira a Juan en el desierto". Vi a Juan
estremecerse de alegría junto al agua que caía; hizo una señal con su banderola,
y luego huyó a su soledad. El arroyo, después de algún tiempo, llegó hasta
el camino que seguían los viajeros. Los he visto pasar y detenerse junto a
unos zarzales en un lugar cómodo donde había un poco de césped, aunque seco.
María bajó con el Niño de la cabalgadura y se sentó sobre el césped. Todos
estaban llenos de alegría. José cavó una pequeña hondura, que pronto se
llenó de agua, y cuando estuvo limpia todos bebieron. María bañó al Niño y
luego se lavaron las manos, la cara y los pies; José trajo el asno y le dio de
beber, y finalmente llenó de agua su recipiente. Estaban llenos de alegría y de
agradecimiento. El césped seco reverdeció con el agua; el sol se mostró brillante,
y todos se, encontraron reanimados, aunque silenciosos. Se detuvieron
allí dos o tres horas.
A poca distancia de una ciudad sobre la frontera del desierto, a dos leguas
más o menos del Mar Muerto, fue donde se detuvo la Sagrada Familia por última
vez en los dominios de Herodes. El nombre de la ciudad era así como
Anam, Anem o Anim28. Pidieron entrada en una casa aislada, que era posada
para gentes que atravesaban el desierto. Contra una altura había algunas cabañas
y cobertizos, y en los alrededores muchos frutales silvestres. Me pareció
que los habitantes eran camelleros, porque he visto pastando varios camellos
rodeados de vallas. Eran gentes dé costumbres salvajes, dedicadas, me parece,
al pillaje; con todo, recibieron bien a la Sagrada Familia y le dieron hospitalidad.
En la vecina ciudad habitaban gentes de costumbres desordenadas, que
habían huido después de una guerra. Entre las personas de la posada había un
joven de unos veinte años, llamado Rubén.
En una noche estrellada he visto hoy a la Sagrada Familia atravesando un terreno
arenoso, cubierto de maleza corta. Me parecía viajar con ellos por el desierto.
El paraje era peligroso por la cantidad de serpientes ocultas en la maleza
y enrolladas entre la hojarasca. Se acercaban silbando y levantando sus ca-
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bezas contra la Sagrada Familia, que pasaba tranquila, rodeada de luz. He visto
otros animales dañinos, de patas cortas, y una especie, con alas sin plumas,
como grandes aletas, y el cuerpo largo y negruzco. Pasaban rápidamente como
si volaran; la cabeza se parecía a la de los peces. (Quizás lagartos voladores).
La Sagrada Familia llegó a un camino ahuecado, que era una excavación
profunda del terreno y quisieron descansar allí entre los zarzales. Tuve miedo
por ellos, porque el sitio era horrible y quise hacerles una muralla de zarzas
entrelazadas; pero se me presentó una bestia horrible, parecida a un oso y me
sentí llena de ansiedad terrible. De pronto apareció un viejo amigo mío, sacerdote,
que ha muerto hace poco, y se presentaba ahora como un hermoso
joven. Tomó a la bestia feroz por la nuca y la alejó de allí. Yo le pregunté por
qué había venido, pues seguramente se encontraría mejor allá donde estaba, y
me respondió: "Quería socorrerte; no me quedaré mucho tiempo". Me dijo
también que yo volvería a verlo.
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LXXX
En la morada de los ladrones
a Santa Familia avanzó unas dos leguas hacia el Oriente por el camino L principal; el último sitio donde llegaron, entre la Judea y el desierto, tenía
el nombre de Mará. Pensé en el lugar donde había nacido Ana, pero no es
éste. Los habitantes eran bárbaros e inhospitalarios, y la Sagrada Familia no
recibió ayuda alguna. Entraron más tarde en un gran desierto arenoso, donde
no había camino ni nada que indicara la dirección que debían tomar, y no sabían
qué hacer. Después de haber andado un poco subieron por una cadena de
montañas sombrías. Estaban de nuevo tristes y se pusieron a rezar de rodillas,
clamando al Señor que los ayudase. Varios animales salvajes grandes se
agruparon a su alrededor. Me pareció al principio que eran peligrosos, pero
aquellas bestias no eran malas; por el contrario, miraban a los viajeros amistosamente,
como me mira el viejo perro de mi confesor cuando viene hacia mí.
Entendí que aquellas bestias fueron mandadas para indicarles el camino. Miraban
hacia la montaña; corrían delante; luego volvían, como hace un perro
cuando quiere guiar a su dueño.
Vi a la Sagrada Familia seguir a las bestias y, atravesando esas montañas, llegar
a una región triste y agreste. Todo estaba oscuro y los viajeros caminaron
a lo largo de un bosque, donde,-fuera del camino delante del bosque, había
una choza de mal aspecto. A poca distancia de ella veíase colgada una lámpara
de un árbol, que se distinguía desde lejos, destinada a atraer a los caminantes.
El camino era difícil, cortado a trechos por zanjas. Había hoyos alrededor
de la choza y por el camino hilos ocultos tendidos unidos a unas campanillas
puestas en la cabaña. Los ladrones eran de este modo avisados de la presencia
de viajeros, y salían a despojarlos.
Esta cabaña no estaba siempre en el mismo lugar: como era movible sus habitantes
la trasladaban de un lugar a otro, según las necesidades. Cuando la Sagrada
Familia llegó adonde estaba la linterna, se encontró rodeada por el jefe
de los ladrones y cinco de sus compañeros. Tenían al principio malas intenciones;
pero vi que partía del Niño Jesús un rayo luminoso que como una flecha
tocó el corazón del jefe de la banda, el cual ordenó a su gente que no
hicieran daño alguno a los viajeros. María vio este rayo luminoso llegar al corazón
del jefe, porque a su vuelta contó el hecho a la profetisa Ana. El ladrón
condujo a la Sagrada Familia a la cabaña, donde se encontraba su mujer y sus
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dos hijos. Ya era de noche. El hombre contó a su mujer la impresión extraordinaria
que le produjo la vista del Niño y la mujer recibió a la Sagrada Familia
con timidez, aunque con buena voluntad. Los viajeros se sentaron en el
suelo, en un rincón de la casa y comieron algo de lo que llevaban. Los dueños
de casa se mostraron a los principios tímidos y reservados, cosa no habitual
en ellos; pero poco a poco se fueron acercando. Otros hombres albergaron el
asno de José bajo un cobertizo. Aquellas gentes se animaron poco a poco y
fueron colocándose en torno de la Sagrada Familia y conversaron. La mujer
ofreció a María panecillos con miel y frutas y trajo agua para beber. El fuego
estaba encendido en una excavación hecha en un rincón de la casa.
La mujer arregló un sitio separado para María y le llenó, a su pedido, una gamella
llena de agua para bañar al Niño, lavando también sus pañales que puso
a secar junto al fuego. María bañó al Niño Jesús bajo una sábana.
El ladrón estaba tan conmovido, que dijo a su mujer: "Este Niño judío no es
un niño común: es un niño santo. Pídele a la madre que nos deje bañar a nuestro
hijo leproso en el agua donde ha lavado a su hijo. Quizás esto lo cure de su
enfermedad". Cuando la mujer se acercó, la Virgen le dijo, antes que ella
hablara, que debía bañar a su niño leproso en aquella agua, y la mujer trajo a
un muchacho de tres años más o menos en sus brazos. Estaba muy comido
por la lepra y su cara era toda una costra. El agua donde Jesús había sido bañado
aparecía más clara que antes y al ser puesto el niño dentro del agua las
costras se desprendieron y el niño se encontró perfectamente curado. La madre
estaba fuera de si de contenta, y quería besar a María y al Niño Jesús; pero
María no se dejó tocar por ella ni tocar al Niño. María le dijo que cavara una
pequeña cisterna, echase el agua dentro, y que la virtud curativa del agua pasaría
a la cisterna. Conversó un rato con ella, la cual prometió dejar ese lugar
en la primera oportunidad que se le presentara. Los padres sentían gran alegría
por la curación del hijo, y habiendo acudido otros durante la noche, ellos
les mostraban al niño, contándoles lo acontecido. Los recién llegados, entre
los cuales había algunos jóvenes, rodeaban a la Sagrada Familia, mirándola
con gran asombro. Me extrañó más esta actitud de los bandidos al mostrarse
tan respetuosos con la Sagrada Familia, porque los había visto esa misma noche
asaltar a varios viajeros atraídos por la luz y conducirlos a una gran caverna
que estaba más abajo, en el bosque. Esta caverna, con la entrada oculta
por malezas, parecía servirles de depósito, porque vi allí a varios niños robados
de siete a ocho años y a una vieja que cuidaba de todo lo que había alma-
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cenado. Allí adentro he visto vestidos, carpetas, carne, camellos, carneros,
animales grandes y presas de toda clase.
Durante la noche vi a María descansando un rato, la mayor parte del tiempo
sentada en su lecho. Salieron por la mañana temprano, provistos de alimentos
que les habían dado los bandidos. Aquellas gentes los acompañó un trecho,
los guiaron a través de varias zanjas y se despidieron de ellos con gran emoción.
El jefe dijo a los viajeros de modo muy expresivo: "Acordaos de nosotros
dondequiera que vayáis". Al oír estas palabras vi de pronto la escena de
la Crucifixión y escuché al buen ladrón diciendo a Jesús: "Señor, acuérdate de
mi cuando hayas llegado a tu reino". Reconocí en el buen ladrón al niño curado
de la lepra. La mujer del bandido dejó, después de algún tiempo, la mala
vida y fue a vivir en un sitio donde había descansado la Sagrada Familia. Allí
había brotado una fuente y crecido un jardín de arbustos de bálsamos. Varias
familias buenas fueron más tarde a habitar en aquel lugar.
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LXXXI
La primera ciudad egipcia. - La fuente milagrosa
e visto a la Sagrada Familia entrar en un lugar desolado: se habían ex-H traviado y vi que se acercaban reptiles de diversas clases, entre ellos
unos lagartos con alas de murciélagos, que iban arrastrándose y muchas serpientes.
No les hicieron daño alguno, más bien parecía que querían indicarles
el camino. Algún tiempo después, no sabiendo ya qué dirección tomar, vi que
les fue mostrado el camino por medio de un gracioso milagro. A ambos lados
del camino brotó la rosa llamada de Jericó con ramas de hojas rizadas que tenían
florecitas en el centro. Avanzaron con alegría en medio de ellas, viendo
que se alzaban las flores en toda la extensión que alcanzaba la vista. Este prodigio
continuó por todo el desierto. A la Virgen le fue revelado que más tarde
vendrían gentes del país a recoger estas flores, para venderlas a viajeros extranjeros
y comprar pan con el producto de la venta. En efecto, he visto que
así sucedió más tarde. El nombre del lugar era Gaz o Gose.
Los he visto arribar a un lugar llamado, si mal no recuerdo, Lep o Lap, donde
había agua, fosos, canales y diques. Para atravesar el arroyo lo hicieron en
balsas de madera, en las cuales había unas tinas donde metían a los asnos. Los
que los pasaron en balsas fueron dos hombres de feo aspecto, cetrinos, con
narices muy chatas y labios gruesos, que andaban medio desnudos. Más tarde
llegaron a unas casas apartadas de la población, pero al ver a los habitantes
tan altaneros y soeces, no pararon ni hablaron con ellos. Habían llegado a la
primera población pagana egipcia, habiendo viajado durante diez días en territorio
de Judea y otros diez en el desierto.
