Confesión
y Comunión
Aviso importante
Los cristianos que habiendo llevado una vida ordinaria, no hayan
purificado nunca la conciencia con una confesión general,
será muy del caso que la hagan con un buen confesor.
Más si por desgracia hubiesen callado algún pecado grave
en la confesión.. ocultado alguna de las circunstancias que
mudan la especie o constituyen un nuevo pecado... ; si se hubiesen
confesado sin dolor verdadero... sin propósito firme, universal
y eficaz... por ejemplo, sin querer perdonar... restituir... entregar
los malos libros... ; si después de la confesión ubiese
caído con igual o quizá mayor facilidad que antes,
entonces la confesión general no sería ya de consejo,
sino de absoluta necesidad.
Pero que la hubiese hecho ya alguna vez con elc uidado que les fue
buenamente posible, sobretodo los escrupulosos, no piensen en hacerla
de nuevo; obedezcan ciegamente y así cuando el director les
asegure que están bien confesados, créanlo y
déjense de pensar si se explicaron bien o no, si tuvieron o no
tuvieron dolor, si los entendió o dejó de entenderlos el
confesor, si hubo o dejó de haber falta en el examen:
persuadiéndose de que el único camino seguro para ellos
es el de la obediencia. El demonio cuando no puede lograr que dejemos
los Santos Sacramentos o que los recibamos indignamente, procura a lo
menos perturbarnos con vanos escrúpulos y temores, a fin de
impedir siquiera aquella paz y santa alegría que tanto ayuda a
que el alma adelante en la virtud.
Mas dejando a los escrupulosos, mira, cristiano, no caigas en el grave
error de aquellos que, solícitos sólo del examen
descuidan u omiten lo principal, que es el dolor y el propósito.
¡Ah! ¡Cuántos se confiesan y comulgan
sacrílegamente por falta de contrición!
Para que no tengas, pues, la infelicidad de hallar la perdición
y muerte donde debías encontrar la Vida Eterna, procura
excitarte con todo esmero a la contrición, por medio de estas o
semejantes consideraciones:
MOTIVOS DE LA CONTRICIÓN PARA
ANTES DE LA CONFESIÓN
Aquí
sobretodo te suplico, amado lector, que no pongas todo tu conato en
leer todas estas reflexiones, sino en saborearlas y meditarlas bien.
¡Qué
hice, infeliz de mí!... ¡Ofendí a un Dios de
infinita majestad y grandeza!... ¡A aquel Criador tan
benéfico que me dio un ser tan noble... todo cuánto
tengo... todo cuánto soy!... ¡A aquel Redentor
dulcísimo que derramó su Sangre preciosísima por
mí! ¡Es un Padre tan bueno y misericordioso, y yo he sido
tan ingrato para con Él!... ¡Ay de mí! ¡Yo,
vil gusano de la tierra, os ofendí, Dios mío!.. ¡Y
en vuestra presencia!... ¡Y con tanto descaro y malicia!...
¡Y tan repetidas veces!... ¡Y de tantas maneras!...
¡Y mientras me colmabais de favores y gracias!.. Podíais
quitarme la vida y lanzarme en el infierno; no o hacíais por el
amor que me tenéis... ¡Y yo perverso, os azotaba, coronaba
de espinas y crucificaba de nuevo! ¡Y esto por un sucio
deleite!... ¡Por un vil interés! ¡Por un puntillo de
honra!... ¡Por complacer a una miserable criatura! ¡Ay!
¡Qué monstruosa ingratitud e infelicidad la mía!...
¡Perdí la gracia y la amistad de Dios!... ¡Me hice
esclavo del demonio!... ¡Cielo hermoso! ¡Ya no eres para
mí!... ¡Si yo muriese en este instante, el infierno
sería mi paradero!... ¡Y por siempre jamás!!!...
