Pasión,
Muerte y Resurrección de Jesús
La Última
Cena de Jesús
Revelaciones a la
recientemente declarada
Beata
Ana Catalina Emmerich
En proceso de
canonización
I
Preparativos de
la Cena Pascual
"Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la última gran
comida del Señor y sus amigos, en casa de Simón el
Leproso, en Betania, en donde María Magdalena derramó por
la última vez los perfumes sobre Jesús. Los
discípulos habían preguntado ya a Jesús
dónde quería celebrar la Pascua.
Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a
Santiago
y a Juan: les habló mucho de todo lo que debían preparar
y
ordenar en Jerusalén, y les dijo que cuando subieran al monte de
Sión,
encontrarían al hombre con el cántaro de agua. Ellos
conocían
ya a este hombre, pues en la última Pascua, en Bethania,
él
había preparado la comida de Jesús: por eso San Mateo
dice:
cierto hombre. Debían seguirle hasta su casa y decirle: "El
Maestro
os manda decir que su tiempo se acerca, y que quiere celebrar la Pascua
en
vuestra casa". Después debían ser conducidos al
Cenáculo
y ejecutar todas las disposiciones necesarias.
Yo vi los dos Apóstoles subir a Jerusalén; y encontraron
al principio de una pequeña subida, cerca de una casa vieja con
muchos patios, al hombre que el Señor les había
designado: le siguieron y le dijeron lo que Jesús les
había mandado. Se alegró mucho de esta noticia, y les
respondió que la comida estaba ya dispuesta en su casa
(probablemente por Nicodemus); que no sabía para quién, y
que se alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era
Helí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya
casa el año anterior había Jesús anunciado la
muerte de Juan Bautista. Iba
todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados,
alquilaba una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no
tenían hospedaje en la ciudad. Ese año había
alquilado un Cenáculo que pertenecía a Nicodemus y a
José de Arimatea. Enseñó a los dos
Apóstoles su posición y su distribución interior.
II
Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, se halla
una antigua y sólida casa, entre dos filas de árboles
copudos, en
medio de un patio espacioso cercado de buenas paredes. Al lado
izquierdo de
la entrada se ven otras habitaciones contiguas a la pared; a la
derecha, la
habitación del mayordomo, y al lado, la que la Virgen y las
santas mujeres ocuparon con más frecuencia después de la
muerte de Jesús. El Cenáculo, antiguamente más
espacioso, había servido entonces de habitación a los
audaces capitanes de David: en él se ejercitaban en manejar las
armas. Antes de la fundación del templo, el Arca de la Alianza
había sido depositada allí bastante tiempo, y aún
hay vestigios de su permanencia en un lugar subterráneo.
Yo he visto también al profeta Malaquías escondido debajo
de las mismas bóvedas; allí escribió sus
profecías sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio
de la Nueva Alianza. Cuando una gran parte de Jerusalén fue
destruida por los babilonios, esta casa fue respetada: he visto otras
muchas cosas de ella; pero no tengo presente más que lo que he
contado. Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a ser
propiedad de Nicodemus y de José de Arimatea: habían
dispuesto el cuerpo principal muy cómodamente y lo alquilaban
para servir de Cenáculo a los extranjeros, que la Pascua
atraía a Jerusalén.
Así el Señor lo había usado en la última
Pascua. El Cenáculo, propiamente, está casi en medio del
patio; es cuadrilongo,
rodeado de columnas poco elevadas. Al entrar, se halla primero un
vestíbulo,
adonde conducen tres puertas; después se entra en la sala
interior,
en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes
están
adornadas para la fiesta, hasta media altura, de hermosos tapices y de
colgaduras.
La parte posterior de la sala está separada del resto por una
cortina.
Esta división en tres partes da al Cenáculo, cierta
similitud
con el templo. En la última parte están dispuestos, a
derecha
e izquierda, los vestidos necesarios para la celebración de la
fiesta.
En el medio hay una especie de altar; en esta parte de la sala
están
haciendo grandes preparativos para la comida pascual. En el nicho de la
pared
hay tres armarios de diversos colores, que se vuelven como nuestros
tabernáculos
para abrirlos y cerrarlos; vi toda clase de vasos para la Pascua;
más
tarde, el Santísimo Sacramento reposó allí. En las
salas
laterales del Cenáculo hay camas en donde se puede pasar la
noche.