He visto a la Sagrada Familia en un país llano, en territorio egipcio. Aparecían
grandes praderas donde pastaban los rebaños. Vi árboles a los cuales habían
sujetado algunos ídolos semejantes a niños fajados. Las tiras que los sujetaban
estaban cubiertas de figuras y caracteres. Algunos hombres gruesos, de
corta estatura, vestidos al modo de los hilanderos que he visto en el país de
los tres Reyes, rendían homenajes a esos ídolos. La Sagrada Familia se refugió
en un corral, del cual salieron las bestias para dejarles lugar. No tenían en
ese momento ni agua ni alimento y nadie les dio cosa alguna. María apenas
podía alimentar a su Niño. Soportaron todos los sufrimientos humanos en
esos días. Cuando finalmente llegaron algunos pastores a dar de beber a sus
animales en un pozo cerrado, le dieron a José un poco de agua para satisfacer
-218 -

su pedido. Más tarde vi a la Sagrada Familia, desprovista de todo socorro
humano, atravesando un bosque, a la salida del cual había un datilero muy alto
con gran número de dátiles en su extremidad superior pendientes de un racimo.
María se acercó al árbol, tomó en sus brazos al Niño Jesús, y alzándolo,
rezó una oración. El árbol inclinó su copa como arrodillándose ante ellos, y
pudieron así recoger su abundante fruta. El árbol quedó en la misma posición.
Toda clase de gente del lugar seguía luego a la Sagrada Familia, mientras María
repartía dátiles a muchos niños desnudos que corrían detrás de ella. Como
a un cuarto de legua llegaron cerca de un sicómoro de grandes dimensiones y
se metieron dentro del hueco del árbol que estaba en gran parte vacío, ocultándose
a la vista de la gente que los seguía, de tal modo que pasaron de largo
por' el lugar sin verlos y así pudieron pasar la noche ocultos.
Los he visto al día siguiente seguir a través de un arenal. Sin agua y cansados
se detuvieron junto a un montículo del camino. María rezó con fervor y vi entonces
brotar un manantial, de agua abundante que regaba la tierra reseca del
arenal. José le abrió un cauce para apresar el agua en un hoyo que hizo y se
detuvieron a descansar. María lavó y refrescó al Niño, y José llenó su odre de
agua y dio de beber al asno. He visto que se acercaban para refrescarse unos
animales muy feos, como grandes lagartos, y también tortugas. No hicieron
daño alguno a la Sagrada Familia, sino que, por el contrario, la miraban con
expresión de cariño amistoso. Vi que el agua brotada, después de recorrer un
camino bastante largo, volvía a resumirse en la tierra a poca distancia de la
primera fuente. La tierra regada por esta agua fue fecunda, de modo que pronto
se cubrió de abundante vegetación y creció allí el árbol del bálsamo en
abundancia. A la vuelta de Egipto, pudieron sacar bálsamo de esos mismos
árboles. Más tarde este lugar fue conocido como "el monte del bálsamo". Se
establecieron allí varias personas, entre ellas la madre del niño leproso curado
en la choza de los ladrones. Volví después a ver este lugar. Un hermoso cerco
de árboles de bálsamo rodeaba todo el monte, donde habían plantado otros
frutales. Abrieron un pozo ancho y profundo del cual sacaban agua por medio
de una noria tirada por bueyes y que, mezclada con la fuente de María, la utilizaban
para regar jardines y huertas. Sin esa mezcla he entendido que el agua
del pozo hubiera sido mala y dañosa. Noté también que los bueyes que tiraban
de la noria dejaban de trabajar desde el sábado al mediodía hasta el lunes por
la mañana.
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LXXXII
El ídolo de Heliópolis
espués de haber descansado y tomado alimentos se encaminaron a una D gran ciudad, bien construida, aunque por entonces medio ruinosa; era
Heliópolis, llamada también On. Este era el lugar donde, en tiempos de los
hijos de Jacob, habitaba el sacerdote egipcio Putifar, en cuya casa vivía la joven
Asenet, la hija que había tenido. Dina después que fue robada por los siquemitas,
y que se casó más tarde con José, virrey de Egipto. He visto que allí
vivía, cuando murió Jesús en la cruz, Dionisio el Areopagita. La ciudad había
sido devastada por la guerra; y fueron a establecerse toda clase de gentes en
sus ruinosos edificios. Pasaron allí por un puente muy ancho y muy largo, a
través de un río con varios brazos. Llegaron a una plazoleta situada delante de
la puerta de la ciudad, bordeada por una especie de paseo. Había allí sobre
una columna tronchada, más ancha en su base que en la altura, un ídolo grande
con cabeza de buey que tenía en sus brazos algo así como un niño fajado.
Alrededor del ídolo había unas mesas de piedras sobre los cuales ponían sus
ofrendas las gentes que venían de todas partes de la ciudad.
Cerca de allí había un árbol corpulento bajo el cual la Sagrada Familia se detuvo
a descansar. Hacía algunos momentos que estaban allí descansando
cuando tembló la tierra; el ídolo tambaleó sobre su base y cayó a tierra. Este
hecho fue causa de gran tumulto: la gente comenzó a dar voces y acudieron
varios hombres que trabajaban en el canal. Un buen hombre, que había acompañado
a la Sagrada Familia por el camino, acudió también y la condujo rápidamente
a la ciudad; creo que era uno de los trabajadores del canal. Se hallaban
fuera de la plaza cuando el pueblo, atribuyendo a ellos la caída de su ídolo,
se enfureció contra ellos y los amenazaba e injuriaba. Mientras sucedía esto
la tierra tembló nuevamente, el árbol se desplomó, cortándose sus raíces, y
el suelo donde habían estado el árbol y el ídolo se convirtió en un lodazal de
agua negra y fangosa, donde se hundió el ídolo hasta los cuernos, que sobresalían.
También se hundieron en el pantano algunos perversos de aquella multitud
furiosa. La Sagrada Familia continuó tranquila su viaje, dirigiéndose a la
ciudad. Fueron a albergarse en un edificio sólido junto al templo grande de un
ídolo donde encontraron sitios desocupados.
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LXXXIII
La Sagrada Familia en Heliópolis
na vez que atravesé el mar y fui a Egipto vi a la Sagrada Familia habi-U tando aún en la gran ciudad en ruinas. Esta ciudad se extiende a lo largo
de un gran río de varios brazos y se ve desde lejos debido a su elevada posición.
Hay algunas partes abovedadas, debajo de las cuales corre el río. Para
pasar a través de los brazos del río usan vigas colocadas sobre el agua. Vi allí,
con gran admiración mía, restos de grandes edificios, torres en ruinas y templos
en bastante buen estado. Había columnas que parecían torres, a las cuales
se podía subir por la parte exterior; otras muy altas terminadas en punta y cubiertas
con imágenes extrañas y figuras semejantes a perros acurrucados con
cabeza humana. La Sagrada Familia habitaba las salas de un gran edificio,
sostenido por un lado por gruesas columnas de poca altura, unas de canto recto
y otras redondas. Bajo las columnas habitaban muchas personas. En la parte
alta, encima del edificio, había un camino por el que se podía transitar, y
enfrente un gran templo de ídolos con dos patios. Delante de un espacio cerrado
por un lado y abierto por otro, bajo una hilera de gruesos pilares, había
hecho José una construcción liviana de madera, dividida en varias partes por
medio de tabiques, donde habitaba la Sagrada Familia. Noté, por primera vez,
que detrás de aquellos tabiques tenían un altarcito ante el cual oraban: era una
mesa pequeña cubierta por un paño rojo y otro blanco transparente. Encima
pendía una lámpara. Más tarde vi a José, ya bien instalado allí y que a menudo
salía afuera a trabajar. Hacía bastones con pomos redondos en la extremidad,
cestos y banquitos de tres pies y levantaba tabiques livianos con ramas
entrelazadas y tejidas. Las gentes del país las untaban con un baño especial y
las utilizaban para dividir las viviendas en compartimentos, contra los muros
y aún dentro de los muros, que eran de mucho espesor. Con tablas delgadas y
largas hacían torrecitas livianas de seis y ocho lados terminados en punta con
adorno redondo por remate. Una parte quedaba abierta de modo que podía
una persona refugiarse dentro como en una garita: tenían escalones por fuera
para poder subir hasta la punta de la torre. Delante de los templos de los ídolos
y sobre las azoteas vi estas torrecitas, que parecían refugios para guardianes
como defensa contra los ardores del sol.
Vi a la Virgen Santísima ocupada en trenzar alfombras y en otros trabajos para
los cuales se servía de un bastón con pomo: me parecía que hilaba o hacía
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otra labor semejante. Vi a menudo gente que iba a visitarla y a ver al Niño Jesús
que estaba a su lado, en el suelo, en una cunita. Esta cunita la vi con frecuencia
colocada sobre una tijera parecida a la dé los aserradores. He visto al
Niño graciosamente acostado y una vez lo vi sentado mientras María tejía a su
lado teniendo junto a sí una cestilla con utensilios. Había otras tres mujeres
allí. Los hombres que se habían refugiado en la ciudad ruinosa vestían como
aquéllos que hilaban algodón que vi cuando fui al encuentro de los Reyes
Magos; pero éstos llevaban unos vestidos cortos en torno del cuerpo. Vi muy
pocos judíos, rondando con precaución, como si no tuvieran autorización para
habitar la ciudad. Al norte de Heliópolis, entre la ciudad y el río Nilo, que se
dividía en varios brazos, estaba el país de Gessen. Allí había un lugar, entre
dos canales, donde vivían muchos judíos que habían degenerado en la práctica
de la religión. Como varios conocían a la Sagrada Familia, María hacía para
ellos toda clase de labores femeninas con que ganarse el sustento. Estos judíos
de Gessen tenían un templo que comparaban con el de Salomón, pero
que era muy distinto. Vi otras veces a la Sagrada Familia viviendo en Heliópolis,
cerca del templo de los ídolos de que ya he hablado. José había construido,
no lejos de allí, un oratorio para los judíos, porque antes de llegar José
no tenían lugar donde ejercer su culto religioso. El oratorio terminaba en una
cúpula liviana, que se podía abrir al aire libre. En el centro había una mesa
donde colocaban rollos escritos. El sacerdote o escriba de la ley era un anciano;
los hombres se colocaban a un lado y las mujeres a otro, cuando se reunían
para rezar. Vi a la Virgen Santísima la primera vez que fue con el Niño al
oratorio: estaba sentada en el suelo, apoyada sobre un brazo. El Niño Jesús,
vestido de celeste, estaba delante de ella, con las manecitas juntas sobre el pecho.
José parábase detrás de ella, cosa que hacía siempre, a pesar de que los
demás se sentaban.