¡Qué locura la mía! ¡Por un vil placer que no
duró más que un instante, renuncié a Dios y a su
felicidad infinita!... Nunca más pecar... nunca más
olvidarme de Vos y degradarme así... nunca más... Antes
morir que pecar... antes morir que ponerme a riesgo de condenarme.
OTROS MOTIVOS DE
CONTRICIÓN PARA PERSONAS MÁS AMANTES DE LA VIRTUD
¿Es
posible, amabilísimo Jesús mío, que haya sido
aún tan infiel e ingrato para con Vos? ¿No basta que haya
menospreciado tantas veces vuestro amor en mi vida pasada, hollado
vuestra Sangre divina, abierto esas Llagas sacratísimas y
renovado vuestra Pasión y Muerte con mis pecados?... ¿No
basta que tantos herejes, impíos y pecadores os hagan
crudelísima guerra?... ¿Merecéis que aumente yo
todavía la aflicción y amargura de vuestro Corazón
amantísimo? ¿Es justo que habiéndome Vos colmado
de tantos beneficios, os corresponda yo con incesantes negligencias,
desprecios e infidelidades?
Párate
un poco y medita ésto.
¿Hay
ingratitud, hay locura y estupidez semejante a la mía?
¡Vos me reconciliasteis con el Padre Celestial muriendo por
mí en Cruz; y yo con mis faltas le estoy enojando e irritando de
nuevo contra mí!... ¡Vos a costa de vuestra Sangre y vida
me adquiristeis inmensos tesoros de gracia; y yo por no hacerme
violencia, me privo de esas riquezas y ventajas infinitas!... Vos
quebrantasteis mis cadenas y ¡cuántas me forjo e impongo
yo cada día!... Vos me librasteis de las llamas eternas y yo,
loco de mí, reincidiendo voluntariamente cada día en
pecados veniales, me expongo a caer de nuevo en culpas graves y a
despeñarme en el infierno!... Vos, Jesús mío,
queríais elevarme a la perfección y hacerme gracias
señaladísimas; y yo, Señor, no correspondiendo a
tantas finezas de amor, sino con infidelidades, canso vuestra bondad,
os disgusto y provoco a vómito y opongo mil obstáculos a
los designios amorosos de vuestra providencia!
¿Y no reviento de pura
confusión? ¿Ni siquiera me avergüenzo de vivir
siempre sepultado en el cieno de tantas faltas y miserias?...
¿Merece un Dios tan amable, que así te portes con su
Majestad infinita?... ¿Así
correspondes al Señor, pueblo necio e insensato?
¿Así le pago el no haberme hundido e el infierno, tantos
años ha, luego que cometí la primera culpa grave?...
¿Es esto cumplir lo tantas veces prometido?... ¿Es esa la
santidad de vida a que me obligué en el santo Bautismo?
Grande es, Señor, mi locura, lo
confieso; negra es mi ingratitud; mas ya las detesto de lo
íntimo del alma y duélome amargamente de mis repetidas
infidelidades. Una y mil veces os pido perdón de ellas; propongo
hacer penitencia todo el tiempo que me dure la vida. No me
arrojéis de vuestra presencia, oh dulce Jesús mío;
y acordándoos de lo mucho que os he costado, no permitáis
se malogre el fruto de tantos sudores y trabajos... Vos que tanto
llorasteis mis extravíos, ¿me desechareis ahora que,
arrepentido me postro a vuestros pies?... Vos que con tanto bondad
llamáis a los que están cargados y afligidos para
aliviarlos, ¿permitiréis que gima yo por más
tiempo el insoportable yugo de la tibieza? Vos que con tanta prontitud
y generosidad perdonasteis a un publicano, a un ladrón, a una
adúltera, a una Magdalena, así que se reconocieron,
¿solamente a mí me habláis de negar el
perdón?... Lo confieso: mi deslealtad pasada me hace indigno de
él... más ¿no nos mandáis, Señor,
perdonar sin límites a todos cuantos nos ofenden, por muchas y
repetidas que sean las ofensas que nos hagan?