Debajo de todo el edificio hay bodegas hermosas. El Arca de la Alianza
fue
depositada en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido
el
hogar. Yo he visto allí a Jesús curar y enseñar;
los
discípulos también pasaban con frecuencia las noches en
las
laterales.
III
Vi a Pedro y a Juan en Jerusalén entrar en una casa que
pertenecía
a Serafia (tal era el nombre de la que después fue llamada
Verónica,
por ser ella de Verona). Su marido, miembro del Consejo, estaba la
mayor
parte del tiempo fuera de la casa, atareado con sus negocios; y aun
cuando
estaba en casa, ella lo veía poco. Era una mujer de la edad de
María
Santísima, y que estaba en relaciones con la Sagrada Familia
desde
mucho tiempo antes: pues cuando el niño se quedó en el
templo
después de la fiesta, ella (la Verónica Serafia) le dio
de
comer. Los dos apóstoles tomaron allí, entre otras cosas,
el
cáliz de que se sirvió el Señor para la
institución de la Sagrada Eucaristía. El cáliz que
los apóstoles llevaron de la casa de (Serafia) Verónica,
es un vaso maravilloso
y misterioso.
Había estado mucho tiempo en el templo entre otros objetos
preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había
olvidado. Había sido vendido a un aficionado de
antigüedades. Y, comprado por Serafia, había servido ya
muchas veces a Jesús para la celebración de las fiestas,
y desde ese día fue propiedad constante de la santa comunidad
cristiana.
El gran cáliz estaba puesto en una azafata, y alrededor
había
seis copas. Dentro de él había otro vaso pequeño,
y
encima un plato con una tapadera redonda. En su pie estaba embutida una
cuchara,
que se sacaba con facilidad. El gran cáliz se ha quedado en la
iglesia
de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y lo veo
todavía
conservado en esta villa: ¡aparecerá a la luz como ha
aparecido
esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban;
una
de ellas está en Antioquía; otra en Efeso:
pertenecían
a los Patriarcas, que bebían en ellas una bebida misteriosa
cuando
recibían y daban la bendición, como lo he visto muchas
veces.
El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo
consigo
del país de Semíramis a la tierra de Canaán cuando
comenzó
a fundar algunos establecimientos en el mismo sitio donde se
edificó
después Jerusalén: él lo usó en el
sacrificio,
cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y se lo
dejó
a este Patriarca.
IV
Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en
Jerusalén
en hacer los preparativos de la Pascua, Jesús, que se
había
quedado en Bethania, hizo una despedida tierna a las santas mujeres, a
Lázaro
y a su Madre, y les dio algunas instrucciones. Yo vi al Señor
hablar
solo con su Madre; le dijo, entre otras cosas, que había enviado
a
Pedro, el Apóstol de la fe, y a Juan, el Apóstol del
amor,
para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo que María
Magdalena,
cuyo dolor era muy violento, que su amor era grande, pero que
todavía
era un poco según la carne, y que por ese motivo el dolor la
ponía
fuera de sí. Habló también del proyecto de Judas,
y
la Virgen Santísima rogó por él. Judas
había
ido otra vez de Bethania a Jerusalén con pretexto de hacer un
pago.
Corrió todo el día a casa de los fariseos, y
arregló
la venta con ellos. Le enseñaron los soldados encargados de
prender
al Salvador. Calculó sus idas y venidas de modo que pudiera
explicar
su ausencia. Volvió al lado del Señor poco antes de la
cena.
Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos. Era activo y
servicial;
pero lleno de avaricia, de ambición y de envidia, y no
combatía
estas pasiones. Había hecho milagros y curaba enfermos en la
ausencia
de Jesús.
Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que iba a suceder,
Ella
le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con
Él.
Pero Él le recomendó que tuviera más
resignación
que las otras mujeres; le dijo también que resucitaría, y
el
sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero
estaba
profundamente triste. El Señor le dio las gracias, como un hijo
piadoso,
por todo el amor que le tenía.