Me fue mostrado el Niño Jesús cuando era ya grandecito y recibía la visita de
otros niños. Ya podía hablar y corretear. Estaba casi siempre al lado de José y
lo acompañaba cuando salía. Tenía un vestidito semejante a una túnica hecha
de una sola pieza. Como habitaban junto a un templo de ídolos, algunos de
ellos cayeron hechos pedazos. Había quienes se acordaban de la caída de
aquel gran ídolo que estaba delante de la puerta cuando ellos llegaron y atribuían
el hecho a la cólera de los dioses contra ellos. A causa de esto tuvieron
que sufrir muchas molestias y persecuciones.
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LXXXIV
La matanza de los inocentes
e apareció un Ángel a María y le hizo conocer la matanza de los niños S inocentes por el rey Heredes. María y José se afligieron mucho y el Niño
Jesús, que tenía entonces un año y medio, lloró todo el día. He sabido lo siguiente:
Como no volvieron los Reyes Magos a Jerusalén, y estando Heredes
ocupado en algunos asuntos de familia, sus temores se habían calmado un tanto;
pero cuando regresó la Sagrada Familia a Nazaret y oyó las cosas que
habían acontecido en el templo y las predicciones de Simeón y de Ana en la
ceremonia de la Presentación en el templo, aumentaron sus temores y angustias.
Mandó soldados que con diversos pretextos debían guardar los lugares
alrededor de Jerusalén, a Gilgal, a Belén hasta Hebrón, y ordenó hacer un
censo de los niños. Los soldados ocuparon esos lugares durante nueve meses,
v mientras Herodes se hallaba en Roma. Después de su vuelta se produjo la
degollación de los inocentes. Juan tenía entonces dos años, y había estado escondido
en casa de sus padres antes que Herodes diera la orden para que las
madres se presentaran con sus hijos de dos años o menos ante las autoridades
locales. Isabel, advertida por un ángel, volvió a huir al desierto con el niño
Juan. Jesús tenía entonces año y medio.
La matanza tuvo lugar en siete sitios diferentes. Se había engañado a las madres,
prometiéndoles premios a su fecundidad; por eso ellas se presentaban a
las autoridades vistiendo a sus criaturas con los mejores trajecitos. Los hombres
eran previamente alejados de las madres. Los niños, separados de sus
madres, fueron degollados en patios cerrados y luego amontonados y enterrados
en fosos.
Hoy, al mediodía, vi a las madres con sus niños de dos años o menos acudir a
Jerusalén, desde Hebrón, Belén y otro lugar donde Herodes había ordenado a
sus soldados y funcionarios. Se dirigían a la ciudad en grupos diversos: algunas
llevaban dos niños montados en asnos. Cuando llegaban eran conducidas
a un gran edificio siendo despedidos los hombres que las habían acompañado.
Las madres entraban alegremente, creyendo que iban a recibir regalos y gratificaciones
en premio a su fecundidad. El edificio estaba un tanto aislado y
bastante cerca del que fue más tardé el palacio de Pilatos. Como se hallaba
rodeado de muros, no se podía saber desde afuera lo que pasaba adentro. Parecía
aquello un tribunal, pues vi unos pilares en el patio y bloques de piedra
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con cadenas colgantes. También vi árboles que se encorvaban y ataban juntos
y luego, soltados rápidamente, despedazaban a los desgraciados a ellos atados.
Todo el edificio era sombrío, de construcción maciza. El patio era casi
tan grande como el cementerio que hay al lado de la iglesia parroquial de
Dülmen. Se abría una puerta entre dos muros y se llegaba al patio, rodeado de
construcciones por tres lados. Los edificios de derecha e izquierda eran de un
solo piso y el del centro parecía una antigua sinagoga abandonada. Varias
puertas daban al patio interno. Las madres eran llevadas a través del patio a
edificios laterales, y allí encerradas. Parecía aquello una especie de hospital o
posada. Cuando se vieron encerradas, tuvieron miedo y empezaron a llorar y a
lamentarse. Pasaron la noche allí dentro.
Hoy, después de mediodía, vi el cuadro horrible de la matanza de los niños. El
gran edificio posterior que cerraba el patio tenía dos pisos. El inferior era una
sala grande, desprovista, parecida a una prisión, o a un cuerpo de guardia, y
en el piso superior había ventanas que daban al patio. Allí vi a algunas personas
reunidas en un tribunal; delante de ellas había rollos sobre una mesa. Creo
que Herodes estaría presente, pues vi a un hombre con manto rojo adornado
de piel blanca, con pequeñas colas negras. Estaba rodeado de los demás y miraba
por la ventana de la sala que daba al patio. Las madres eran llamadas una
a una para ser llevadas desde los edificios laterales hasta la sala inferior grande
del cuerpo que estaba detrás. Al entrar, los soldados les quitaban los niños,
llevándolos al patio, donde unos veinte hombres los mataban atravesándoles
la garganta y el corazón con espadas y picas. Había niños aún fajados, a los
cuales amamantaban sus madres, y otros que usaban ya vestiditos. No se ocuparon
de desvestirlos, sino que tal como venían los tomaban del bracito o del
pie y los arrojaban al montón. El espectáculo era de lo más horrible que puede
imaginarse. Entre tanto las madres eran amontonadas en la sala grande, y
cuando vieron lo que hacían con sus niños, lanzaban gritos desgarradores,
mesándose los cabellos y echándose en brazos unas de otras. Al fin se encontraron
tan apretadas que apenas podían moverse. Me parece que la matanza
duró hasta la noche. Los niños fueron echados más tarde en una fosa común,
abierta en el mismo patio. Me fue dicho el número de ellos, pero ya no me
acuerdo. Creo que había setecientos, más una cifra donde había un siete o diez
y siete. Cuando vi este cuadro horrible no sabía donde estaba ocurriendo eso,
y me parecía que era aquí, donde estaba yo. A la noche siguiente vi a las madres
sujetas con ligaduras y conducidas por los soldados a sus casas. El lugar
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de la matanza en Jerusalén fue el antiguo patio de las ejecuciones, a poca distancia
del tribunal de Pilatos; pero en la época de éste había sufrido varios
cambios. Cuando murió Jesús, vi que se abrió la fosa donde estaban los niños
inocentes y que sus almas salieron de allí apareciéndose en diversos lugares.
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LXXXV
Santa Isabel vuelve a huir con el niño Juan
anta Isabel, avisada por un ángel antes de la matanza de los inocentes, se S refugió con el pequeño Juan nuevamente en el desierto. Vi que estaba
buscando durante mucho tiempo una cueva que le pareciera segura y escondida:
cuando la encontró permaneció allí con el niño durante unos cuarenta días.
Más tarde volvió a su hogar, y un esenio del monte Horeb fue al desierto para
llevar alimentos al niño y ayudarle en sus necesidades. Este hombre, cuyo
nombre he olvidado, era pariente de la profetisa Ana. Al principio iba cada
semana y después cada quince días, mientras Juan necesitó ayuda. No tardó
en llegar el momento en que al niño le gustaba más estar en el desierto que
entre los hombres. Estaba destinado por Dios para crecer allí en toda inocencia,
sin contacto con los hombres y sus maldades. Juan, como Jesús, no fue a
la escuela, y era instruido por el Espíritu Santo. A menudo vi una luz a su lado
o figuras luminosas como las de los ángeles. El desierto no era estéril ni
desolador, porque entre las rocas brotaban abundantes hierbas y arbustos con
frutas y bayas de diversas clases. He visto allí fresas silvestres que recogía el
niño para comer. Tenía extraordinaria familiaridad con los animales, especialmente
con los pájaros que venían volando para posarse sobre sus hombros;
y mientras él les hablaba, parecía que le comprendieran y le servían de
mensajeros. A veces iba a lo largo de los arroyos: los peces le eran familiares,
porque se acercaban cuando los llamaba y le seguían cuando caminaba al
borde del agua. Vi que se alejaba mucho de los lugares habitados por el peligro
que le amenazaba. Los animales lo querían tanto que le servían en muchas
cosas. Lo llevaban a sus refugios o a sus nidos, y cuando los hombres se acercaban,
él podía huir a los escondites sin peligro. Se alimentaba de frutas silvestres
y de raíces; no le costaba mucho encontrarlas, pues los animales mismos
lo conducían donde estaban y se las mostraban. Llevaba siempre su piel
de cordero y su varita y se internaba cada vez más en el desierto. A veces se
acercaba a su pueblo y dos veces vio a sus padres que anhelaban vivamente su
presencia. Ellos debían tener revelaciones, pues cuando Isabel o Zacarías deseaban
ver a Juan, éste no dejaba de acudir a su encuentro desde muy lejos.
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LXXXVI
La Sagrada Familia se dirige a Matarea
stuvieron diez y ocho meses en Heliópolis, y teniendo ya Jesús alrededor E de dos años, dejaron la ciudad por falta de trabajo y por las persecuciones
de que eran objeto. Al mediodía se encaminaron hacia Menfis. Mientras
pasaban por una pequeña ciudad, no lejos de Heliópolis, descansaron en el
vestíbulo del templo de un ídolo; éste cayó por tierra y se rompió en pedazos.
El ídolo tenía cabeza de buey, con tres cuernos; en su cuerpo había varias
aberturas donde ponían a quemar las ofrendas. La caída del ídolo produjo un
gran tumulto entre los sacerdotes paganos, que detuvieron a la Sagrada Familia
con amenazas e injurias. Uno de ellos, sin embargo, dijo que quizás fuera
mejor encomendarse al dios de esa gente, recordándoles las desgracias que
habían sufrido sus antepasados que persiguieron a la raza a la cual pertenecían
estos extranjeros, y les recordó la muerte de los primogénitos de cada familia
la noche anterior a la salida de Egipto. Después de esto dejaron marchar a la
Sagrada Familia sin hacerle daño. Caminaron hasta la ciudad de Troya, en la
orilla oriental del Nilo, frente a Menfis. Había en esa villa mucho barro. Pensaron
quedarse; pero no los recibieron en ninguna parte y hasta les rehusaron
el agua para beber y los pocos dátiles que pedían. La ciudad de Menfis se veía
en la otra orilla. El río era muy ancho en ese punto, había algunas islas y una
parte de la ciudad se extendía al otro lado.
He visto el sitio donde fue descubierto Moisés, siendo niño, entre juncos y
cañaverales. En tiempos del Faraón había un gran palacio con jardines y una
alta torre a la cual subía-a menudo la hija del Faraón. Menfis formaba como
tres ciudades en ambos lados del río. La ciudad de Babilonia, en la orilla
oriental del Nilo, un poco más adelante, casi formaba parte del conjunto de
edificación de Menfis. En la época del Faraón, toda esa región del Nilo entre
Heliópolis, Babilonia y Menfis, estaba llena de altos diques de piedra, de canales
y de edificios, unos contra otros, de modo que el conjunto constituía
como una sola ciudad. En la época de la Sagrada Familia había grandes separaciones
y lugares desocupados. La Sagrada Familia se dirigió al Norte descendiendo
el río en dirección a Babilonia. Esta ciudad estaba despoblada y
aparecía mal construida y llena de fango. Costearon la ciudad, pasando entre
el Nilo y la población, y dirigieron sus pasos en dirección opuesta a la que
llevaban. Recorrieron unas dos leguas por la ribera del Nilo. Al borde del ca-
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mino se alzaban edificios en ruinas. Atravesaron un canal y un pequeño brazo
de río y llegaron a un paraje cuyo nombre primitivo no recuerdo, que más tarde
se llamó Matarea. Estaba cerca de Heliópolis, situado sobre una lengua de
tierra, de modo que el agua lo rodeaba por ambos lados; bastante despoblado,
con casas muy aisladas y mal trazadas, hechas de madera de datileros con limo
del río reseco, cubiertas de cañas. José encontró allí algún trabajo. Con
ramas entrelazadas construyó casas más sólidas, abriendo encima galerías para
poder pasear por ellas.