Tened, pues, compasión y
misericordia de mí. Os lo pido por esas vuestras Llagas
sacratísimas y por los acerbos dolores de vuestra Madre
Inmaculada. En Vos espero, oh dulce Jesús mío; no, no
seré jamás confundido.
AVISOS PARA LA CONFESIÓN
Excitado
así el dolor y propósito, mira todavía en
qué defecto has caído con más frecuencia desde la
última confesión y propón firmemente la enmienda,
como fruto especial de esta que vas a hacer ahora. Póstrate
luego a los pies del confesor con la misma humildad y arrepentimiento
con que se postraría el hijo pródigo a los pies de su
padre, Magdalena a los pies de Jesu-Cristo.
Hecha la señal de la Cruz,
dí la confesión
general, yo pecador, (puedes
hacer eso mientras aguardas turno si hay otros que esperan) saluda al
confesor con el Ave María
Purísima, y sin aguardar a que el confesor te lo
pregunte, dile: Padre, hace tanto
tiempo que me confesé, cumplí la penitencia y hallo que
he faltado en... Acúsate con toda sencillez y claridad;
no calles el número de los pecados, ni las circunstancias que
mudan la especie o los hacen mucho más enormes delante de Dios;
pero omite quejas, lamentos, faltas ajenas, excusas y cuentos
impertinentes. Guárdate de callar o disminuir a sabiendas el
número de los pecados: y si lo hiciste alguna vez, no basta
acusar el pecado omitido juntándolo con los demás, como
si fuera cometido desde la última confesión; sino que es
menester advertir al confesor: Padre,
he tenido la desgracia de callar tal pecado, y lo calo desde tanto
tiempo, y me confesé después acá tantas veces, y
comulgué tantas. ¡Qué locura, qué
desgracia podría darse mayor, que la de arder eternamente en el
infierno, por no pasar por una momentánea vergüenza!
¡y con la libertad que tienes de confesarte con quién
quieras... y debajo de un sigilo o secreto inviolable! De todos los
pecados que se pueden cometer, ninguno hay más nocivo al alma,
ni más injurioso a Jesu-Cristo, que el de una confesión o
comunión sacrílega.
Ea, pues, rompe ese nudo que te aprieta
la garganta: ni el
número ni la enormidad de tus delitos escandalizarán al
confesor: mil veces leyó en los autores la fragilidad de nuestro
barro; y si no la conoció en la experiencia propia, la
aprendió en la ajena. Por otra parte mientras no manifiestes la
gravedad de tu culpa, según la tienes en la conciencia, ninguna
de tus obras será meritoria, nada te aprovecharán para
cielo las oraciones, nada las limosnas, nada los ayunos y penitencias.
Terminada la acusación de los pecados, dirás: Acúsome además de todos los
pecados de mi vida pasada, especialmente contra tal o tal virtud, por
ejemplo contra la pureza, contra el cuarto mandamiento, etc.
Después añadirás: De todos estos pecados y de los
demás que no recuerdo, pido perdón a Dios de todo
corazón, y a vos, padre mío espiritual, penitencia y la
absolución si soy digno de ella.
Hecha así, la confesión de los pecados, oye oye con
respeto y atención lo que te diga el confesor y acepta la
penitencia con sincera voluntas de cumplirlay mientras te absuelve,
renueva de corazón el acto de contrición, diciendo con
todo fervor el Señor
mó, Jesucristo.
¡Qué dicha, cristiano! En aquel instante no sólo te
perdona Dios, los pecados acusados, sino también los olvidados y
aún los que por ventura nunca conociste: queda tu alma lavada
con la Sangre de Jesucristo; aplícansele sus méritos
infinitos; reviven los que perdiste pecando: se te vuelve, o por lo
menos aumenta la gracia santificante, con el grado de gloria que le
corresponde; y se te dan copiosos auxilios y gracias actuales para
sojuzgar las pasiones, practicar la virtud, vencer la dificultades y
unca más recaer en los mismos defectos. De suerte que, por la
confesión y comunión bien hechas, adquiere el alma fe
más viva, esperanza más firme, caridad más
ardiente; mayor facilidad y fervor para el servicio divino y mayor
gloria para la eternidad.