Se despidió otra vez de todos, dando
todavía diversas
instrucciones. Jesús y los nueve Apóstoles salieron a las
doce de Bethania para Jerusalén; anduvieron al pie del monte de
los Olivos, en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no
cesaba de instruirlos. Dijo a los Apóstoles, entre otras cosas,
que hasta entonces les había dado su pan y su vino, pero que hoy
quería darles su carne y su sangre, y que les dejaría
todo lo que tenía. Decía esto el Señor con una
expresión tan dulce en su cara, que su alma parecía
salirse por todas partes, y que se deshacía en amor, esperando
el momento
de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron:
creyeron
que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar todo el amor y
toda
la resignación que encierran los últimos discursos que
pronunció
en Bethania y aquí. Cuando Pedro y Juan vinieron al
Cenáculo
con el cáliz, todos los vestidos de la ceremonia estaban ya en
el
vestíbulo. Enseguida se fueron al valle de Josafat y llamaron al
Señor
y a los nueve Apóstoles. Los discípulos y los amigos que
debían
celebrar la Pascua en el Cenáculo vinieron después.
V
El
cordero
Pascual
esús y los suyos comieron el cordero pascual en el
Cenáculo, divididos en tres grupos: el Salvador con los doce
Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael con otros
doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce
tenían a su cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de
María, hija de Helí: había sido discípulo
de San Juan Bautista. Se mataron para ellos tres corderos en el templo.
Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el
Cenáculo: éste es el que comió Jesús con
los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente
ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del
cordero; vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del
cordero destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy
tierno; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los
Apóstoles y los discípulos estaban allí cantando
el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época
que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura
del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón,
el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y
que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre. Los vasos y
los instrumentos necesarios fueron preparados.
Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que fue
enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las
santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una
tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado
a la columna y azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza
del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo
en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo.
Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo
rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un
baño, y trajéronle un ramo de hisopo que mojó en
la sangre. Enseguida fue a la puerta de la sala, tiñó de
sangre
los dos pilares y la cerradura y fijó sobre la puerta el ramo
teñido
de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre
otras
cosas, que el ángel exterminador pasaría más
lejos;
que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando
Él
fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que
un
nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que
durarían hasta el fin del mundo. Después se fueron a la
extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en
otro tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre
sobre el hogar, y lo consagró como un altar; seguido de sus
Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró
como un nuevo templo.
Todas las puertas estaban cerradas mientras tanto. El hijo de
Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una
tabla: las patas de adelante
estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás
estaban
extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús
sobre
la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres
corderos
traídos del templo.
Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el
vestíbulo,
otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una capa
más
corta de adelante que de atrás; se arremangaron los vestidos
hasta
la cintura; tenían también unas mangas anchas
arremangadas.
Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada: los discípulos
en
las salas laterales, el Señor con los Apóstoles en la del
Cenáculo.
Según puedo acordarme, a la derecha de Jesús estaban
Juan,
Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa,
Bartolomé;
y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de
Jesús
estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda,
Simón,
y a la vuelta, Mateo y Felipe.
Después de la oración, el mayordomo puso delante de
Jesús,
sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una copa de vino
delante
del Señor, y llenó seis copas, que estaban cada una entre
dos
Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los
Apóstoles
bebían dos en la misma copa. El Señor partió el
cordero;
los Apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su
parte.
La comieron muy deprisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la
salsa.
Todo esto lo hicieron de pie, apoyándose sólo un poco
sobre
el respaldo de su silla. Jesús rompió uno de los panes
ácimos,
guardó una parte, y distribuyó la otra. Trajeron otra
copa
de vino; y Jesús decía: "Tomad este vino hasta que venga
el
reino de Dios". Después de comer, cantaron; Jesús
rezó
o enseñó, y habiéndose lavado otra vez las manos,
se
sentaron en las sillas.
Al principio estuvo muy afectuoso con sus Apóstoles;
después se puso serio y melancólico, y les dijo: "Uno de
vosotros me venderá; uno de vosotros, cuya mano está
conmigo en esta mesa". Había sólo un plato de lechuga;
Jesús la repartía a los que estaban a su lado, y
encargó a Judas, sentado enfrente, que la distribuyera por su
lado. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que
espantó a todos los Apóstoles, dijo: "Un hombre cuya mano
está en la misma mesa o en el mismo plato que la mía", lo
que significa: "Uno de los doce que comen y beben conmigo; uno de los
que participan de mi pan". No designó claramente a Judas a los
otros, pues meter la mano en el mismo plato era una expresión
que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería darle un
aviso, pues, que metía la mano en el
mismo plato que el Señor para repartir lechuga.