Se instalaron en un lugar solitario, bajo una bóveda oscura, no lejos de la
puerta por la que habían entrado. José construyó una casita liviana delante de
esta bóveda. También aquí cayó un ídolo, que estaba en un templo pequeño, y
después todos los ídolos fueron derrumbándose uno tras otro. Un sacerdote
tranquilizó al pueblo enfurecido recordándoles las plagas de Egipto. Más tarde,
cuando se hubo reunido allí una pequeña comunidad de judíos y de paganos
convertidos, los sacerdotes les dejaron el pequeño templo, cuyo ídolo
había caído al llegar la Sagrada Familia. José lo transformó en una sinagoga,
convirtiéndose él mismo en el padre de la pequeña comunidad; les enseñaba a
cantar los salmos con regularidad puesto que habían ya olvidado en gran parte
el culto de sus antepasados. Había algunos judíos tan pobres que vivían en
hoyos abiertos en el suelo. En cambio, en la aldea judía, entre On y el Nilo,
vivían muchos israelitas que tenían un templo de propiedad; pero habían caído
en el culto idolátrico, porque poseían un becerro de oro, una figura con cabeza
de buey y en torno animales pequeños parecidos a garduñas, bajo doseles.
Eran animales que defienden contra los cocodrilos. Tenían una imitación
del Arca de la Alianza, dentro de la cual conservaban cosas abominables.
Practicaban cultos detestables con toda clase de impurezas que ejercían en un
pasaje oscuro subterráneo, pensando de esta forma invocar y atraer la venida
del Mesías. Eran impenitentes y no querían corregirse de sus vicios. Más tarde
varios de ellos se fueron adonde estaba José, con su pequeña comunidad, a
dos leguas de distancia. No podían ir directamente por causa de los canales y
malecones, debiendo hacer un rodeo por Heliópolis. Los judíos del país de
Gessen habían ya conocido a la Sagrada Familia cuando se hallaba en On, y
María hacía para ellos toda clase de labores de tejidos y bordados. María no
quiso nunca hacer cosas de puro lujo o inútiles, sino sólo objetos de uso habitual
y las ropas que se ponían en las ceremonias del culto y cuando rezaban.
He visto que a varias mujeres que habían ido a encargarle ropas y adornos de
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vanidad y de moda, María rehusó hacerles esos trabajos, aunque tenía mucha
necesidad de recibirlos. Algunas de estas mujeres la insultaron,
Desde un principio la estadía de la Sagrada Familia en Matarea estuvo llena
de dificultades; no había allí ni agua potable, ni leña para el fuego. Los habitantes
quemaban hierbas secas y cañas. La Sagrada Familia no comía la mayoría
de las veces sino alimentos fríos. Más tarde José halló trabajo arreglando
las cabañas del país. La gente lo trataba como a un pobre esclavo, pagándole
el trabajo con lo que les parecía; a veces un salario, otras veces nada. Los
hombres eran muy inhábiles para construir viviendas. No había maderas, y si
bien es cierto que vi lugares con árboles, la gente no tenía herramientas para
trabajar. La mayoría usaba cuchillos de piedra o de hueso, y escarbaba la tierra
para extraer la turba. José llevaba consigo los instrumentos más indispensables,
y así pudo instalarse con regular comodidad. Dividió su habitación en
varios departamentos, con tabiques de zarzos; fabricó un hogar, varias mesitas
y banquitos, ya que la gente del lugar comía sentada en el suelo. Vivieron en
este lugar varios años, y pude ver escenas de las diversas épocas de la vida de
Jesús. Vi el lugar donde dormía. En el muro de la bóveda donde descansaba
María, José había abierto una cavidad donde se puso el lecho del Niño Jesús.
María dormía a su lado y pude ver a María a menudo, durante la noche, rezando
de rodillas ante el lecho de Jesús. José se había acomodado en otro sitio.
Vi también un oratorio que José había hecho bajo el mismo techo, en un
pasillo apartado. José y María tenían sus sitios determinados y había un lugarcito
para el Niño, donde rezaba de pie, sentado o de rodillas. María tenía
un altarcito, delante del cual oraba: consistía en una mesa cubierta de tela roja
y blanca que se sacaba de un compartimiento abierto en el muro y después
podía cerrarse. En el hueco del muro había una especie de relicario. Allí he
visto la extremidad de la vara de José florecida, por la cual había sido designado
esposo de María en el templo de Jerusalén. Vi ramitos dentro de vasos
en forma de cálices. Además, vi otro relicario, sin poder decir lo que fuera.
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LXXXVII
Santa Isabel vuelve por tercera vez al desierto con el niño Juan
ientras estaba la Sagrada Familia en Egipto, el pequeño Juan había M vuelto secretamente a su casa de Juta, porque he visto que fue llevado
nuevamente al desierto cuando tenía cuatro o cinco años. Zacarías no estaba
presente cuando salieron de la casa; creo que había partido para no presenciar
la despedida, porque amaba mucho a su hijito; pero antes de salir le había dado
su bendición, como bendecía siempre a Isabel y a Juan antes que saliesen
de camino. El pequeño Juan usaba por vestido una piel de carnero, que saliéndole
del hombro izquierdo caíale sobre el pecho y los costados y volvía
unirse sobre el lado derecho. No usaba más que esta piel. Sus cabellos eran
castaños y más oscuros que los de Jesús. Llevaba el bastoncito blanco que
había tomado al dejar la casa. Así lo vi mientras su madre lo llevaba de la
mano. Isabel era una mujer de edad, alta, de ágiles movimientos, cabeza pequeña
y rostro agradable. El niño Juan corría a menudo, adelantándose a la
madre. Tenía toda la inocencia propia de su edad, pero no la irreflexión. Al
principio se dirigieron hacia el Norte, teniendo a su derecha un pequeño arroyo;
luego los vi atravesar la corriente sobre una pequeña balsa de madera,
porque no había puente. Isabel era una mujer decidida y dirigía la balsa con
una rama de árbol. Más allá del arroyo siguieron camino hacia el Oriente, entrando
en un desfiladero de rocas, desnudo y árido en su parte alta, el fondo
lleno de zarzales, de frutas silvestres y dé fresas, que el niño recogía y comía.
Después de hacer un trecho en aquel desfiladero, Santa Isabel se despidió del
niño, lo bendijo, lo estrechó contra su corazón, lo besó en ambas mejillas y en
la frente, y regresó, volviéndose varias veces, llorando, para mirarlo. El niño
no sentía inquietud alguna: caminaba con pasos seguros por el desfiladero.
Como durante estas visiones me sentía muy enferma, el Señor me consoló
haciendo que asistiese a todo lo que sucedía como si yo fuese una niña. Me
parecía tener la misma edad que Juan, y por eso me afligía viendo que se alejaba
tanto de su madre. Creía que no iba a poder encontrar la casa paterna; pero
una voz me tranquilizó, diciendo: "No te inquietes; el niño sabe muy bien
lo que hace". Me pareció entrar en el desierto con el niño, como compañera
de juegos infantiles. De este modo pude ver varias veces lo que le sucedía. El
niño me contó varios episodios de su vida en el desierto: cómo se mortificaba
y violentaba sus sentidos en toda forma y se volvía cada vez más clarividente,
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y cómo era instruido en todo lo que necesitaba saber. Nada de lo que me contaba
me sorprendía, porque yo misma, cuando siendo pequeña cuidaba las vacas,
había vivido en el desierto con el niño Juan. Cuando deseaba verlo lo
llamaba desde los matorrales: "Niño San Juan, ven a buscarme con tu bastón
y la piel sobre tus hombros". Y Juan venía con su bastoncito y su piel de cordero;
y jugábamos como niños; y él me enseñaba toda clase de cosas útiles,
No me asombraba que supiese tantas cosas de los animales y de las plantas
del campo. Yo también, cuando andaba por el campo, por los bosques y las
praderas, siendo niña, estudiaba, como en un libro, en cada hoja o en cada
flor, al recoger las espigas y al arrancar el césped, y estas plantas, como los
animales que veía pasar, eran para mí motivos de enseñanza y de reflexión.
Las formas de las hojas, sus colores y la disposición de las plantas me sugerían
pensamientos profundos. Las personas a quienes los comunicaba me escuchaban
con asombro, pero se reían de mí en la mayoría de los casos. Esto fue
causa de que más tarde guardase silencio sobre estas cosas, porque pensaba, y
pienso todavía, que a todos los hombres les pasa lo mismo, y que en ninguna
parte aprende mejor que en este libro de la naturaleza escrito por el mismo
Dios. Cuando en mis contemplaciones posteriores seguí al niño Juan por el
desierto, he visto sus gestos, sus actitudes y sus acciones; lo vi jugando conlos
animales y las flores y entreteniéndose con las plantas. Los pájaros, especialmente,
estaban familiarizados con él: se posaban sobre su cabeza o sus
hombros cuando caminaba o rezaba. A veces ponía su bastoncito atravesado
sobre las ramas de los árboles y pájaros cíe todas variedades acudían a su llamado
y se posaban sobre su bastón unos tras otros. Él les hablaba y los miraba
con familiaridad, los trataba como si les estuviera enseñando. Otras veces
lo vi seguir a los animales hasta sus cuevas y darles allí de comer, observándolos
con toda atención.
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LXXXVIII
Muerte de Zacarías e Isabel
na vez que Zacarías fue al templo a llevar víctimas para el sacrificio, U Isabel aprovechó su ausencia y fue a visitar a su hijo en el desierto.
Juan tendría unos seis años entonces. Zacarías no había ido a ver al niño nunca:
de modo que si Heredes le preguntaba por el niño podía, sin mentir, responder
que lo ignoraba. Pero para satisfacer el gran cariño de sus padres y por
el deseo de verlos, visitó varias veces el niño secretamente, de noche, la casa
de sus padres, permaneciendo allí algún tiempo. Sin duda su Ángel de la
Guarda lo guiaba para que evitara los peligros que lo amenazaban. Siempre lo
vi guiado y protegido por espíritus celestiales y muchas veces vi figuras luminosas
que lo rodeaban.
