"Pilatos,
juez
cobarde
y sin resolución, había pronunciado muchas veces estas
palabras,
llenas de bajeza: "No hallo crimen en Él; por eso voy a mandarle
azotar
y a darle libertad". Los judíos continuaban gritando:
"¡Crucificadlo!
¡crucificadlo!". Sin embargo, Pilatos quiso que su voluntad
prevaleciera
y mandó azotar a Jesús a la manera de los romanos.
Jesús, cubierto
con
la capa colorada, la corona de espinas sobre la cabeza, y el cetro de
cañas
en las manos atadas, fue conducido al palacio de Pilatos. Cuando
llegó
delante del gobernador, este hombre cruel no pudo menos de temblar de
horror
y de compasión, mientras el pueblo y los sacerdotes le
insultaban
y le hacían burla. Jesús subió los escalones.
Tocaron
la trompeta para anunciar que el gobernador quería hablar.
Pilatos
se dirigió a los príncipes de los sacerdotes y a todos
los
circunstantes, y les dijo: "Os lo presente otra vez para que
sepáis
que no hallo en Él ningún crimen".
(1) Sor Ana Catalina viendo día por día
esta serie de escenas
sufrió dolores indecibles de cuerpo y de alma; su cara
parecía
la de una moribunda; padecía una sed tan grande que regularmente
por
la mañana su lengua estaba retirada y contraída, de tal
suerte
que a veces no podía articular una palabra para pedir alivio.
Así
cuando tuvo la visión sobre la coronación de espinas se
halló
tan enferma y abatida que no pudo referir sino las pocas palabras que
se
hallan en el texto.
Profecías de
Ana Catalina Emerich