Jesús añadió: "El hijo del hombre se va,
según
esta escrito de Él; pero desgraciado el hombre que
venderá
al Hijo del hombre: más le valdría no haber nacido". Los
Apóstoles,
agitados, le preguntaban cada uno: "Señor, ¿soy yo?",
pues
todos sabían que no comprendían del todo estas palabras.
Pedro
se recostó sobre Juan por detrás de Jesús, y por
señas
le dijo que preguntara al Señor quién era, pues habiendo
recibido
algunas reconvenciones de Jesús, tenía miedo que le
hubiera
querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y, como
todos,
apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano
derecha:
su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó
sobre
su seno, y le dijo: "Señor, ¿quién es?". Entonces
tuvo
aviso que quería designar a Judas. Yo no vi que Jesús se
lo
dijera con los labios: "Este a quien le doy el pan que he mojado". Yo
no
sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando el Señor
mojó
el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a
Judas,
que preguntó también: "Señor, ¿soy yo?".
Jesús
lo miró con amor y le dio una respuesta en términos
generales.
Era para los judíos una prueba de amistad y de confianza.
Jesús
lo hizo con una afección cordial, para avisar a Judas, sin
denunciarlo
a los otros; pero éste estaba interiormente lleno de rabia. Yo
vi,
durante la comida, una figura horrenda, sentada a sus pies, y que
subía
algunas veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a Pedro
lo
que le había dicho Jesús; pero lo tranquilizó con
los
ojos.
VI
El
lavatorio
de pies: simbolismo de la confesión
Se levantaron de
la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según costumbre,
para el oficio solemne, el mayordomo entró con dos criados para
quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera agua al
vestíbulo, y salió de la sala con sus criados. De pie en
medio de los Apóstoles, les habló algún tiempo con
solemnidad. No puedo decir con
exactitud el contenido de su discurso. Me acuerdo que habló de
su
reino, de su vuelta hacia su Padre, de lo que les dejaría al
separarse
de ellos. Enseñó también sobre la penitencia, la
confesión de las culpas, el arrepentimiento y la
justificación. Yo comprendí que esta instrucción
se refería al lavatorio de los pies; vi también que todos
reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas.
Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió
a Juan y a Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo
a los Apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo.
Él se fue al vestíbulo, y se puso y ciñó
una toalla
alrededor del cuerpo. Mientras tanto, los Apóstoles se
decían algunas palabras, y se preguntaban entre sí
cuál sería el primero entre ellos; pues el Señor
les había anunciado expresamente que iba a dejarlos y que su
reino estaba próximo; y se fortificaban más en la
opinión de que el Señor tenía un pensamiento
secreto, y que quería hablar de un triunfo terrestre que
estallaría en el último momento.
Estando Jesús en el vestíbulo, mandó a Juan que
llevara un baño y a Santiago un cántaro lleno de agua;
enseguida fueron detrás de él a la sala en donde el
mayordomo había puesto otro baño vacío.
Entró Jesús de un modo muy humilde, reprochando a los
Apóstoles con algunas palabras la disputa que se había
suscitado entre ellos: les dijo, entre otras cosas, que Él mismo
era su servidor; que debían sentarse para que les lavara los
pies. Se sentaron en el mismo orden en que estaban en la mesa.
Jesús iba del uno al otro, y les echaba sobre los pies agua del
baño que llevaba Juan; con la extremidad de la toalla que lo
ceñía, los
limpiaba; estaba lleno de afección mientras hacía este
acto
de humildad.
Cuando llegó a Pedro, éste quiso detenerlo por humildad,
y
le dijo: "Señor, ¿Vos lavarme los pies?". El Señor
le
respondió: "Tú no sabes ahora lo que hago, pero lo
sabrás
mas tarde". Me pareció que le decía aparte:
"Simón,
has merecido saber de mi Padre quién soy yo, de dónde
vengo
y adónde voy; tú solo lo has confesado expresamente, y
por
eso edificaré sorbe ti mi Iglesia, y las puertas del infierno no
prevalecerán
contra ella. Mi fuerza acompañará a tus sucesores hasta
el
fin del mundo". Jesús lo mostró a los Apóstoles,
diciendo:
"Cuando yo me vaya, él ocupará mi lugar".