Juan estaba predestinado a vivir así en la soledad, apartado de los hombres y
privado de los socorros humanos ordinarios para ser mejor guiado por el espíritu
de Dios. La Providencia divina dispuso las cosas de tal manera que aún
por las circunstancias exteriores tuviera que retirarse al desierto. También se
hallaba como impulsado por un instinto irresistible, pues desde su niñez lo veía
siempre pensativo y solitario. Cuando fue llevado el Niño Jesús a Egipto,
Juan, su precursor, estaba escondido en el desierto por advertencia divina, ya
que también él se hallaba en peligro. Se había hablado mucho de él desde los
primeros días de su vida: era conocido su nacimiento maravilloso y mucha
gente afirmaba haberlo visto rodeado de resplandor. Por esta causa Herodes
quería apoderarse de él para matarlo. Repetidas veces Herodes había preguntado
a Zacarías dónde se escondía el niño, sin atreverse entonces a prenderlo.
Pero ahora, yendo Zacarías al templo, fue asaltado y maltratado por los soldados
encargados de vigilarlo, delante de la puerta de Jerusalén, llamada de Belén,
en un lugar del camino bajo desde donde no se divisaba la ciudad. Lo llevaron
a una prisión, en el flanco de la montaña de Sión, donde pude ver más
tarde a los discípulos de Jesús cuando iban al templo. El anciano fue torturado
para que descubriese el lugar donde se ocultaba su hijo y como no pudieron
obtener lo que deseaban, terminaron por matarlo por orden de Herodes. Sus
amigos, más tarde, lo enterraron no lejos del templo.
Este Zacarías no era aquél, muerto entre el templo y el altar, que vi salir de
los muros del templo cerca del oratorio del anciano Simeón, cuando los difuntos
aparecieron después de la muerte de Jesús. La tumba de este Zacarías, que
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se hallaba dentro del muro, se derrumbó junto con otras ocultas en el templo.
Este Zacarías fue muerto entre el templo y el altar con motivo de una lucha
acerca del linaje del Mesías y de los derechos que pretendían tener ciertas familias
en el templo y los lugares que ocupaban en él. Vi, por ejemplo, que no
todas las familias tenían derecho de hacer educar a sus hijos en el templó. Recuerdo
haber visto a un niñito de familia real confiado a la educación de la
profetisa Ana. En la lucha murió sólo Zacarías, hijo de Baraquías. He visto,
más tarde, que se hallaron sus huesos, pero ya no recuerdo los detalles del
hecho.
Santa Isabel volvió del desierto a la ciudad de Juta para esperar la llegada de
su marido, acompañada en una parte del camino por el niño Juan. Isabel lo
besó en la frente y lo bendijo, y el niño volvió al desierto. La madre al entrar
en su casa conoció la triste noticia de la muerte de su esposo. Su dolor fue
muy grande y parecía inconsolable. Retornó al desierto, quedándose allí con
el niño, hasta su muerte, que aconteció poco tiempo antes que la Sagrada Familia
volviera de Egipto. Aquel esenio que cuidaba al niño Juan, sepultó a
Isabel en las arenas del desierto. Después de esto, Juan se internó más en el
desierto: abandonando el desfiladero de rocas se fue a un lugar más despejado
y se estableció junto a un pequeño lago. En la playa había mucha arena blanca.
Lo he visto avanzar bastante aguas adentro, mientras los peces nadaban
alrededor de él sin temor. Allí vivió mucho tiempo, porque lo vi fabricarse
una cabaña o glorieta en medio de los arbustos, para pasar la noche: era pequeña
y baja» de modo que apenas podía acostarse en ella para dormir. Allí
como en otras partes veía formas luminosas que trataban con él sin temor e
inocente piedad: parecía que lo instruían y le hacían notar diferentes cosas. Vi
también que tenía una varilla atravesada en su bastoncito, de modo que formaba
una cruz. Había una tira de corteza atada al cabo del bastoncito, como
una banderilla que flotaba al viento mientras jugaba con ella. La casa de Isabel
en Juta la ocupó una hija de la hermana de Isabel. Era una casa muy bien
cuidada, en perfecto orden y limpieza. Siendo ya grande, volvió Juan otra vez
en secreto a ella, regresando inmediatamente al desierto hasta el momento de
su aparición entre los hombres.
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LXXXIX
Vida de la Sagrada Familia en Matarea
E
n Matarea los habitantes no tenían más agua que la turbia del Kilo. María,
con sus oraciones, halló una fuente. Cuando se establecieron tuvieron
mucho que sufrir, porque no tenían para comer más que algunas frutas y
bebían el agua mala del Nilo. Como hacía tiempo que no tenían agua buena,
José pensaba ir con sus herramientas y su asno al desierto, hasta el manantial
del jardín de los balsameros; pero estando María en oración apareciósele un
ángel, quien le indicó que detrás de la casa encontraría una fuente de agua. Se
encaminó al otro lado del muro, donde estaba su habitación, y vio un espacio
libre, más abajo, en medio de escombros donde se levantaba un árbol muy
viejo y muy grueso. Llevaba en la mano un bastón con una palita en el extremo,
semejante a la que usan las personas que viajan en tales lugares. Llena de
alegría María llamó a José, el cual después de cavar descubrió que había
habido allí anteriormente una fuente revestida de mampostería, ahora tapada
por los escombros. José limpió y restauró aquello. Encontró cerca de la fuente,
por el lado donde había venido María, una piedra de gran tamaño que parecía
un altar y creo que en realidad lo había sido en otra época; pero no recuerdo
más detalles sobre esto. En esa fuente María hacía beber al Niño, lo
bañaba, lavaba su ropa; y así quedó para uso exclusivo de la Sagrada Familia,
siendo desconocida para los demás, hasta que el Niño Jesús, ya crecido, pudo
él mismo ir por agua y ayudar a María. Una vez lo vi con varios niños junto a
la fuente para darles de beber en el hueco de una hoja grande. Estos niños
contaron a sus padres lo del agua, y de este modo acudieron otros a usar de la
fuente, aunque estaba para uso casi exclusivo de la comunidad judía del lugar.
Cierta vez que María rezaba arrodillada en medio del camino de su casa, vi al
Niño Jesús que iba a la fuente con un recipiente para buscar agua. Era la primera
vez que hacía esto. María se emocionó profundamente cuando lo vio, y,
siempre de rodillas, le rogó que no lo hiciera más por el peligro de caer al
agua. El Niño contestó que tendría mucho cuidado, porque su deseo era sacar
agua siempre que ella lo necesitase.
El Niño Jesús ayudaba a sus padres en todo lo que podía, siendo muy atento y
cuidadoso con todas las cosas. Cuando José trabajaba cerca de la casa y se olvidaba
alguna herramienta, yo veía al Niño llevársela, poniendo mucha atención
en lo que hacía. La alegría que daba a sus padres compensaba a éstos de
-234

los muchos sacrificios que hacían en Egipto. Más de una vez vi al Niño dirigirse
hasta la aldea de los judíos, a una milla de Matarea, para traer el pan que
María recibía a cambio de los trabajos que hacía. Los animales dañinos,
abundantes en aquel país, no le hacían mal y se mostraban familiares con él:
cierta vez lo vi jugando con unas serpientes. La primera vez que lo vi ir a esa
aldea solo, tendría de cinco a siete años y llevaba un trajecito color pardo con
flores amarillas, que le había hecho María. Lo vi arrodillarse en el camino para
rezar, cuando aparecieron dos ángeles que le anunciaron la muerte de
Herodes. Jesús no dijo nada de esto a sus padres, no sé si por humildad, o por
indicación de los ángeles, o porque no era aún el momento de salir de Egipto.
Otra vez lo vi yendo a la aldea con otros niños judíos y al volver a casa lloraba
por la degradación en que veía sumidos a esos israelitas de Egipto.
-235 -

XC
Origen de la fuente de Matarea. Historia de Job
a fuente de Matarea no tuvo origen por la oración de María: ella sólo la L hizo brotar de nuevo. La fuente ya existía, revestida de mampostería,
aunque oculta bajo los escombros. Vi que Job había estado en Egipto antes
que Abraham y que había vivido en este lugar, donde halló la fuente y ofreció
sacrificios sobre la gran piedra que allí estaba aún. En esta ocasión supe que
Job fue el menor de trece hermanos y que su padre era un gran jefe de tribu
cuando fue levantada la torre de Babel.. De un hermano de este hombre descendía
la familia de Abraham. Los descendientes de ambos hermanos se casaban
entre sí con frecuencia. La primera mujer de Job fue de la raza de Faleg.
Cuando después de varias aventuras fue Job a habitar en el tercer lugar,
se había casado sucesivamente con tres mujeres de la raza de Faleg. De una
de ellas tuvo un hijo, éste una hija, la cual, casándose dentro de la misma familia,
dio a luz a la que fue madre del patriarca Abraham. De modo que Job
venía a ser bisabuelo de la madre de Abraham.
El padre de Job se llamó Joctán; era hijo de Heber y habitaba al norte del Mar
Caspio, junto a una cadena de montañas en una de cuyas laderas había bastante
calor, mientras en la otra, cubierta de nieve, hacía mucho frío. He visto muchos
elefantes en este país. La comarca donde había estado al principio Job
era pantanosa y no hubiera sido favorable para los elefantes. Ese país está al
norte de una cadena de montañas, entre dos mares. Uno de estos dos mares, el
del Occidente, había sido una alta montaña, según he visto antes, donde habitaban
los gigantes y hombres poseídos por malos espíritus antes del diluvio29.
Había allí una región estéril y pantanosa, ahora habitada, creo, por una gente
de ojos pequeños, nariz ancha y pómulos salientes. Al volver Job a este lugar
tuvo su primera tribulación y primera prueba. Después de ella emigró hacia el
Mediodía, en el Cáucaso, estableciéndose en esta región. De aquí hizo un viaje
a Egipto, dominado entonces por unos reyes extranjeros que procedían de
pueblos pastoriles de su país. Uno de estos reyes era de la misma región de
Job, mientras el otro provenía del lugar más lejano donde habitaban los Reyes
Magos. Estos reyes pastores sólo eran dueños de una parte de Egipto, y más
tarde fueron desalojados por un Faraón egipcio. He visto gran cantidad de estos
pastores reunidos delante de una ciudad donde se habían establecido. El
rey de los pastores compatriota de Job quería para su hijo una mujer de la raza
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vecina del Cáucaso, de donde provenía él. Job, con numeroso séquito, condujo
a Egipto a aquella novia real, que era también parienta suya. En el cortejo
llevaba treinta camellos y gran cantidad de servidores con muchos regalos.
Era entonces Job un hombre joven, alto, de tez morena amarillenta, muy
agradable y de cabellos más bien rojizos. Los habitantes de Egipto eran también
morenos, pero de color desagradable. Egipto no estaba entonces muy
habitado: sólo se veían, de tanto en tanto, grandes aglomeraciones de gente.
No se veían tampoco esos grandes edificios que comenzaron a construirse en
la época de los israelitas en Egipto. El rey rindió muchos homenajes a Job, y
deseando que se estableciera allí con toda su tribu, no quería dejarlo partir. Le
dio por habitación la ciudad donde ahora vivía la Sagrada Familia, que entonces
era muy diferente. Allí vivió Job cinco años. Era el mismo lugar donde estaba
ahora la Sagrada Familia y le había sido mostrada la fuente del agua y la
piedra donde ofrecía sus sacrificios.