¡Oh! ¡y de cuántos bienes se privan los que se
confiesan y comulgan raras veces! ¡Y cómo se
desesperarán algún día los que lo hicieren sin las
debidas disposiciones!
Recibida la absolución, da gracias al Señor, cumple luego
la penitencia, si puedes, propón llevar a la práctica los
avisos del confesor y da gracias al Señor por el inmenso
beneficio que te acaba de hacer.
Donde los varones no se confiesan a la rejilla, sino delante del
confesor, es costumbre muy laudable besarle humildemente la mano como
en agradecimiento del beneficio de la absolción, y en
señal de respeto al ministro de Dios.
¡Con que ya estás perdonado!... Sí
¡qué dicha tan grande la tuya, alma cristiana!...
¡Ya eres otra vez hija de Dios y heredera del cielo! ¡Ya te
miran con suma complacencia los ángeles... y te saludan los
santos como hermana suya! ¡Ya está tu nombre escrito de
nuevo en el libro de la vida!... ¿Qué gracias
darás al Señor por tan inestimable beneficio?...
¡Cuántos por un solo pecado, y menos grave que los tuyos,
están ardiendo eternamente en el infierno... y tú
después de tanta iniquidad, puedes aún salvarte!...
¡Y te está preparando en el cielo un trono esplendente de
gloria!... No cometas de hoy más ningún pecado mortal, y
ocuparás ese trono.
PREPARACIÓN PARA LA SAGRADA
COMUNIÓN
¡Ya es llegada la hora dichosa! ¡Ya se acerca el momento
feliz! Pronto en ti aquellas admirables palabras del Señor: El
que come mi Carne y bebe mi Sangre, está en Mí y Yo en
él. Pronto podrás decir con el Apóstol: Vivo yo,
ya no yo, sino Cristo el que vive en mí. Persuádete de
que esta es la acción más grande que puedes practicar en
esta vida, y que cuanto más detestes el pecado y más
adornes el alma de virtudes, tanto mayor copia de gracias
recibirás del cielo. Prepárate pues, alma cristiana, para
la Sagrada Comunión con todo el fervor posible. San Luis Gonzaga
comulgaba cada ocho días, (que para aquellos tiempos era mucho);
mas como empleaba tres días en disponerse y otros tres en dar
gracias por tan alto beneficio, sacaba de la Comunión copioso
fruto. Procura tú imitarle en el fervor de la preparación
y haciemiento de gracias.
¿Ves aquel augusto sagrario?... ¡qué
cárcel tan estrecha!... Pues allí está tu Dios
cautivo del amor extremado que tiene a los hombres... Allí
está el que, en cuanto Dios, no cabe en cielos y tierra. La
majestad... la pureza... la santidad infinita... ¿Y quién
soy yo delante de tan alta majestad? ¡vil gusano de la tierra!...
¿Y tan miserable criatura visitáis, oh Jesús
mío?... ¿Y queréis uniros conmigo con inefable y
verdadera unión?... ¿Y queréis ser mi alimento y
mi substancia?... De aquí afectos de humildad, admiación
y amor... ¡Ay, Señor, quién os hubiese amado
siempre!.. ¡Quién nunca os hubiese ofendido!...
¡Quién tuviese la fe de los patriarcas, la esperanza de
los profetas, la caridad de los apóstoles, la constancia de los
mártires, la pureza de las vírgenes, la santidad de
María Santísima!... Aún así no sería
digno de recibiros ni de hospedaros en mi corazón...
¿Qué debo, pues, decir viéndome tan pobre y
vacío de virtudes? Os diré con el apóstol san
Pedro: Apartaos de mí,
Señor, que soy un gran pecador. Mas ¿adónde
iré, pues vos tenéis palabra de vida eterna?