Pedro le dijo: "Vos no me lavaréis jamás los pies". El
Señor
le respondió: "Si no te lavo los pies, no tendrás parte
conmigo".
Entonces Pedro añadió: "Señor, lavadme no
sólo
los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús
respondió:
"El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más que los pies;
está purificado en todo el resto; vosotros, pues, estáis
purificados, pero no todos". Estas palabras se dirigían a Judas.
Había hablado del lavatorio de los pies como de una
purificación
de las culpas diarias, porque los pies, estando sin cesar en contacto
con
la tierra, se ensucian constantemente si no se tiene una grande
vigilancia.
Este lavatorio de los pies fue espiritual, y como una especie de
absolución.
Pedro, en medio de su celo, no vio más que una
humillación
demasiado grande de su Maestro: no sabía que Jesús al
día
siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta la muerte
ignominiosa
de la cruz.
Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo
más
cordial y más afectuoso: acercó la cara a sus pies; le
dijo
en voz baja, que debía entrar en sí mismo; que
hacía
un año que era traidor e infiel. Judas hacía como que no
le
oía, y hablaba con Juan. Pedro se irritó y le dijo:
"Judas,
el Maestro te habla". Entonces Judas dio a Jesús una respuesta
vaga
y evasiva, como: "Señor, ¡Dios me libre!". Los otros no
habían
advertido que Jesús hablaba con Judas, pues hablaba bastante
bajo
para que no le oyeran, y además, estaban ocupados en ponerse su
calzado.
En toda la pasión nada afligió más al Salvador que
la
traición de Judas. Jesús lavó también los
pies
a Juan y a Santiago. Enseñó sobre la humildad: les dijo
que
el que servía a los otros era el mayor de todos; y que desde
entones
debían lavarse con humildad los pies los unos a los otros;
enseguida
se puso sus vestidos. Los Apóstoles desataron los suyos, que los
habían
levantado para comer el cordero pascual.
VII
Institución
de la Eucaristía
or orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que
había lazado un poco: habiéndola puesto en medio de la
sala, colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro lleno de
vino. Pedro y Juan fueron a buscar al cáliz que habían
traído de la casa de Serafia. Lo trajeron entre los dos como un
Tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de
Jesús. Había sobre ella una fuente ovalada con tres panes
ácimos blancos y delgados; los panes fueron puestos en un
paño con el medio pan que Jesús había guardado de
la Cena pascual: había también un vaso de agua y de vino,
y tres cajas: la una de aceite espeso, la otra de aceite líquido
y la tercera vacía.
Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y de
beber
en el mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de
fraternidad
y de amor que se usaba para dar la bienvenida o para despedirse.
Jesús
elevó hoy este uso a la dignidad del más santo
Sacramento:
hasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo.
El
Señor estaba entre Pedro y Juan; las puertas estaban cerradas;
todo
se hacía con misterio y solemnidad. Cuando el cáliz fue
sacado
de su bolsa, Jesús oró, y habló muy solemnemente.
Yo
le vi explicando la Cena y toda la ceremonia: me pareció un
sacerdote
enseñando a los otros a decir misa. Sacó del azafate, en
el
cual estaban los vasos, una tablita; tomó un paño blanco
que
cubría el cáliz, y lo tendió sobre el azafate y la
tablita.
Luego sacó los panes ácimos del paño que los
cubría,
y los puso sobre esta tapa; sacó también de dentro del
cáliz
un vaso más pequeño, y puso a derecha y a izquierda las
seis
copas de que estaba rodeado.
Entonces bendijo el pan y los óleos, según yo creo:
elevó con sus dos manos la patena, con los panes, levantó
los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la
mesa, y la cubrió. Tomó después el cáliz,
hizo que Pedro echara vino en él y que Juan echara el agua que
había bendecido antes; añadió un poco de agua, que
echó con una cucharita: entonces bendijo el
cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio, y lo puso
sobre
la mesa. Juan y Pedro le echaron agua sobre las manos. No me acuerdo si
este
fue el orden exacto de las ceremonias: lo que sé es que todo me
recordó
de un modo extraordinario el santo sacrificio de la Misa.