Aunque Job era gentil, era justo y conocía al verdadero Dios, adorándole como
a su Creador, mientras contemplaba los astros, la naturaleza y la luz. Le
agradaba hablar de Dios y de sus obras de la naturaleza, y no adoraba imágenes
de animales monstruosos como hacían los pueblos gentiles. Se había imaginado
una representación del verdadero Dios. Era una figura humana pequeña,
con rayos en torno de la cabeza, y me parece que con alas. Tenía las manos
juntas sobre el pecho y llevaba un globo sobre el cual se veía un navío
navegando sobre las olas. Quizás le recordaba el diluvio. Cuando ofrecía sacrificios
a Dios, el patriarca Job quemaba delante de su imagen diversas clases
de semillas. He visto que más tarde fueron introducidas en Egipto unas figuras
pequeñas, sentadas como en un pulpito coronado por dosel.
Al llegar Job a Egipto encontró un culto detestable: provenía de las supersticiones
que habían presidido la construcción de la torre de Babel. Poseían un
ídolo con cabeza de buey muy ancha que terminaba en punta y como levantada
en el aire, la boca abierta y los cuernos inclinados hacia abajo. En el interior
del ídolo se encendía fuego y se colocaban niños vivos entre sus brazos
ardientes, y vi que sacaban algo de las aberturas de aquel cuerpo. La gente de
la comarca era muy cruel y la región estaba llena de animales espantosos. Vi
animales negros que parecían arrojar llamas de fuego y volaban en grandes
bandadas envenenándolo todo, puesto que si se posaban en un árbol éste se
secaba de inmediato. Vi animales que tenían las patas traseras muy largas y
las delanteras muy cortas, como topos, que saltaban de un techo a otro. Había
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unas bestias horribles que andaban entre las piedras y en los agujeros y se enlazaban
a los hombres y los asfixiaban. En el Nilo vi un animal grande, con
dientes espantosos y grandes patas negras: tenía algo del cerdo y era del grosor
de un caballo. He visto otros animales horribles; pero el pueblo era aún
más abominable, y Job, a quien había visto librar a su país de origen de las
malas bestias, por medio de oraciones, sentía aversión por vivir entre aquellos
hombres y a menudo manifestaba sus quejas a los que le rodeaban. Prefería
vivir entre las malas bestias que entre tales hombres. Lo vi muchas veces mirar
hacia el Oriente, con ojos llenos de ansia, hacia su patria, al Mediodía del
país más alejado aún que habitaban los Reyes Magos. Tuvo visiones proféticas
de la llegada de los israelitas a Egipto, y también, en general, de la salvación
del género humano y de las grandes pruebas por las que debía pasar el
hombre. No pudo dejarse persuadir para permanecer en Egipto, y al cabo de
cinco años salió del país con todo su séquito.
Las pruebas de Job sucedieron por intervalos. Primero gozó de tranquilidad
por nueve años, luego por siete y después por doce años. Las palabras del libro
de Job: "Y hablando aún el mensajero", equivalen a decir: se hablaba aún
en el pueblo de la desgracia que le había acontecido, cuando sobrevenía otra
calamidad a afligirlo. Las tres pruebas las sobrellevó en tres distintos países.
La última, que fue seguida de su prosperidad final, le alcanzó cuando vivía en
un país llano, al Oriente de Jericó. Aquel país producía incienso y mirra, y tenía
una mina de oro y se trabajaban los metales. En otra ocasión tuve nuevas
visiones relativas a Job. Recuerdo lo siguiente. Tenía Job dos confidentes, que
eran como intendentes, administradores y secretarios suyos, y se llamaban
Haí y Uis u Ois. Estos recogieron de su boca toda su historia con las conversaciones
que tuvo con Dios, la cual fue trasmitida por sus descendientes, de
uno a otro, hasta los tiempos de Abrahán y sus hijos, y se servían de ella para
instruir a sus hijos con la narración. Por medio de los hijos de Israel llegó la
historia a Egipto y Moisés hizo una síntesis de ella, para consuelo de los israelitas
oprimidos por los egipcios y después durante la estadía en el desierto.
En un principio era una historia mucho más larga y con mayores cosas que los
judíos no hubieran comprendido. Más tarde Salomón la arregló, haciendo un
libro de piadosa lectura: de modo que el libro está lleno de la sabiduría de
Job, de Moisés y de Salomón. Es difícil encontrar ahora allí la verdadera historia
de Job, pues han variado los nombres de los pueblos, introduciéndose
otros más cercanos a la tierra de Canaán. Se le creyó idumeo porque el país
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donde habitó hacia el final de su historia, estuvo habitado mucho tiempo antes
de su muerte por los descendientes de Esaú o Edóm. Creo que Job vivía todavía
cuando nació Abrahán,
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XCI
Abrahán y Sara en Egipto. La fuente abandonada
uando Abrahán fue a Egipto instaló allí su campamento y lo he visto C instruyendo al pueblo. Residió allí varios años con Sara, su mujer, y
muchos hijos e hijas, cuyas madres habían quedado en Caldea. También Lot
vivió en aquel país con su familia, aunque ya no puedo precisar el lugar de su
residencia. El patriarca Abrahán fue a Egipto una vez, por orden de Dios, a
causa del hambre que se pasaba en el país de Canaán30, y volvió por segunda
vez para recuperar el tesoro de familia que una sobrina de la madre de Sara
había trasladado a Egipto. Aquella mujer era de la tribu de pastores de la raza
de Job, que había reinado sobre una parte del Egipto. Habiendo llegado como
criada, casóse con un egipcio. De ellos procedía una tribu cuyo nombre he olvidado.
Una de sus hijas fue Agar, madre de Ismael, que por esto era de la
misma raza que Sara. Aquella mujer había sustraído un tesoro familiar, a semejanza
de Raquel, que robó los ídolos de Labán; lo había vendido en Egipto
por una gran suma de dinero, yendo a parar así a las manos del Faraón y de
los sacerdotes egipcios.
El tesoro era unA especie de árbol genealógico de los hijos de Noé, en particular
de los descendientes de Sem hasta el tiempo de Abrahán, hecho con piezas
triangulares de oro sujetas unas a otras formando una balanza con sus brazos.
Las placas triangulares se hallaban enfiladas; otras indicaban las ramas
laterales. Sobre esas placas estaban los nombres de los miembros de la familia
y toda su serie: partiendo del centro de una tapa se reunían en el platillo de la
balanza cuando se hacía descender la tapa por encima. La balanza entera se
podía encerrar de este modo en una caja. Las placas principales eran amarillas
y grandes, mientras que las de los intervalos eran más delgadas y blancas,
como la plata. Oí decir cuanto pesaba todo esto en sidos, representando una
suma respetable Aunque los sacerdotes de Egipto habían relacionado diversos
-cálculos con este árbol genealógico, ellos estaban muy lejos de la verdad.
Mediante sus astrólogos y sus pitonisas supieron algo de la llegada de Abrahán
a Egipto: supieron que era de origen noble, como su mujer, y que de ellos
debía salir una descendencia muy elegida. En sus adivinaciones querían descubrir
los linajes nobles para unirse a ellos por medio de casamientos. Satanás
introducía de este modo el libertinaje y la crueldad para degradar los linajes
más nobles que aún subsistían. Abrahán temía que los egipcios lo mataran por
-240 -

causa de la belleza de Sara; por eso la hacía pasar por hermana, y esto no era
mentira, pues en realidad era su hermana sanguínea por ser hija de su padre
Tharé, de otra madre. El Faraón hizo llevar a Sara a su residencia para tomarla
por mujer. Esto los afligió mucho y rogaron a Dios que los socorriese, y
Dios castigó al rey. Todas sus esposas y la mayoría de las mujeres de la ciudad
cayeron enfermas. Asustado el Faraón, indagó la causa y descubrió que
Sara era mujer de Abrahán. Se la devolvió y le rogó que saliera de Egipto lo
antes posible al reconocer que los dioses lo protegían. Los egipcios eran un
pueblo muy singular, por un lado eran muy orgullosos y se creían los más
grandes y sabios del mundo, y por otro, increíblemente serviles y cobardes,
cediendo en seguida cuando creían encontrar una fuerza superior a la suya.
Esto provenía de que no estaban seguros de su ciencia y de que no conocían
las cosas sino por medio de adivinaciones oscuras y equívocas, que les anunciaban
toda clase de sucesos contradictorios y complejos. Cuando el acontecimiento
no respondía a sus cálculos, se asustaban de inmediato, por ser muy
supersticiosos e inclinados a ver lo maravilloso.
Abrahán se dirigió al Faraón muy humildemente pidiéndole trigo, como a padre
de los pueblos, y le ganó la voluntad, de modo que le hizo muchos regalos.
Cuando le devolvió a Sara y le rogó que abandonara el país, Abrahán le
respondió que no podía salir sin antes recobrar un tesoro que le pertenecía, y
le habló del árbol genealógico sustraído y llevado a Egipto. El rey reunió a los
sacerdotes, y éstos consintieron en devolverlo, siempre que se les permitiera
sacar una copia, cosa que Abrahán concedió sin dificultad. Hecho esto, regresó
el patriarca al país de Canaán.
Vi luego varias cosas referentes a la fuente de Matarea hasta nuestra época.
En tiempos de la Sagrada Familia los leprosos usaban del agua por parecer
que tenía una virtud particular, la que aumentó más tarde cuando se levantó
una pequeña capilla sobre la habitación de María, con una entrada junto al altar
mayor para descender a una cueva donde vivió la Sagrada Familia durante
algún tiempo. Vi entonces a la fuente rodeada de habitaciones, y que el agua
era empleada como remedio contra la lepra: se bañaban en ella para curarse
las enfermedades de la piel. Esto sucedía cuando los mahometanos eran dueños
del país: los turcos tenían siempre una lámpara encendida en la iglesia,
sobre la habitación de María, temiendo que les sucediera alguna desgracia si
abandonaban el cuidado de la lámpara. En la época moderna vi a la fuente en
pleno abandono y soledad, a gran distancia de los lugares habitados. La ciu-
-241 -

dad había desaparecido del primitivo sitio y en los alrededores crecían plantas
con frutas silvestres.
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XCII
Un ángel avisa a la Sagrada Familia que abandone Egipto
e visto que la Sagrada Familia abandonaba su residencia en Egipto. H Aunque Herodes había muerto hacía mucho tiempo, no pudieron regresar
antes porque subsistía el peligro. La estadía en Egipto se le hacía a José
insoportable porque sus habitantes practicaban la más horrible idolatría. Sacrificaban
a los niños deformes, y cuando sacrificaban a los mejores creían
hacer una obra más meritoria. Su culto estaba lleno de impurezas, y los mismos
judíos se contagiaban, pues tenían un templo que decían ser como el de
Salomón, aunque era una ridícula vanidad. Poseían una imitación del Arca de
la Alianza y en ella conservaban figuras obscenas, y se dedicaban a las prácticas
abominables del culto idolátrico. No cantaban ya los Salmos, hasta que
José estableció un orden perfecto en esta comunidad de Matarea. El sacerdote
egipcio que habló en favor de la Sagrada Familia en la vecina ciudad de
Heliópolis, donde cayeron los ídolos, se había establecido allí con varias personas,
reuniéndose a la comunidad judía. Veía a San José ocupado en su carpintería,
y cuando llegaba la hora de dejar el trabajo, estaba triste, pues no le
daban el salario y no tenía nada que llevar a su casa, donde se sufría grandes
privaciones.