¿Qué hare sin vos? ¿Quién disipará
las tinieblas de mis errores e ignorancia? ¿Quién
curará mis llagas? ¿Quién calmará el ardor
de mis pasiones? ¿Quién me dará armas para
triunfar de mis enemigos? Vos sois, oh, dulce Jesús mío,
el camino, la verdad y la vida. Fuera de vos no hay, sino,
perdición, engaño y muerte eterna. Vos sabeis convertir
en santos a los más grandes pecadores... Venid, pues, oh, Dios
de amor... Deseo amaros con todo mi corazón.
Pésame en el alma de haberos ofendido... Venid, oh, buen
Jesús, venid... Mi alma os desea ardentísimamente...
Venid, dulce hechizo de mi amor; venid, refrigerio de los corazones,
consuelo de los afligidos, esperanza de las gentes, delicia de los
ángeles, alegría del cielo, bienaventuranza de los
santos: venid, Dios mío, alumbrad mi alma con las luces de
vuestra fe; venid Rey eterno, libradme de todos mis enemigos; venid
médico divino, curad mis muchas dolencias; veid, huésped
magnífico, enriquecedme con vuestros dones soberanos; venid,
fuente de aguas vivas, apagad la rabiosa sed de mis pasiones; venid,
vida mía, paraíso mío, bien mío; venid, que
os deseo; venid, que suspiro por vos; venid, no tardéis
más; venid, que desfallezco; venid, Señor, y tomad cuanto
antes posesión de todo mi ser.
Con estas o semejantes aspiraciones, deberías, cristiano, avivar
ya, desde la víspera las ansias de llegar a tan sagrado
banquete, contando las horas, por decirlo así, y acusando al
día de perezoso.
Llegado el momento de la comunión, reza con fervor el Confíteor, o en
español:
LA CONFESIÓN GENERAL
Yo pecador me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada
siempre Virgen María, al bienaventurado san Miguel
Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos
apóstoles san Pedro y san Pablo, a todos los santos y a vos,
padre, que pequé gravemente con el pensamiento, palabra y obra,
por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Por tanto
ruego a la bienaventurada siempre Virgen María, al
bienaventurado san
Juan Bautista, a los santos apóstoles san Pedro y san Pablo, a
todos los santos y a vos, padre, que roguéis por mí a
Dios Nuestro Señor.
Duélete íntimamente de tus pecados y pidiendo al
Señor que se apiade y te los perdone, santíguate al Indulgéntiam. Al volverse el
sacerdote de cara al pueblo con el divino Sacramento en las manos, di
tres veces anonadado como el Centurión: Señor, yo no soy digno de vos
entréis en mi morada; mas decidlo vos, que vuestra sola palabra
mi alma será sana y salva.
Levántate y ve al encuentro del Señor con tiernos
suspriros; acércate al comulgatorio con vestidos limpios,
sí, pero modestos, sin presunción alguna mundana. Ve en
ayunas de todo manjar terreno, con los ojos bajos, las manos juntas,
con la misma humildad y devoción con que santo Tomás
apóstol se llegaría a tocar y adorar las llagas sacratísimas del Salvador,
con la que te acercarías a la Virgen, si se dignase poner a su
preciosísimo Hijo en tus brazos, como en los del anciano
Simeón.
Arodillado en el comulgatorio o barandilla, ten la toalla o paño
de la Comunión de manera que recoja la sagrada Hostia, si por
ventura viniera a caer. En el acto de recibir la sagrada
Comunión ten la cabeza medianamente levantada, los ojos modestos
y vueltos hacia la sagrada Hostia, la boca suficientemente abierta y la
lengua un poco fuera sobre el labio. Has de tragar la sagrada Hostia lo
antes posible, y abstenerte algún tiempo de escupir. Si se te
pega al paladar, has de despegarla con la lengua, jamás con los
dedos.
HACIMIENTO
DE GRACIAS
Seáis bienvenido, oh buen Jesús, a esta pobre morada de
mi croazón...
.