Jesús se mostraba cada vez más afectuoso; les dijo que
les
iba a dar todo lo que tenía, es decir, a Sí mismo; y fue
como
si se hubiera derretido todo en amor. Le vi volverse transparente; se
parecía
a una sombra luminosa. Rompió el pan en muchos pedazos, y los
puso
sobre la patena; tomó un poco del primer pedazo y lo echó
en
el cáliz. Oró y enseñó todavía:
todas
sus palabras salían de su boca como el fuego de la luz, y
entraban
en los Apóstoles, excepto en Judas. Tomó la patena con
los
pedazos de pan y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que
será
dado por vosotros. Extendió su mano derecha como para bendecir,
y
mientras lo hacía, un resplandor salía de Él: sus
palabras
eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los Apóstoles
como
un cuerpo resplandeciente: yo los vi a todos penetrados de luz; Judas
solo
estaba tenebroso. Jesús presentó primero el pan a Pedro,
después
a Juan; enseguida hizo señas a Judas que se acercara:
éste
fue el tercero a quien presentó el Sacramento, pero fue como si
las
palabras del Señor se apartasen de la boca del traidor, y
volviesen
a Él. Yo estaba tan agitada, que no puedo expresar lo que
sentía.
Jesús le dijo: "Haz pronto lo que quieres hacer". Después
dio
el Sacramento a los otros Apóstoles.
Elevó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su
cara, y pronunció las palabras de la consagración:
mientras las decía, estaba transfigurado y transparente:
parecía que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de
beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano,
y lo puso sobre la mesa. Juan echó la sangre divina del
cáliz en las copas, y Pedro las presentó a
los Apóstoles, que bebieron dos a dos en la misma copa. Yo creo,
sin
estar bien segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el
cáliz.
No volvió a su sitio, sino que salió enseguida del
Cenáculo.
Los otros creyeron que Jesús le había encargado algo.
El Señor echó en un vasito un resto de sangre divina que
quedó en el fondo del cáliz; después puso sus
dedos en el cáliz, y Pedro y Juan le echaron otra vez agua y
vino. Después les dio a beber
de nuevo en el cáliz, y el resto lo echó en las copas y
lo
distribuyó a los otros Apóstoles. Enseguida limpió
el
cáliz, metió dentro el vasito donde estaba el resto de la
sangre
divina, puso encima la patena con el resto del pan consagrado, le puso
la
tapadera, envolvió el cáliz, y lo colocó en medio
de
las seis copas. Después de la Resurrección, vi a los
Apóstoles
comulgar con el resto del Santísimo Sacramento. Había en
todo
lo que Jesús hizo durante la institución de la Sagrada
Eucaristía,
cierta regularidad y cierta solemnidad: sus movimientos a un lado y a
otro
estaban llenos de majestad. Vi a los Apóstoles anotar alguna
cosa
en unos pedacitos de pergamino que traían consigo.
VIII
Unción
de los Apóstoles
Jesús hizo una
instrucción particular. Les dijo que
debían conservar el Santísimo Sacramento en memoria suya
hasta el fin del mundo; les enseñó las formas esenciales
para hacer uso de él y comunicarlo, y de qué modo
debían, por grados, enseñar y publicar este misterio. Les
enseñó cuándo debían comer el resto de las
especies consagradas, cuándo debían dar de ellas a la
Virgen Santísima, cómo debían consagrar ellos
mismos cuando les hubiese enviado el Consolador.
Les habló después del sacerdocio, de la unción, de
la preparación del crisma, de los santos óleos.
Había
tres cajas: dos contenían una mezcla de aceite y de
bálsamo.
Enseñó cómo se debía hacer esa mezcla, a
qué
partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué ocasiones.
Me
acuerdo que citó un caso en que la Sagrada Eucaristía no
era
aplicable: puede ser que fuera la Extremaunción; mis recuerdos
no
están fijos sobre ese punto. Habló de diversas unciones,
sobre
todo de las de los Reyes, y dijo que aun los Reyes inicuos que estaban
ungidos,
recibían de la unción una fuerza particular.