Afligido por estas preocupaciones, José se hincó de rodillas en el campo y
expuso a Dios su necesidad rogándole que acudiera en su ayuda. He visto que
durante la noche se le apareció un ángel en sueños y le dijo que los que buscaban
la muerte del Niño ya no existían; que se levantara y preparase lo necesario
para volver a la patria por los caminos más frecuentados. Le animó asegurándole
su protección para que nada temiera. José hizo conocer esta orden a
María y al Niño Jesús. Ellos, obedeciendo en seguida, hicieron los preparativos
con la misma rapidez con que lo hicieron cuando debieron partir para
Egipto. Cuando conocieron al día siguiente su designio de partir, muchas gentes
se entristecieron por su salida, y fueron a despedirse con regalos contenidos
en pequeños vasos de corteza. Se veía que su aflicción era sincera. Entre
ellos había algunos judíos, aunque la mayoría eran paganos convertidos. La
mayor parte de los judíos que habitaban allí habían caído de tal modo en la
idolatría que era casi imposible reconocerlos por israelitas. Algunos hubo que
se alegraban de la partida de la Sagrada Familia, porque los consideraban magos
que tenían por protectores a espíritus maléficos muy poderosos. Entre las
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personas buenas vi algunas madres con sus hijos, que habían sido compañeros
de juego del Niño Jesús. Había una mujer distinguida que llevaba un pequeñuelo
a quien llamaba "el hijo de María". Había deseado mucho tiempo tener
hijos, y por las oraciones de María había conseguido tener esa criatura a quien
llamó Deodato. Ella se llamaba Mira. Vi que daba monedas al Niño Jesús;
eran pequeños trozos triangulares amarillos, blancos y pardos. El Niño Jesús,
al recibirlos, miraba a su madre. Cuando José hubo cargado el asno con las
cosas necesarias se pusieron en camino acompañados por aquellos amigos. El
asno era el mismo que había montado María al ir a Belén. Habían tenido también
una burrita en la huida a Egipto, pero José en sus apuros tuvo que venderla.
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XCIII
Regreso de Egipto
iguieron el camino que pasa por Heliópolis, desviándose un tanto hacia S el Mediodía en dirección de la fuente que había brotado mediante la oración
de María. Aquel lugar se encontraba ahora cubierto de tupida vegetación,
y el arroyo corría en torno a un jardín cuadrado, rodeado de balsameros. Este
sitio tenía una entrada y era tan grande como el picadero del Duque de Dülmen.
Había muchos frutales de pocos años, datileros, sicómoros y otros más,
y los balsameros eran casi tan grandes como cepas de vid de mediano tamaño.
José había hecho pequeños vasos con la corteza de los árboles, elegantes, bien
pulidos y untados con pez. Con frecuencia hacía recipientes para diversos
usos. Arrancó hojas parecidas a las del trébol de los ramajes rojizos de los
balsameros y colgó de ellos los pequeños vasos de corteza para almacenar el
bálsamo que destilaban los arbustos. Al llegar a este lugar se despidieron los
acompañantes en forma tierna y la Sagrada Familia permaneció allí varias
horas. Vi a María lavando y secando ropa. Descansaron, llenaron sus recipientes
y continuaron el viaje por las sendas más frecuentadas.
Los vi varias veces en este camino, donde no corrieron ningún peligro. El Niño
Jesús, María y José llevaban, para protegerse del sol, la corteza de una
planta muy grande sobre la cabeza, sujeta bajo el mentón con un paño. Jesús
llevaba vestidito pardo y calzado de corteza, fabricado por José, que le cubría
la mitad de los pies. María llevaba sandalias. Con frecuencia los vi inquietarse
porque el Niño apenas podía andar mucho tiempo por la arena ardiente, y tenían
que detenerse para sacarle la arenilla de sus zapatitos; otras veces lo
hacían subir sobre el asnillo para que no se cansara demasiado. Los vi atravesando
varias ciudades o pasando cerca de otras, cuyo nombre no me acuerdo,
excepto Rameses. Cruzaron un arroyo que habían atravesado al ir: este arroyo
iba del Mar Rojo al Nilo. José no quería volver a Nazaret, sino más bien establecerse
en Belén su patria; pero estaba inquieto porque supo que en Judea
reinaba Arquelao, también cruel y malo. He visto que al llegar a Gaza permanecieron
unos tres meses. Había en Gaza muchos paganos. Finalmente un ángel
ordenó a José que volviera a Nazaret, lo que hicieron de inmediato. Santa
Ana vivía aún y sabía donde habitaba la Sagrada Familia, como también lo
sabían algunos parientes, El regreso de Egipto tuvo lugar en el mes de Septiembre.
La edad de Jesús entonces era de ocho años menos tres semanas.
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XCIV
La Sagrada Familia en Nazaret
n la casa de Nazaret había tres divisiones. La mayor y más arreglada era E para María, adonde acudían José y Jesús para el rezo en común. Cuando
rezaban lo hacían de pie con las manos cruzadas sobre el pecho, y oraban en
voz alta. Los he visto a menudo rezar bajo la luz de una lámpara con varias
mechas. En la pared había un candelero donde brillaba una luz. Fuera de estos
casos cada uno estaba en su propio compartimiento. José trabajaba en su taller:
lo vi haciendo listones, tallando palos y cepillando maderas, o transportando
tirantes. Jesús le ayudaba en estos trabajos. María estaba de ordinario
ocupada en coser y tejer con palillos, sentada, con las piernas cruzadas, y teniendo
a su alcance un canastillo con los utensilios de labor. Cada uno dormía
en lugar aparte. El lecho consistía en mantas, que por la mañana eran arrolladas.
He visto a Jesús haciendo toda clase de trabajos para sus padres, en la casa y
en la calle, ayudando a todo el que se encontrase necesitado, con benevolencia
y gracia. Cuando no ayudaba a José, se entregaba a la oración y a la meditación.
Era un modelo para todos los niños de Nazaret, que lo querían bien y
se guardaban mucho de disgustarle. Los padres solían decir cuando sus criaturas
se portaban mal: "¿Qué dirá el hijo de José cuando sepa tu comportamiento?...
¿Querrás darle un disgusto?". A veces llevaban a sus hijos, delante de
Jesús, para reprenderlos, pidiéndoles que les dijera que no hicieran esto o
aquello. Jesús recibía estas quejas con simplicidad infantil, y lleno de benevolencia
les decía lo que debían hacer. A veces rezaba con ellos, solicitando a
Dios fuerza para corregirse, los persuadía a que se mejorasen y pidiesen perdón
a sus padres, reconociendo sus faltas.
A una hora de distancia más o menos de Nazaret, hacia Séforis, había una aldea
llamada Ofna, donde vivían en tiempos de Jesucristo los padres de Juan y
de Santiago el Mayor. Estos niños se encontraban con frecuencia con Jesús
hasta que sus padres se trasladaron a Betsaida y ellos se entregaron al oficio
de pescadores. En Nazaret vivía una familia, parienta de Joaquín, esenia, con
cuatro hijos: Cleofás, Jacobo, Judas y Jafet, unos mayores y otros menores
que Jesús. Estos también eran compañeros de infancia de Jesús, y sus padres
solían juntarse con la Sagrada Familia cuando marchaban a las fiestas del
templo de Jerusalén. Estos cuatro hermanos fueron más tarde discípulos de
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Juan Bautista, y después de la muerte del Precursor pasaron a ser discípulos
de Jesucristo. Cuando Andrés y Saturnino atravesaron el Jordán, permanecieron
todo el día con Jesús y más tarde fueron, como discípulos de Juan, a las
bodas de Cana. Cleofás es el mismo que, en compañía de Lucas, tuvo la aparición
de Jesús en Emaús. Estaba casado y vivía en Emaús. Su mujer se agregó
más tarde a las santas mujeres de la comunidad cristiana.
Cuando Jesús tuvo ocho años fue por primera vez con sus padres a Jerusalén
y desde entonces iba año tras año a las festividades del templo. Jesús había
despertado curiosidad desde su primera aparición en el templo, entre sus amigos
y entre los escribas y fariseos del templo. Se hablaba, entre los parientes y
amigos de Jerusalén, del niño tan prudente y piadoso, hijo de José, llamándole
admirable, tal como aquí, entre nosotros, se habla en las anuales peregrinaciones
o en los encuentros de personas conocidas, de éste o aquel niño piadoso
o modesto de alguna familia de campesinos. De este modo tenía Jesús,
cuando a los doce años se quedó en el templo, varios amigos y conocidos en
Jerusalén, y no se extrañaron sus padres de no verlo al salir de Jerusalén, porque
ya desde la primera hasta esta quinta vez que iba al templo siempre solía
juntarse con los niños de otras familias que viajaban camino de Nazaret. Esta
vez se separó Jesús de sus acompañantes al llegar al huerto de los Olivos y
ellos pensaron que lo hacía para juntarse con sus padres, que venían detrás.
Jesús se dirigió a la parte de la ciudad que mira hacia Belén y se fue a aquella
posada donde se detuvo la Sagrada Familia cuando se dirigía al templo para la
Presentación. Sus padres creían que estaría con los que iban a Nazaret, y éstos
pensaron que se apartaba de ellos para juntarse con sus padres. Pero cuando
llegaron a Gofna y advirtieron que Jesús no estaba con los viajeros, el susto
de María y de José fue muy grande. De inmediato volvieron a Jerusalén, preguntando
en el camino a los parientes y amigos por el Niño; pero no pudieron
encontrarlo por ningún lado, pues no se había detenido donde ordinariamente
solía hacerlo al ir al templo.
Jesús pasó la noche en la posada cerca de la puerta betlemítica, donde eran
conocidos él y sus padres. Se juntó con otros jovencitos y se fue a dos escuelas
que había en la ciudad. El primer día fue a una escuela y el segundo a la
otra. El tercer día estuvo por la mañana en una escuela del templo y por la
tarde en el templo mismo, donde lo encontraron finalmente sus padres. Estas
escuelas eran de diversas clases y no sólo para conocer la ley y la religión: se
enseñaban diversas ciencias, y la postrera de ellas estaba situada junto al tem-
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plo, y era la de la cual salían los levitas y sacerdotes. Con sus preguntas y respuestas
asombró tanto el Niño Jesús a los maestros y rabinos de estas escuelas
y tanto los estrechó, que éstos se propusieron a su vez humillar al Niño con
los rabinos más sabios en diferentes ramas del saber humano. Con este fin se
habían confabulado los sacerdotes y escribas, que al principio se habían complacido
con la preparación del Niño Jesús, pero luego quedaron mortificados
y querían vengarse. Aconteció esto en el aula pública, situada en el vestíbulo
del templo, delante del Santo de los Santos, en el ámbito circular, desde donde
Jesús más tarde enseñó al pueblo. Vi sentado al Niño Jesús en una gran silla,
que no llenaba, y alrededor de Él había una multitud de judíos y ancianos
con vestimentas sacerdotales. Escuchaban atentos, y parecía que estaba todos
furiosos contra Él y por momentos creí que lo iban a maltratar. En la parte alta
de la cátedra había unas cabezas pardas como si fueran perros y en los puntos
superiores lucían y relumbraban. Tales figuras y cabezas veíanse en varias
mesas largas de cocina que había en la parte lateral de este recinto del templo
y que estaban llenas de ofrendas. Todo el espacio era tan grande y amplio y
tan lleno de gente que no parecía estarse en un templo. Como Jesús hubiese
aducido en las otras escuelas toda clase de ejemplos de la naturaleza, de las
artes y de las ciencias en sus respuestas y explicaciones, se habían reunido
aquí maestros en todas esas diversas asignaturas. Cuando ellos comenzaron a
preguntarle y a disputar en particular con Jesús sobre estas materias, Él dijo
que no pertenecía esto al lugar del templo; pero que también quería satisfacerlos
en esto por ser tal la voluntad de su Padre. Como ellos no comprendían
que hablaba de su Padre celestial, pensaron que José le había dicho que hiciera
alarde de toda su ciencia delante de los sacerdotes. Jesús comenzó a responder
y a enseñar sobre medicina describiendo el cuerpo humano y diciendo
cosas que no conocían ni los más entendidos en la materia.