Después
vi a Jesús ungir a Pedro y a Juan: les impuso las manos sobre la
cabeza
y sobre los hombros. Ellos juntaron las manos poniendo el dedo pulgar
en
cruz, y se inclinaron profundamente delante de Él, hasta ponerse
casi
de rodillas. Les ungió el dedo pulgar y el índice de cada
mano,
y les hizo una cruz sobre la cabeza con el crisma. Les dijo
también
que aquello permanecería hasta el fin del mundo.
Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé
recibieron asimismo la consagración. Vi que puso en cruz sobre
el pecho de Pedro una especie de estola que llevaba al cuello, y a los
otros se la colocó sobre el hombro derecho. Yo vi que
Jesús les comunicaba por esta unción algo esencial y
sobrenatural que no sé explicar. Les dijo que en recibiendo el
Espíritu Santo consagrarían el pan y el vino y
darían la unción a los Apóstoles. Me fue mostrado
aquí que el
día de Pentecostés, antes del gran bautismo, Pedro y Juan
impusieron
las manos a los otros Apóstoles, y ocho días
después a muchos discípulos.
Juan, después de la Resurrección, presentó por
primera vez el Santísimo Sacramento a la Virgen
Santísima. Esta circunstancia fue celebrada entre los
Apóstoles. La Iglesia no celebra ya esta fiesta; pero la veo
celebrar en la Iglesia triunfante. Los primeros días
después de Pentecostés yo vi a Pedro y a Juan consagrar
solos la Sagrada Eucaristía: más tarde, los otros
hicieron lo mismo. El Señor consagró también el
fuego en una copa de hierro, y tuvieron cuidado de no dejarlo apagar
jamás: fue conservado al lado del sitio donde estaba puesto el
Santísimo Sacramento, en una parte del antiguo hornillo pascual,
y de allí iban a sacarlo siempre para los usos espirituales.
Todo lo que hizo entonces Jesús estuvo muy secreto y fue
enseñado sólo en secreto. La Iglesia ha conservado lo
esencial, extendiéndolo bajo la inspiración del
Espíritu Santo para acomodarlo a sus necesidades. Cuando estas
santas ceremonias se acabaron, el cáliz
que estaba al lado del crisma fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el
Santísimo Sacramento a la parte más retirada de la sala,
que estaba separada del resto por una cortina, y desde entonces fue el
santuario. José de Arimatea y Nicodemus cuidaron el Santuario y
el Cenáculo en la ausencia
de los Apóstoles. Jesús hizo todavía una larga
instrucción,
y rezó algunas veces. Con frecuencia parecía conversar
con
su Padre celestial: estaba lleno de entusiasmo y de amor. Los
Apóstoles,
llenos de gozo y de celo, le hacían diversas preguntas, a las
cuales
respondía.
La mayor parte de todo esto debe estar en la Sagrada Escritura. El
Señor dijo a Pedro y a Juan diferentes cosas que debían
comunicar después a los otros Apóstoles, y estos a los
discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad de
cada uno para estos conocimientos. Yo
he visto siempre así la Pascua y la institución de la
Sagrada Eucaristía. Pero mi emoción antes era tan grande,
que mis percepciones no podían ser bien distintas: ahora lo he
visto con más claridad. Se ve el interior de los corazones; se
ve el amor y la fidelidad del Salvador: se sabe todo lo que va a
suceder. Como sería posible observar exactamente todo lo que no
es más que exterior, se inflama uno de gratitud y de amor, no se
puede comprender la ceguedad de los hombres, la ingratitud del mundo
entero y sus pecados. La Pascua de Jesús fue pronta, y en todo
conforme a las prescripciones legales. Los fariseos
añadían algunas observaciones minuciosas."
Si
le ha parecido interesante este trabajo recopilatorio de los libros de
Ana Catalina
Contribuya
aquí con su donativo
para la próxima
publicación en este Dominio Web de las
Visiones de la vida pública
de Jesús
Bautismo en el Río Jordán
Visiones del Antiguo Testamento
Incluyendo la Creación de los Ángeles
dadas
a la Beata Ana Catalina Emerich
Esté
atento a las actualizaciones de estas páginas en los
próximos meses
Iremos
introduciendo los textos a medida que vayamos
recopilándolos
Gracias por su
generosidad. Dios le bendiga.