Habló asimismo de astronomía, de arquitectura, de agricultura, de geometría y
de matemática. Luego pasó a la jurisprudencia. De este modo todo lo que iba
ofreciendo lo aplicaba tan bellamente a la ley, a las promesas, a las profecías,
al templo y a los misterios del culto y del sacrificio, que unos estaban admirados
sobremanera, mientras otros estaban avergonzados y disgustados. Así
discurrieron, hasta que todos corridos se molestaron mucho especialmente al
oír cosas que jamás habían sabido ni entendido o que interpretaban de muy
diferente manera.
Hacía algunas horas que Jesús estaba enseñando cuando entraron en el templo
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José y María, y preguntaron por su Hijo a los levitas que los conocían. Estos
dijeron que estaba en el atrio con los escribas y sacerdotes, y no siendo éste
lugar accesible para ellos, enviaron a un levita en busca de Jesús. Mas éste les
hizo decir que primero quería terminar su trabajo. La circunstancia de no acudir
afligió mucho a María: era la primera vez que les daba a entender que
había para Él otros mandatos fuera de los de sus padres terrenales. Continuó
enseñando aún no menos de una hora, y cuando todos se vieron refutados,
confundidos y corridos en sus preguntas capciosas, dejó el aula y se llegó al
vestíbulo de Israel y de las mujeres. José, tímido, callaba, lleno de admiración.
María se acercó a Él, diciéndole: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?...
He aquí que tu padre y yo te hemos buscado con tanto dolor". Jesús estaba todavía
muy serio, y dijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar
en las cosas de mi Padre?..." Esto no lo entendieron y regresaron con Él de
inmediato. Los que habían oído tales palabras estaban asombrados y quedaron
mirándolo. Yo estaba llena de temor: me parecía que iban a echarle mano,
porque estaban llenos de encono contra el Niño. Me admiré que dejasen partir
tranquilamente a la Sagrada Familia, porque le abrieron ancho camino en medio
de la muchedumbre apiñada en el lugar. La doctrina de Jesús excitó fuertemente
la atención de los escribas: algunos anotaron sus dichos como algo
notable y se hacían toda clase de comentarios y murmuraciones acerca del
particular. Pero todo lo acontecido en el templo se lo guardaron entre sí, tergiversando
las cosas y calificando al Niño de intruso y atrevido, a quien habían
corregido: que sin duda tenía mucho talento, pero que eran cosas que había
que pensarlas mejor.
Vi a la Sagrada Familia salir de nuevo de Jerusalén y reunirse con dos mujeres
y algunos niños que yo no conocía, pero que parecían ser de Nazaret. Fueron
por diversos lugares alrededor de Jerusalén, por varios caminos, por el
Monte de los Olivos, deteniéndose acá y allá, en los hermosos y verdes lugares
de recreo, y orando con las manos cruzadas sobre el pecho. Los vi cruzar
un gran puente sobre un arroyo. El caminar y el orar del pequeño grupo me
recordaban vivamente una peregrinación.
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XCV
Fiesta en casa de Ana
uando Jesús estuvo de vuelta en Nazaret, vi en la casa de Ana una gran C fiesta, a la cual asistieron todos los jóvenes y niñas de los parientes y
amigos. No sé si sería una fiesta por el hallazgo del Niño Jesús u otra solemnidad
acostumbrada al regreso de la Pascua o la conmemoración del duodécimo
aniversario de los hijos que solía celebrarse. Jesús estaba allí como el
principal festejado. Encima de las mesas estaban tendidas bellas enramadas y
colgaban sobre ellas guirnaldas de hojas de vid y espigas, y los niños llevaban
uvas y panecillos. Estaban presentes treinta y tres niños, todos futuros discípulos
de Jesús, lo que guardaba referencia con los años de vida de Jesús. Enseñó
Jesús y contó a esos niños, durante la fiesta, una muy maravillosa y poco
comprendida parábola de unas bodas donde el vino se convertiría en sangre y
el pan en carne, y que ésta quedaría con los convidados hasta el fin del mundo
para consuelo, fortaleza y vínculo de unión. Dijo también a un joven llamado
Natanael, pariente suyo: "En tus bodas estaré presente". A partir de este año
duodécimo de su vida, Jesús fue siempre como el maestro de sus compañeros
de infancia. A menudo estaba sentado con ellos refiriéndoles algo y paseando
al aire libre. Más tarde comenzó a ayudar a José en su oficio. Era el Salvador
de figura delgada y delicada, de rostro largo, ovalado y reluciente, de color
sano, aunque pálido. El cabello, muy liso y rubio encendido, caíale en crenchas
por la alta y serena frente sobre los hombros. Vestía larga túnica gris
pardusca, que le llegaba hasta los pies; las mangas eran un tanto abiertas cerca
de las manos.
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XCVI
Muerte de San José
uando Jesús se acercaba a los treinta años, José se iba debilitando cada C vez más, y vi a Jesús y a María muchas veces con él. María sentábase a
menudo en el suelo, delante de su lecho, o en una tarima redonda baja, de tres
pies, de la cual se servía en algunas ocasiones como de mesa. Los vi comer
pocas veces: cuando traían una refección a José a su lecho era ésta de tres rebanadas
blancas como de dos dedos de largo, cuadradas, puestas en un plato o
bien pequeñas frutas en una taza. Le daban de beber en una especie de ánfora.
Cuando José murió, estaba María sentada a la cabecera de la cama y le tenía
en brazos, mientras Jesús estaba junto a su pecho. Vi el aposento lleno de resplandor
y de ángeles. José, cruzadas las manos en el pecho, fue envuelto en
lienzos blancos, colocado en un cajón estrecho y depositado en la hermosa
caverna sepulcral que un buen hombre le había regalado. Fuera de Jesús y
María, unas pocas personas acompañaron el ataúd, que vi, en cambio, entre
resplandores y ángeles.
Hubo José de morir antes que Jesús pues no hubiera podido sufrir la crucifixión
del Señor: era demasiado débil y amante. Padecimientos grandes fueron
ya para él las persecuciones que entre los veinte y treinta años tuvo que
soportar el Salvador, por toda suerte de maquinaciones de parte de los judíos,
los cuales no lo podían sufrir: decían que el hijo del carpintero quería saberlo
todo mejor y estaban llenos de envidia, porque impugnaba muchas veces la
doctrina de los fariseos y tenía siempre en torno de Sí a numerosos jóvenes
que le seguían. María sufrió infinitamente con estas persecuciones. A mí
siempre me parecieron mayores estas penas que los martirios efectivos. Indescriptible
es el amor con que Jesús soportó en su juventud las persecuciones
y los ardides de los judíos. Como iba con sus seguidores a la fiesta de Jerusalén,
y solía pasear con ellos, los fariseos de Nazaret lo llamaban vagabundo.
Muchos de estos seguidores de Cristo no perseveraban y le abandonaban.
Después de la muerte de José, se trasladaron Jesús y María a un pueblito de
pocas casas entre Cafarnaúm y Betsaida, donde un hombre de nombre Leví,
de Cafarnaúm, que amaba a la Sagrada Familia, le dio a Jesús una casita para
habitar, situada en lugar apartado y rodeada de un estanque de agua. Vivían
allí mismo algunos servidores de Leví para atender los quehaceres domésticos;
la comida la traían de la casa de Leví. A este pueblito se retiró también el
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padre del apóstol Pedro cuando entregó a éste su negocio de pesca en Betsaida.
Jesús tenía entonces algunos adeptos de Nazaret, pero se apartaban con
facilidad de Él. Jesús ya iba con ellos alrededor del lago y a Jerusalén a las
fiestas del templo. La familia de Lázaro, de Betania, ya era conocida de la Sagrada
Familia. Leví le había entregado esa casa para que Jesús pudiera refugiarse
allí con sus discípulos sin ser molestado. Había entonces en torno del
lago de Cafarnaúm una comarca muy fértil, con hermosos valles, y he visto
que recogían allí varias cosechas al año: el aspecto era hermoso por el verdor,
las flores y las frutas. Por eso muchos judíos nobles tenían allí sus casas de
recreo, sus castillos y sus jardines; también Herodes tenía una residencia. Los
judíos del tiempo del Señor no eran como los judíos de otros tiempos; éstos, a
causa del comercio con los paganos, estaban muy pervertidos. A las mujeres
no se las veía de ordinario en público ni en los campos, a no ser las muy pobres
que recogían las espigas de trigo. Se las veía, en cambio, en peregrinaciones
a Jerusalén, y en otros lugares de oración. El comercio y la agricultura
se hacían principalmente por medio de los esclavos y sirvientes. He visto todas
las ciudades de Galilea, y allí donde ahora veo apenas dos o tres Pueblitos
entonces un centenar estaba lleno de gente en movimiento. María Cleofás,
que con su tercer marido, padre de Simeón de Jerusalén, vivía hasta ahora en
la casa de Ana, cerca de Nazaret, al dejar María y José su casa de Nazaret, se
trasladó a esa casa con su hijo Simeón, mientras sus criados y parientes quedaban
en la de Ana. Cuando en este tiempo Jesús se dirigió desde Cafarnaúm,
a través de Nazaret, hacia Hebrón, fue acompañado por María hasta Nazaret,
donde quedó esperando su vuelta. María solía acompañar a su Hijo con mucho
cariño en estos cortos viajes. Acudieron allí José Barsabas, hijo de María
Cleofás, habido con su segundo marido Sabas, y otros tres hijos de su primer
marido Alfeo: Simón, Santiago el Menor y Tadeo, los cuales ejercían oficios
fuera de casa. Todos iban para consolarse con la vista de María y consolarla
de la muerte de José, y para ver de nuevo a Jesús, a quien no habían vuelto a
ver desde su infancia. Habían oído comentar las palabras de Simeón en el
templo y la profecía de Ana en ocasión de la Presentación de Jesús en el templo;
pero apenas si las creían y por esto se unieron a Juan el Bautista, que
había hecho su aparición en esos lugares.
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